Resumen
El signo es abordado a partir de diferentes momentos de la enseñanza de Jacques Lacan situando un campo referencial donde se ubican pasajes y puntuaciones precisas respecto del significante, el signo, la letra y la cifra. De este modo se propone un recorrido donde las articulaciones de estos conceptos, ligados a la última enseñanza de Jacques Lacan, podrán leerse intentando esclarecer los diferentes giros que implican el problema de lo real y el sentido.
Indescifrada y sola, sé que puedo
ser en la vaga noche una plegaria
de bronce o la sentencia en que se cifra
el sabor de una vida o de una tarde
o el sueño de Chuang Tzu, que ya conocés
o una fecha trivial o una parábola
o un vasto emperador, hoy unas sílabas,
o el universo o tu secreto nombre
o aquel enigma que indagaste en vano
a lo largo del tiempo y de sus días.
Puedo ser todo. Déjame en la sombra.
Signos, de Jorge L. Borges, 1976.
La motivación a escribir sobre dos frases de Lacan, una del año 1973 y otra de 1976, últimos años de su vida, y por tanto, de su enseñanza, me obligó a nadar en mar abierto con muchas corrientes, algunas contradictorias, como si en este último tramo los cauces principales por los que circuló su enseñanza desaparecieran y nos encontráramos en un océano con algunas islas dispersas, sueltas, que no logran armar un continente. Escribir sobre este océano es largarse a construir un pequeño islote para sentir que pisamos algo de “tierra firme”.
La irrupción de los nudos y su manipulación durante las sesiones de su seminario (incluso de espaldas a la asistencia), el carácter oracular de algunas afirmaciones y el abrumador uso de neologismos, de juegos de palabras, son algunas muestras de este rompecabezas en el que se convierte este último tramo. Tomo las palabras de Miller[1] para describir este momento:
Busco. Busco porque no encuentro ninguna entrada en la ultimísima enseñanza de Lacan. No la encuentro o encuentro demasiadas. Es un laberinto que tiene muchas entradas, un laberinto que conduce al Minotauro, al que hay que combatir con aquello mismo con lo cual demuestra estar enfrentado y que le inspira proposiciones que parecen contradictorias si se razona con la lógica común de la que disponemos, incluso cuando esta lógica es la del Lacan anterior. Lo que traigo aquí es entonces lo que rescato luego de eliminar muchos intentos fallidos. (Miller, 2012, p. 131)
Dos citas en cuestión: la primera pertenece a lo que se conoce como “Autocomentario”, se trata de una intervención que Lacan dio en VI Congreso de la Escuela Freudiana de París el 2 de noviembre de 1973, y en la que comenta su escrito “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos” redactado un mes antes, el 7 de octubre:
Lo que querría es que los psicoanalistas supieran que todo debe llevarles al sólido apoyo que tienen en el signo, y que es preciso que no olviden que el síntoma es un nudo de signos. Pues el signo hace nudos; (…) es justamente porque los nudos —como intenté varias veces ponerlo en el banquillo en mi seminario— son algo absolutamente capital. (Lacan, 1973c, p. 17)
La segunda cita ya nos encuentra cuatro años después, en su Seminario 24, en la clase del 10 de mayo de 1977, donde dice: “Todo lo que es mental, al fin y al cabo, es lo que escribo con el nombre sinthome, es decir, signo” (Lacan, 1976-77 [2006], p. 37).
Siguiendo la orientación milleriana:
Hablo del primer Lacan, es decir, de los diez primeros años de su enseñanza a partir de ‘Función y campo de la palabra y del lenguaje en el inconsciente’. Y hablo también del último Lacan, es decir, del que empieza a desarrollarse a partir del vigésimo seminario, Aún. En el medio hay por lo tanto un segundo Lacan, que empieza con Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Pero voy a agregar una participación suplementaria en esta suerte de repartición. Dentro del último Lacan, tenemos que distinguir el ultimísimo Lacan (…) este capítulo IX del seminario El sinthome marca un giro, como lo había señalado antaño al hablar de la clase VII del seminario Aún. (Miller, 2006-07, p. 56)
Por lo tanto la cita del “Autocomentario” correspondería con la “última enseñanza”, y en cambio, la cita del Seminario 24 corresponde a la “ultimísima enseñanza”. Ambas citas nos indican el valor, lugar y uso sobre el concepto de signo, al que Lacan vuelve en estos momentos, en definitiva, a la articulación Lacan con Charles S. Peirce.
Breve historia del signo en la enseñanza de Lacan
La articulación Lacan con Peirce no ha sido muy abordada —existen algunos intentos que hacen un uso complicado de la abducción para hacerla equivaler a la interpretación— aunque se destaca la tesis de Mariana Gómez publicada con el nombre Del significante a la letra: la semiótica peirceana en el proceso de formulación del discurso lacaniano (2007), la cual será una de las bases de este trabajo.
La primera mención explícita de Lacan a Peirce se encuentra en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible sobre la psicosis” (Lacan, 1958 [2008]), cuando realiza la analogía entre el shifter jakobsoniano y el símbolo-índice de Peirce: “Roman Jakobson toma este término de Jespersen para designar esas palabras del código que sólo toman sentido por las coordenadas (atribución, fechado, lugar de emisión) del mensaje. Referidas a la clasificación de Peirce, son símbolos-índices” (Lacan, 1958 [2008], pp. 512-513).
No hay que olvidar que Lacan ya había utilizado al signo para ubicar “eso” que constituye la certeza en juego en las psicosis, el pequeño fenómeno elemental, lo que la escuela alemana de psiquiatría nombraba como auto-referencia y la escuela francesa como significación personal, y que Lacan llama intuición delirante. Lo ilustra con un caso propio:
Uno de nuestros psicóticos relata el mundo extraño en que entró desde hace un tiempo. Todo se ha vuelto signo para él. No sólo es espiado, observado, vigilado, se habla, se indica, se lo mira (…). Si encuentra un auto rojo en la calle —un auto no es un objeto natural— no por casualidad, dirá, pasó en ese momento. (Lacan, 1955-56 [1985], p. 19)
Este signo puede ser leído como un “significante en lo real” (Lacan, 1955-56 [1985], p. 187), un S1 suelto, que no hace cadena, que no hace agujero y el que no deja dudas de que el sujeto está concernido por él. A este sujeto lo nombrará trece años más adelante como “sujeto del goce” (Lacan, 1966 [2012], p. 233).
La otra gran referencia (aunque esta vez es implícita) a Peirce se encuentra en la conocida fórmula lacaniana “un sujeto es lo que representa un significante para otro significante” ya que “esta fórmula es producida a partir de la de Peirce cuando define al signo como “algo que representa algo para alguien” (Gómez, 2007, p. 64).
Encontramos al fumador
En varias oportunidades J.-A. Miller comenta los motivos, razones y el uso que Lacan hace del signo a partir del Seminario 20. En la clase del 16 de enero de 1973 Lacan irrumpe y sacude al auditorio y a nosotros sus lectores dando una nueva lectura del famoso ejemplo del fuego: “El humo puede ser también signo del fumador. Aún más, lo es siempre, por esencia. No hay humo sino como signo del fumador. (…) es signo de un efecto (…) o sea el sujeto” (Lacan, 1972-73 [1995], p. 64). En este seminario Lacan explora la versión del signo que da cuenta de un sujeto en-cuerpo en-corpse y que se trata ahora de ¡un fumador! No creo que haya ejemplo más fuerte que un fumador como lo opuesto al sujeto como falta-en-ser. Pasa de acentuar la fugacidad y evanescencia (Lacan, 1964 [1995]) del sujeto a resaltar algo que no deja dudas: el humo del fumador. Aquí el signo señala, indica el modo de gozar y graciosamente uno recuerda que en el inicio de esta clase del Seminario 20 Lacan habla del signo articulándolo al amor: “(…) el goce del Otro, que dije estar simbolizado por el cuerpo, no es signo de su amor” (Lacan, 1972-73, [1995], p. 51).
En La fuga del sentido (2012), Miller realiza una lectura a la letra del “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los escritos”. Uno de los puntos que resalta es que:
“Lacan sustituye el término significante por el término signo, porque el significante está hecho, evidentemente para tener un efecto de significado, mientras que lo que Lacan quiere designar, por el contrario, es un término simbólico que tiene un efecto de goce por excelencia. Y es allí cuando dice signo. Trata de utilizar ese término como diferente del término significante. El significante es lo simbólico en la medida en que tendría un efecto de significado, y el signo por el contrario es ese nuevo simbólico que tiene por excelencia un efecto de goce.” (pp. 316-317)
Se observa que Lacan pasa de un uso del signo para designar, señalar a un sujeto (pero con características diferentes del sujeto barrado, falta-en-ser): el auto rojo, el shifter, Ulises[2], el fumador, a utilizar el signo para referirse al síntoma.
La cifra del síntoma
La presentación de 1973 que se tituló “Autocomentario”, brinda una ocasión especial para ver cómo Lacan comenta a Lacan. Enmarcada en un año muy particular, ya que comienza con el “Epílogo” al Seminario 11, escrito el 1 de enero de 1973, año que inaugura la publicación de sus seminarios. Además durante ese año Lacan produce otros textos importantes como el “El atolondradicho”, “Televisión”, “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los escritos” y, por supuesto, los Seminarios 20 y 21.
Durante ese año, en varias oportunidades comenta la cuestión del signo, lo fundamental es por un lado su oposición con el sentido, y por el otro su acercamiento con la cifra:
El signo del signo (…) es que cualquier signo puede desempeñar, tan bien como la suya, la función de cualquier otro signo, precisamente porque puede sustituirlo. Pues el signo no tiene alcance sino porque debe ser descifrado. Sin duda hace falta que la sucesión de los signos tome un sentido a través del desciframiento. (…) Puede pasar por más elevada en la estructura cifrar que contar. El embrollo, pues, está hecho exactamente para eso, comienza con la ambigüedad de la palabra cifra. La cifra funda el orden del signo. (Lacan, 1973a [2012], pp. 579-580)
Entonces, la cifra funda el orden del signo y el signo puede desempeñar la función de cualquier otro signo, la llamada operación de sustitución (que no funciona exactamente como una metáfora). En efecto, conocemos un modo habitual de cifrar cuando tenemos que armar claves en bancos e internet. Simplemente para cifrar un mensaje sustituimos la letra a por la e y obtenemos la clave Mefelde[3]. Se trata de un mensaje cifrado, y agregamos, escrito.
Recordemos que “El inconsciente, él solo, hace ese trabajo del ciframiento (…) La cifra, de un lado funda el orden del signo. Pero, por otra parte, se da el caso de que la cifra sirve para escribir los números” (Lacan, 1973c [1996], pp. 13-14) y agrega más adelante: “¿Para qué sirve ese ciframiento? (…) no sirve para nada, que no es del orden de lo útil, que es del orden del goce” (Lacan, 1973c [1996], p. 17), subrayemos goce.
Ahora bien, tomemos este fragmento del “Autocomentario” (Lacan, 1973c [1996]): “el síntoma es un nudo de signos. Pues, el signo hace nudos”; y juntémoslo con lo que escribe unos meses antes para “Televisión”: “lo que consiste el síntoma, a saber, un nudo de significantes” (Lacan, 1973b [2012], p. 542) ¿qué resultado obtenemos? ¡El minotauro!
¿El síntoma consiste entonces en un nudo de signos o de significantes? Esta pregunta en realidad está mal formulada ya que sugiere que un enunciado es verdadero y otro enunciado es falso debido a la disyunción en juego.
Quizás se trate de que el síntoma está hecho de cadenas de significantes y también, de signos. Miller lo responde de este modo:
“En R.S.I. (…) define al síntoma como un modo de goce del inconsciente y, con mayor precisión, un modo de goce del S1 (…) un goce del significante. Es claro que este goce del significante desplaza toda la perspectiva. Por eso, en una época —y me pareció oscuro— Lacan sustituyó la reflexión que hacía sobre el significante por una reflexión del signo. De aquí que haya podido oponer sentido y signo, mientras que nuestro abecé era que el signo había cedido el lugar a la articulación significante. De modo que si Lacan habló de signo —en “Televisión”, por ejemplo— en el mismo lugar en el que antes hablaba del significante, porque estaba en la búsqueda de un término en el cual el significante estuviera complementado por el goce. (…) Lo que hace insignia[4] para un sujeto es su síntoma” (Miller [1998], p. 253).
Hablar del goce del síntoma en Lacan no es nuevo, recordemos que en el Seminario 10 ya decía: “El síntoma, en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, sin duda, untergebliebene befriedigung, no los necesita a ustedes como el acting out, se basta a sí mismo” (Lacan, 1962-63 [2007], p. 139). Pero en este momento de la enseñanza no acentúa el revestimiento, la envoltura formal del síntoma, sino su núcleo, su hueso.
Con el signo la operación es otra: encontrar un término que dé cuenta del significante y el goce simultáneamente. Esta operación le permite a Lacan acentuar un elemento que no llama al dos, no llama a la articulación, sino que no quiere decir nada, de ahí que Lacan juegue con el equívoco de la cifra. El inconsciente como aparato cifrador, pero también, contabilizador: “Pero el signo en cambio produce goce por la cifra que permiten los significantes: es lo que hace el deseo del matemático, cifrar, más allá del goce-sentido” (Lacan, 1973d [2012], p. 577).
Del uso y juego que hace Lacan con el equívoco de la cifra, en tanto llamado a descifrar o como número que no convoca a ningún desciframiento, está compuesto el síntoma.
Fuego en el bosque: signo de lo real
Unos años más adelante, en su “ultimísima enseñanza”, esa que para Miller se inicia en la clase del 13 de abril de 1976, en su Seminario 23, y que comienza así:
Yo inventé lo que se escribe como lo real. Naturalmente, a lo real no basta escribirlo real. Unos cuantos lo hicieron antes que yo. Pero yo escribo este real con la forma del nudo borromeo, que no es un nudo sino una cadena, que tiene ciertas propiedades. En la forma mínima en que tracé esta cadena, se necesitan por lo menos tres elementos. Lo real consiste en llamar a uno de estos tres real. (Lacan, 1975-76 [2006], p. 127)
El invento lacaniano de lo real es uno de los tres elementos de la cadena, pero Lacan también juega con escribir este real con el nudo borromeo. Agrega:
Estos tres elementos, anudados, como se dice, en realidad encadenados, constituyen una metáfora. No es nada más, por supuesto, que metáfora de la cadena. ¿Cómo es posible que haya una metáfora de algo que es solo número? Por esto, llamamos a esta metáfora la cifra. Hay varias maneras de trazar las cifras. La manera más simple es la que designé con el rasgo unario. (Lacan, 1975-76 [2006], p. 128)
¡Otra vez la cifra!
El uso del equívoco por parte de Lacan en estos momentos se convierte en una de las modalidades por excelencia de transmisión[5] y, a la vez, en el núcleo de la operación de la interpretación.
Recordemos que Lacan ya advertía que cada “redondel es ciertamente la representación más eminente del Uno” (Lacan, 1972-73 [2006], p. 173). Notemos que “(…) a despecho de esas construcciones ternarias y cuaternarias, lo que gobierna la enseñanza de Lacan hasta el Seminario 22 es constantemente un binario. Es en relación con ese binario fundamental como se inscribe el ternario R.S.I. como innovación” (Miller, 2012, p. 288). Cuando más adelante Miller se ocupe de la “ultimísima enseñanza” sostiene que:
Para Lacan, hay claramente un empuje al unarismo, una búsqueda -incluso mediante el juego de palabras- de decir a la vez el significante y el goce, el sentido y el objeto a. En esta línea, llego incluso a pensar que la última enseñanza de Lacan se presenta como tríplice, es decir, se sustenta en la trinidad de lo real, lo simbólico y lo imaginario, que ya había destacado hacía tiempo pero que nunca tematizó como tal y puso en el primer plano de sus manipulaciones; es en definitiva para aparejar el empuje al unarismo. (Miller, 2011, pp. 279-280)
Se trata del momento explícitamente peirceano en Lacan:
Un tal Charles Sanders Peirce ha construido sobre este asunto su propia lógica, lo que, debido al acento que pone en la relación, lo lleva a hacer una lógica trinitaria. Yo sigo completamente el mismo camino, salvo que llamo a las cosas por su nombre — simbólico, imaginario y real, en el buen orden. (Lacan, 1975-76 [2006], p. 119)
Así, al saltar de un islote a otro arribamos en esta travesía a la segunda cita: “(…) todo lo que es mental, al fin y al cabo, es lo que escribo con el nombre sinthome, es decir, signo” (Lacan, 1976-77 [2006], p. 37).
Lacan le da una nueva vuelta al “humo”, si puedo decirlo así, nuestra tierra firme del comienzo. Ya no se trata solo del signo de un fumador: “El signo es de inmediato captado del siguiente modo: si hay fuego alguien lo hizo. Aunque uno se percate después que la selva arde sin que haya un responsable” (Lacan, 1975 [1988], p. 135).
Algo acontece. Además de un fumador ex-siste el rayo, que introduce lo real en el signo, lo que acerca el signo aún más a lo real, en tanto signo absoluto, sin valor relativo, fuera de sistema, “algo que no quiere decir otra cosa” (Brodsky, 1999, p. 23).
Al sinthome no se lo descifra sino que se trata de saber-hacer ahí con el modo singular de goce, el hay de lo uno como respuesta al no hay relación sexual.
El día de su cumpleaños, en esa clase tan especial del Seminario 23, que Miller marca a fuego en su lectura de la “ultimísima enseñanza”, termina con Lacan leyendo varias preguntas que le habían acercado por escrito. El Lacan fumador dice: “Les agradezco por haberme enviado sus preguntas, dejando de lado esta: —¿Su cigarro torcido es un síntoma de su real? Ciertamente. Mi cigarro torcido tiene la más estrecha relación con la pregunta que planteé sobre la recta igualmente torcida” (Lacan, 1975-76 [2006], p. 137).
Notas
[1] Dentro de la orientación lacaniana encontramos cuatro grandes momentos donde Miller comenta el uso del signo en la enseñanza de Lacan, fundamentalmente, en los cursos Los signos del goce (1998), La fuga del sentido (2012), La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica (2011) y Todo el mundo es loco (2015).
[2] En 1970, en “Radiofonía” Lacan por medio de “parábolas, es decir, para despistar” juega con el signo y Ulises, el humo del fuego de la isla es para designar a alguien, a Ulises: “Es dudoso que Ulises sin embargo proporcione el alguien, si tenemos en cuenta, que él también es nadie (n’est personne). Él es en todo caso persona (personne) en que se engaña una fatua polifemia. Pero la evidencia de que no es para hacer signo a Ulises que los fumadores acampan, nos invita a mayor rigor con el principio del signo” (Lacan, 1970, p. 21). Lacan apunta en este texto al objeto a para lo cual se vale del ingenioso Ulises, cuyo nombre quiere decir nadie en griego, para subrayar que no se trata de un alguien, de un sujeto divido entre los significantes, sino que se vale del signo para apuntar al goce en tanto objeto a.
[3] Es preciso mencionar que el inventor de las ciencias de la computación, Alan Turing, logró descifrar el código alemán de encriptación utilizado en la segunda guerra mundial.
[4] En francés ce qui fait insigne, expresión con “numerosos juegos de palabras homofónicos, puede traducirse por: lo que hace insignia, lo que hace signo, lo que hace uno, signa, incluso, lo que hace un cisne” (Miller, 1986-87, p. 8)
[5] El título del Seminario 24 representa el súmmum de este ejercicio.