Resumen
La imagen experimenta en nuestra civilización una mutación a partir de la cual se desarrolla un uso de goce preciso en los parletres. Dos tratamientos del goce se revelan, en un caso la relación a la vigilancia que regula y disciplina los cuerpos, en el otro un uso inédito del registro imaginario. La servidumbre voluntaria expresada en el ojo omnivoyeur de la época y el imperio de las imágenes, dirige hacia un efecto de espectáculo como a un movimiento donde el imperativo superyoico insta a un accionar sin mesura.
Introducción
Los dos significantes que nos propone el título de nuestra investigación, vigilancia y control, están en cierto sentido presentes en los diferentes modos[1] que la civilización se ha dado de regular el goce en cada época, sin embargo en la nuestra toman particulares modalidades. Como sabemos, Lacan define el discurso como lazo social, una estructura sin palabras que permite dar un tratamiento a lo que escapa a la articulación significante, el goce, ineliminable como tal en todo lazo social. El tratamiento que este goce recibe en cada uno de los discursos, hace a su particularidad. Nuestra época promueve una recuperación del goce sin pérdida (discurso capitalista), este tratamiento produce cierta aversión (Fajnwaks, 2015) por la palabra que tiene efectos en la subjetividad y como tal en las formas que toma el lazo social.
El imperio de las imágenes nombra un uso del goce al que como civilización asistimos. La vigilancia y la posición de cada uno de nosotros como vigilados y vigilantes a la vez, es una de las caras de este imperio. El no parar, que hoy se imprime a casi todos los aspectos de la vida, tiene una manifestación especialmente poderosa respecto del bombardeo de imágenes en el que estamos inmersos. Estas consideraciones preliminares permiten afirmar que la sociedad de control del siglo XXI no tiene las mismas características, no sirve a los mismos fines que, por ejemplo, el panóptico que Michel Foucault desarrolló en el siglo pasado, por lo que deslindar esas diferencias es un primer paso para abordar el análisis del modo que toma el control en la era de la técnica.
La complacencia que los parletres muestran frente al imperio de las imágenes y sus efectos, es otra de las aristas que queda evidenciada en la sociedad de control de nuestros días. La servidumbre voluntaria, concepto acuñado en el siglo XVI, actualiza la tendencia a la sumisión que caracteriza a nuestra época (Miller, 2015).
Por último, los efectos en los cuerpos del uso actual de la imagen abren la interrogación sobre la perspectiva clínica. La nuestra es una época que se mueve entre el ideal de la transparencia absoluta y el derecho a la intimidad, la opacidad del goce queda cada vez más velada y retorna en fenómenos de cuerpo que no necesariamente se articulan al inconsciente y que escuchamos en nuestros consultorios. El artículo de Miquel Bassols en la Revista Mediodicho N° 40 es elocuente en este sentido. Por otra parte los parletres comienzan a hacer un uso inédito del registro imaginario, tal como Lacan lo desarrolló al final de su enseñanza, que nos abre la vía a nuevos arreglos sintomáticos que debemos investigar y formalizar. Para abordar la problemática situamos, entonces, tres preguntas: la primera consiste en situar ¿qué diferencias encontramos entre la sociedad de control de nuestros días, respecto a otros momentos de la civilización en los que la vigilancia ha tomado el lugar del control social?
La segunda aborda ¿qué satisfacción produce ese engranaje imaginario en el parletre, que permite que el mismo se sostenga y se multiplique? La tercera busca analizar ¿qué consecuencias subjetivas constatamos en la clínica de esa mirada omnivouyer?
Vigilados y vigilantes en la sociedad de control
Una mutación sin precedentes está teniendo lugar en la
historia de los hombres. Ella cambia nuestra relación con el mundo,
con nuestro cuerpo, hasta con nuestro ser. Esa mutación no se realiza
en secreto sino ante nuestra vista. Sin embargo no la distinguimos
con precisión y en toda su amplitud. No es una evolución, ni una
revolución, ni un accidente; tampoco es una oscura amenaza, un complot;
no la ha deliberado ninguna conciencia, no la efectúa ninguna
potencia oscura. (…) Ella se produce. Hemos entrado en otro mundo.
El siglo XXI acaba de ponerse en marcha y ya se revela que
ha nacido una nueva modernidad, una nueva civilización. (…)
(Wajcman, 2011, p. 13)
En el siglo pasado, Foucault (2012) desarrollaba los objetivos del panóptico en dirección de domesticar los cuerpos con fines de control y de utilidad, también ubicaba que la era de las disciplinas promovía organizar lo múltiple, imprimirle un orden, cada cuerpo ubicado en un espacio y en una disciplina era un cuerpo útil. El ojo invisible del panóptico en el que cada uno podía estar siendo mirado en cualquier momento, tenía efectos de disciplinamiento de los sujetos.
No es esa la función que las pantallas tienen hoy, más bien multiplicadas al infinito en un bombardeo de imágenes sin fin y sin finalidad. Hoy cada uno de nosotros somos vigilados y a la vez vigilantes, dóciles a ser mirados, ubicados, bombardeados de imágenes en todo momento pero a la vez mirando y mostrando sin parar. En conversación con el grupo de la Escuela Brasileña de Psicoanálisis y la Nueva Escuela Lacaniana, situamos una precisión a tener en cuenta respecto a las diferencias entre la sociedad de control de nuestra época y la del siglo pasado. Debemos distinguir el ojo invisible del panóptico y sus efectos de disciplina, del ojo omnivoyeur de la época y sus efectos de espectáculo.
En el ojo omnivoyeur de la época encontramos al ojo voraz, como Lacan lo sitúa en el Seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (Lacan, 1964 [1973]), que fuerza al más y más para mirar, pero sumado a un goce de mostrar. Mirar la imagen del otro, su vida, su intimidad, y exhibir la propia, implica ir en dirección de la sociedad del espectáculo. Sus efectos no son de disciplinamiento sino más bien de refuerzo de la pulsión.
El ojo omnivoyeur es el de la vigilancia, pero en cierto sentido sintomático, se configura la vigilancia como un intento de ver más, de atrapar lo que aún no puede verse, ilusión de transparencia absoluta que la técnica produce y que desconoce la opacidad de lo real.
Una diferencia que destaca en la época es que no se verifica el efecto de vergüenza que Lacan sitúa también en el mismo seminario, o por lo menos no en el mismo sentido que en el siglo pasado, aunque subsiste el efecto de extrañeza. Un efecto de inquietud que Lacan y Freud nos enseñaron a distinguir frente a lo unheimlich, es decir frente a aquello que da noticia de lo opaco del goce más íntimo. Como lo dice el poeta Hölderlin tomado por Heidegger: “En la extrañeza da noticia de su incesante cercanía” (Heidegger, 1994, p. 175).
Esta inquietud la escuchamos de distintos modos en la clínica, por ejemplo el sujeto que siente cierta ajenidad frente al muro de imágenes, o la extrañeza ante imágenes propias exhibidas en las redes sociales.
El empuje al omnivoyeurismo junto con una cierta posición de servidumbre voluntaria da marco a la vigilancia de nuestra sociedad de control.
La vigilancia como empuje a la judicialización
Otra respuesta a la pregunta sobre cómo funciona el engranaje de la vigilancia en el imperio de la imagen, la encontramos en el efecto de refuerzo del superyó, que la época propicia y que clarifica más las razones de la emergencia de la sociedad de control.
La inflación normativa (cada vez más normas para legislar todo), el intento de prevención de lo que escaparía a la ley, vía protocolos que permitirían detectar futuros delincuentes por ejemplo, y el empuje a la judicialización de los lazos sociales, se transforma así en el reverso del imperativo a gozar que el mismo discurso propicia.
En la comunidad psicoanalítica lacaniana se ha creado hace varios años ya, un espacio de investigación llamado “El sufrimiento bajo control”, en el que se interrogan las razones y las consecuencias de una sociedad que intenta controlar los cuerpos desde su nacimiento, a la vez que empuja a la satisfacción del goce más y más. En esta investigación situamos como un síntoma social al empuje a la judicialización, efecto de la caída de las figuras de la autoridad en el Otro social. Este empuje explica también la promoción de los derechos como una marca de la época que articula, de alguna manera, el derecho a gozar con la normativización; se busca que el derecho de cada uno al goce esté garantizado por la ley.
La sociedad de control es entonces otro nombre del síntoma social efecto de la declinación de la regulación del goce en la civilización.
La Servidumbre voluntaria
“¿De dónde ha sacado tantos ojos con que os espía, si vosotros no se los disteis?” (de La Boétie, 2006, p. 22). Los parletres de la época muestran una posición de fascinación con las pantallas y una demanda por la vigilancia, el significante seguridad se inscribe como un S1.
Etienne de La Boétie, un escritor y político francés del siglo XVI mencionado por Miller en el capítulo XVI de El ultimísimo Lacan (2014), escribe a sus 18 años el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, en contra del absolutismo y en ese texto se hace la pregunta citada.
Ubica así la necesaria complacencia que debe existir del lado del sujeto para que el control se efectivice. Nos preguntamos ¿qué forma toma esta complacencia en nuestra época?
Miller en La ilusión lírica (2015), texto aparecido a propósito del atentado a Charly Hebdo en París, describe elocuentemente la servidumbre voluntaria de nuestra época:
(…) Sí, queremos ser vigilados, escuchados, espiados, si la vida tiene que ser a ese precio. Abalanzarse a la servidumbre voluntaria. ¿Qué digo voluntaria? Deseada, reivindicada, exigida. En el horizonte, el Leviatán, Pax et Princeps (…) incluso los republicanos consideraban como un mal menor submission to absolute rule… la tendencia, hoy, contrariamente a las apariencias, no es la resistencia sino la sumisión. (Miller, 2015)
Miller destaca la paradoja de la respuesta de los sujetos en una época sin Otro, la sumisión. ¿Cómo podemos entender esta paradoja?
La relación del sujeto hipermoderno con el mando, en nuestras sociedades democráticas, toma la forma de una cooperación en nombre de la seguridad, el mando no está dado bajo la forma asertiva, sino bajo la forma de consejo, incluso de necesidad. Sujetos que obedecen sin cesar, que se movilizan por más policía, reclaman más cámaras de vigilancia. Laurent, en las Jornadas de la Escuela de la Orientación Lacaniana del año 2013, relacionaba esta obediencia cooperativa con la ilusión de una política sin significantes amos que lleva a la superyoización del mundo, el sueño de una política que se sostenga sobre el S2, es decir sin imposiciones.
Los efectos en la subjetividad
Como dijimos más arriba, algunos de los efectos del bombardeo de imágenes se verifican en cierto reforzamiento de la satisfacción de la pulsión, también en la inquietud ante lo incesantemente cercano de lo opaco del goce de cada uno, así como en el empuje que testimonia de la presencia soberana del superyó y sus consecuencias. Constatamos además los efectos del imperio de la imagen también en la infancia. Vigilar al niño era —o sigue siéndolo en algunos casos— parte de un falso reaseguro para estar a salvo, un reaseguro de inmortalidad, según Freud. La diferencia que encontramos hoy —ya que como decíamos siempre se han vigilado los cuerpos— es que hay una vigilancia de las imágenes de los cuerpos, una vigilancia a través de las pantallas. No es el contacto de los cuerpos, sus proximidades, el intercambio, las preguntas, sino las imágenes de los mismos y el quedar capturados por una vigilancia de sí mismo en las imágenes. Es que a la aspiración a ser vistos no hay nada que se le oponga cuando no hay orden simbólico. Por eso, más que sobreestimar las virtudes olvidando los defectos, como lo planteaba Freud respecto del niño al que llamó su majestad el bebé, el empuje actual pretende algo más, que es borrar los defectos. En ese sentido no estamos seguros de que se trate del narcisismo, o en todo caso no se podría plantear eso como una única lectura, sino que aparece la voluntad de cero, del cero defecto, como nos lo enseña Laurent (2013). El cero defecto es la cara salvaje de un intento de control de la infancia que se evidencia en los síntomas de los niños que llegan a la consulta. La otra cara de esta crisis del control, es el niño solo frente a las dificultades de apropiarse de su cuerpo manifestando el temor que este le produce.
El imperio de la imagen y su consecuente aversión por el lenguaje (Fajnwaks, 2015) se verifica también en fenómenos de cuerpo que no necesariamente se articulan al inconsciente y que dan lugar a un uso inédito de lo imaginario por parte de los parletres. Este uso nos lleva a considerar la diferencia entre imagen e imaginario y a situar una función posibilitadora de la imagen que abre una vía de investigación muy fecunda. “Lo imaginario en cuanto que nos da coordenadas fundamentales para vivir en este mundo (…) Salimos del embrollo con la imagen” (Laurent, 2012).
La promoción de lo imaginario como efecto del silencio de lo real
Respecto a lo imaginario, situamos una primer diferencia entre la profusión de imágenes, que desarticuladas de lo simbólico producen el encuentro con un trozo de real al que responde la angustia, un real que ya no está sujeto a lo simbólico y deja a lo imaginario derivar en su caos; y otra perspectiva de lo imaginario que lo sitúa como borde de lo real.
En el capítulo XV de El Ultimísimo Lacan (Miller, 2014), nombrado “Lo real no habla”, Miller usa significantes que permiten palpar la opacidad con la que nos la tenemos que ver en la experiencia analítica: “todo psicoanálisis ocurre en la oscuridad” (Miller, 2014, p.234); nos dice y agrega: “lo real es mudo, incluso el saber que incluye” (Miller, 2014, p. 242). Este saber mudo no se busca, es el del orden del encuentro y esto mismo ubica la promoción de la categoría de la contingencia en la clínica del parletre.
Esta opacidad implica también a la política de la cura y a la transmisión de la clínica. Nos encontramos en una especie de momento bisagra respecto de las consecuencias de la última y ultimísima enseñanza de Lacan, en el que tropezamos con la dificultad de formalización, de transmisión y en cierto sentido incluso de orientación, en una clínica que ya realizamos pero que aún no conceptualizamos lo suficiente.
El retorno a lo imaginario
Miller (2014) en el mismo texto, ubica como una de las consecuencias de este real mudo, el retorno a lo imaginario. Interpreta que Lacan, produce una promoción de lo imaginario bajo la forma de la promoción del cuerpo. Dice: “el goce, la contingencia y el cuerpo se conjugan en una promoción de lo imaginario” (Miller, 2014, p. 246)
Dos operaciones toman lugar en la experiencia analítica: la imaginarización de lo simbólico y la imaginarización de lo real. La primera se esfuerza en lograr hacer hablar a lo real, no sin recurrir al semblante. Sin embargo, la apuesta más difícil es la de superar la hiancia entre lo imaginario y lo real, vía la imaginarización de lo real. “En el silencio de lo real, y mientras que siempre hay que desconfiar de lo simbólico que miente, solo queda el recurso a lo imaginario, es decir, al cuerpo, es decir al tejido.” (Miller, 2014, p. 259)
La tela, entonces, implica una materialidad y una imagen que circunscriben los intersticios entre las tramas, la tela es con el cuerpo y también con la palabra, es una trama que apresa algo. La perspectiva de la tela permite captar bien la diferencia entre la imaginarización de lo real y el bombardeo de imágenes cuyo imperio signa a nuestra época.
[1] Grupo de investigación conformado por: Sonia Mankoff – Responsable (Miembro de la EOL y la AMP), Adriana Laion (AME, Miembro de la EOL y la AMP), Carolina Córdoba (Miembro de la EOL y la AMP), Silvia Perassi (Miembro de la EOL y la AMP) y Bárbara Navarro (Miembro de la EOL y la AMP).