Resumen
El presente trabajo intenta diferenciar dos nociones en la enseñanza de Lacan referidas a la histeria y a la posición femenina. La primera en relación a lo que Lacan ha denominado síntoma de otro síntoma como característico de la histeria que remite a su particular relación con la sexualidad y con los hombres, sostenida fundamentalmente por el amor al padre. La segunda, respecto de situar a la posición femenina como la posibilidad de ser síntoma de otro cuerpo en su relación con un hombre. Esta diferenciación no solamente permite ubicar los modos por los cuales una mujer se relaciona con un hombre según la posición en la que se coloque, sino que también permite ubicar cuál será la relación que tenga con su propio cuerpo, pues en la histeria se verifica lo que Lacan denominó “rechazo del cuerpo”, mientras que para la posición femenina se verifica un consentimiento en la relación con su cuerpo y con el goce femenino.
Introducción
En la presentación del tema del X Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, en su texto El inconsciente y el cuerpo hablante (Miller, 2014), Jacques-Alain Miller plantea que “el sinthome de un parlêtre es un acontecimiento de cuerpo, una emergencia de goce. Por otra parte, nada indica que el cuerpo del que se trata sea el propio. Si se es una mujer, se puede ser el síntoma de otro cuerpo. Hay histeria cuando hay síntoma de síntoma, cuando alguien se vuelve síntoma del síntoma del otro, es decir un síntoma en segundo grado” (Miller, 2014, p. 27). Es por ello que a partir de esta referencia se tratará de precisar la diferencia entre el síntoma de otro síntoma, o síntoma del Otro tal como se presenta en la histeria, del síntoma de otro cuerpo, tal como podemos elucidar en la posición femenina. Es importante aclarar en este punto que si bien no podemos decir que la histeria es exclusivamente femenina –puede muy bien haber hombres histéricos–, hay que decir que es preferentemente femenina. De ahí la opción de hacer esta comparación entre la posición histérica y la posición femenina a partir de su relación con los síntomas, con el cuerpo y con el hombre.
El título elegido, Cuando se juntan dos cosas que no se habían juntado antes resulta de la intención de abordar entonces lo que resulta de juntar cuerpo y lenguaje, síntoma y cuerpo, hombre y mujer. Esta expresión ha sido extraída de una novela de Julian Barnes titulada Niveles de vida. Este escritor inglés –autor de otras novelas como El loro de Flaubert, Antes de conocernos, Hablando del asunto, del libro de cuentos La mesa limón, entre muchas otras obras–, se sirve de tres relatos, aparentemente aislados pero unidos por un hilo conductor, para reflexionar y hacer el duelo por su esposa recientemente fallecida. Recorrerá a lo largo de la novela encuentros, uniones de cosas y personas que nunca antes se habían unido, y lo que resulta de esos encuentros tan peculiares.
Juntar el lenguaje y el cuerpo
“Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante” (Barnes, 2013 [2014], p. 11). Julian Barnes iniciará su relato con una juntura muy particular. Felix Tournachon conocido como Nadar, periodista, caricaturista y fotógrafo, juntó dos cosas que hasta el momento nadie había puesto juntas: “Las cosas que Nadar había juntado y que nadie había juntado antes eran dos de sus tres emblemas de la modernidad: la fotografía y la aeronáutica” (Barnes, 2013 [2014], p. 28) Fue el primero en obtener fotografías aéreas de la ciudad de París a partir de colocar un dispositivo fotográfico en un globo aerostático. La fotografía, ese arte recién aparecido, había abandonado paulatinamente los límites del estudio fotográfico para inventariar edificios, luego monumentos antiguos, las profundidades de la ciudad de París, y alcanzar finalmente la altitud.
El psicoanálisis da fe de que lo primero que se junta y que no se había juntado antes es el lenguaje, o lalengua, y el cuerpo. O incluso, podríamos decir, el inconsciente y el cuerpo. Ese es el misterio del cuerpo hablante, como afirma Lacan en su Aun.
En ese sentido, otra digresión literaria nos conduce a otro cuento, o mejor dicho, a un libro de cuentos titulado El hombre ilustrado, de Ray Bradbury. La primer historia que da título a la obra, y que está escrita por ello en itálica para diferenciarla del resto de los cuentos, relata la historia del hombre ilustrado, un sujeto con el cuerpo completamente tatuado de historias que cobran vida, que se cuentan mientras él duerme para quien quiera verlas. El libro entero consta de esos cuentos, de cada una de las historias que ilustran su cuerpo. Dice el hombre ilustrado: “Es curioso. No se las siente, pero están ahí” (Bradbury, 1951 [1980], p. 10). Así, los cuerpos de los seres hablantes también portan sus marcas con las cuales muchas veces “se hacen historias”, o que resultan de historias, marcas que quedan del encuentro del organismo con el lenguaje. Desde el momento que nos incorporamos al lenguaje, desde que el lenguaje entra en nuestro cuerpo, nos da un cuerpo y nos sostiene, ese cuerpo ya no puede escapar a esas marcas que están ahí, que no se sienten pero se hacen sentir en los síntomas y en su goce. Hay un encuentro azaroso entre el cuerpo y el significante, encuentro que al mismo tiempo que mortifica el cuerpo, recorta una parcela de carne que, en su palpitar, anima al universo mental. Podría decirse que ese encuentro “marca al cuerpo con una traza inolvidable, lo que llamamos acontecimiento de cuerpo que siempre es un acontecimiento de goce” (Miller, 2011).
Podríamos decir, parafraseando ambas referencias, que de juntar esas dos cosas que no estaban juntas surge algo nuevo: el síntoma. Se produce así un encuentro, se juntan el significante, el goce y el cuerpo.
El síntoma histérico, en su definición más clásica, la freudiana, es un claro testimonio de este encuentro pues resulta del modo en que las palabras seccionan el cuerpo, marcando las vías por donde adviene el goce. Aquello que caracterizará al síntoma histérico es el hecho de inscribirse en el cuerpo, tal como lo ubica Freud desde el inicio de su obra cuando plantea que el mecanismo de su constitución consiste en la separación del monto de afecto enlazado a las representaciones, afecto que al separarse de ellas inervará una parte del cuerpo, o mejor dicho, los recortes significantes del mismo. Pero esto no puede producirse sin cierta solicitación somática brindada por un proceso normal o patológico en el interior de un órgano del cuerpo, como lo plantea Freud, a lo que se le suma un significado psíquico, un sentido. Ese proceso en el interior de un órgano, “es la marca en el cuerpo de lo intolerable: que el fin de la pulsión no sea más que la modificación del cuerpo propio experimentada como satisfacción”; las marcas en cada uno del exilio de la relación sexual resultado del verdadero traumatismo: el encuentro del cuerpo con lalengua (Miller, 2003, p. 386).
Paradójicamente, Lacan entiende la complacencia somática en la histeria como rechazo del cuerpo; es la histérica que “se opone a hacerse un cuerpo” (Lacan, 1969-70 [1992] p. 99). Por la relación al goce fálico característico en ella, el sujeto queda fijado a su cuerpo como Uno. El hecho de tener un cuerpo y no de serlo, tiene como consecuencia que no sea posible identificarse con él, de lo que resulta el fascinante apego a la imagen tan pregnante en la histeria. Podemos leer ese rechazo, entonces, como “no tomarse por la mujer”, no asumir el rol que le toca en la conjunción sexual. “Lo que es rechazado del goce sexual es la infinitización del goce como absoluto” (Miller, 1998-99 [2008], p. 48), ese goce absoluto e infinito que es el goce femenino.
De esta manera, por medio de su síntoma la histérica se opone a hacerse un cuerpo, se trata del rechazo del cuerpo que puede entenderse en varios sentidos. Como rechazo del cuerpo propio, es decir, rechazo de lo que de su propio cuerpo podría presentarse como Otro: el goce femenino que podría hacerla Otra para sí misma. Al fin de cuentas, el propio cuerpo en sí mismo siempre es un poco Otro para el sujeto, le es ajeno, extraño. También podría pensarse como el rechazo del cuerpo del Otro, en este caso el hombre, pues como afirma Lacan “el valor del hombre reside en el órgano, no para que la histérica sea feliz con él sino para que otra la prive de él”, atribuyendo a la histeria el goce de la privación del goce fálico. (Lacan, 1969-70 [1992], p.100) En este punto resta la pregunta de si este goce de la privación del goce fálico, no podría ser un antecedente del goce femenino como ese goce más allá del falo que nada tiene que ver con él. Lo que sigue resultando evidente es la maniobra de la histérica para evitar el encuentro con el Otro sexo.
Y más aún, podríamos ubicar, siguiendo a Miller, el rechazo del cuerpo del otro en el propio cuerpo, es decir el niño, la reproducción. En ese sentido, el cuerpo histérico tiende a embrollarse con la reproducción de la vida y rechaza su propio cuerpo, lo que aparece connotado por el afecto del asco. En la actualidad, muchos médicos se alarman con la creciente cantidad de casos de infertilidad en mujeres jóvenes sin síntomas orgánicos que lo imposibiliten, así como con la cantidad de partos prematuros cada vez más frecuentes.
Sin embargo, a esta concepción del síntoma histérico le falta un componente fundamental: como lo plantea Eric Laurent (2013) “Lo que constituye el eje en torno al cual gira la organización del síntoma histérico es el amor al padre. Es lo que mantiene a su cuerpo estable. Ese cuerpo fragmentado, siempre a punto de deshacerse”. Laurent propone un trabajo de lectura de la reformulación de la histeria a partir de realizar un recorrido de la enseñanza de Lacan partiendo de la clase del 9 de mayo de 1976 del Seminario El Sinthome, hasta llegar a la Conferencia en Bruselas sobre la histeria, del 26 de febrero de 1977.
En la clase antes mencionada del Seminario El Sinthome, titulada por Miller “De una falacia que es testimonio de lo real”, Lacan plantea una noción que podría resultar muy actual: cómo pensar los síntomas histéricos allí cuando las versiones de padre no solo son variables sino que también son inconsistentes, algo tan característico de nuestro tiempo. Lacan propone una noción que denomina “histeria rígida”, concebida a partir de situar la existencia de un síntoma separado del sentido, caso opuesto a la definición clásica del síntoma; se trataría de una histeria sin su partenaire-intérprete, una histeria sin el amor al padre. Laurent propone que para poder abordar estas histerias rígidas hay que servirse de lo propio de la práctica psicoanalítica, que es el hecho de apunta a rozar lo real a partir de la manejo de la verdad más allá del amor al padre.
Si seguimos el recorrido propuesto por Laurent, en la primera clase del Seminario 24 del 16 de noviembre de 1976, Lacan retoma las tres identificaciones y vuelve a la cuestión del amor al padre en la histeria:
Recuerdo muy bien que hay para Freud al menos tres modos de identificación, a saber, una identificación para la cual se reserva, no se sabe bien por qué, la calificación de amor, es la identificación al padre; una identificación hecha de la participación –la de internado de señoritas que evoca Freud, la identificación por contagio– y luego la que él fabrica de un rasgo, que Lacan tradujo como rasgo unario (Lacan, 1976).
La identificación participativa implica un partenaire, hay en juego dos: “La histeria era dos. Ese dos no es solamente el lazo entre la histérica y su intérprete, sino que también designa el hecho de que la histérica extrae un síntoma de aquel de quien está enamorada” (Laurent, 2013). El ejemplo princeps es Dora afónica, identificándose a lo que cree que es el goce del padre abocado al cunnilingus con la señora K. Dice Laurent:
La afonía pone en juego su boca misma dentro de esa participación en el goce del Padre. El padre es objeto de amor, pero ese amor implica una participación en el goce, articulación de las tres identificaciones. La participación en el goce al cual Dora se identifica es un rasgo del padre (Laurent, 2013).
Podríamos decir incluso que esa identificación al rasgo que comporta un goce es precisamente identificarse al síntoma del Otro. Recordemos que el síntoma de la tos de Dora hace serie con la tos del padre y la tos de Freud, dos hombres significativos en su vida.
Si bien entonces podemos con esto ilustrar la noción del síntoma histérico como síntoma de otro síntoma, o como síntoma de Otro, ¿cómo contraponer esta noción de síntoma con la propuesta de Lacan para la mujer, la de “ser síntoma del otro cuerpo”?
En su conferencia “Joyce, el Síntoma”, dice:
Así pues, individuos que Aristóteles toma por cuerpos pueden no ser nada más que síntomas ellos mismos relativamente a otros cuerpos. Una mujer, por ejemplo, es síntoma de otro cuerpo. Si no se da el caso, una mujer queda síntoma denominado histérico, con lo que se quiere decir último. O sea, paradójicamente, que solo le interesa otro síntoma (Lacan, 1979 [2012], p. 595).
Y agrega más adelante “Un síntoma histérico, resumo, es el síntoma para lom [el hombre] por interesar al síntoma del otro como tal: lo que no exige el cuerpo a cuerpo” (Lacan, 1979 [2012], p.596). Al síntoma histérico, entonces, le importa otro síntoma, pero no otro cuerpo, ni el propio ni ningún otro.
Una mujer, un hombre, el síntoma
“Juntas dos cosas que no se habían juntado antes; y a veces funciona y otras veces no” (Barnes, 2013, [2014] p.43). Pilâtre de Rozier había proyectado ser el primero en cruzar el Canal de la Mancha desde Francia a Inglaterra en un globo de aire caliente. Para ello construyó un aerostato colocando un globo de hidrógeno arriba y un globo de aire caliente abajo. Juntó esas dos cosas e hizo el intento de cruzar el Canal desde el Pas-de Calais, pero antes de haber alcanzado la costa, todo el aerostato como una lámpara celestial de gas cayó a la tierra, muriendo así el piloto y el copiloto.
Juntas a dos personas que no se habían juntado antes; y a veces el mundo cambia y a veces no. Pueden estrellarse y arder, o arder y estrellarse. Pero hay veces que se hace algo nuevo y entonces el mundo cambia. Juntas, en esa primera exaltación, en esa primera elevación estruendosa, son más grandes que sus dos egos separados. (Barnes, 2013, [2014] p.44)
El síntoma, entonces, es la articulación significante en el cuerpo. Implica un modo de gozar del inconsciente, de la articulación significante; pero también implica un modo de gozar del cuerpo del Otro (ya sea del cuerpo propio que siempre tiene cierta dimensión de alteridad) pero también, como dice Miller, del cuerpo del prójimo como un medio de goce del cuerpo propio. Por ello, en su curso El partenaire-síntoma afirma que “el síntoma designa aquello con lo que se debe vivir, de eso se trata en el síntoma-partenaire”, haciendo referencia al síntoma al final del análisis, uno de los huesos del análisis (Miller, 1997-98 [2008] p. 409). Sin embargo, basta dar vuelta la vuelta de página para encontrarse en ese mismo curso con la referencia al partenaire-síntoma; de este modo, el síntoma-partenaire, en el sintagma “soy como gozo”, se convierte en una vestidura que se le pone al Otro y que lo transforma, lo viste de partenaire-síntoma, en una nueva definición del Otro como medio de goce, es decir, el Otro representado por el cuerpo y el Otro como lugar del significante.
Que la mujer sea síntoma del hombre, ¿implica que soporte ser aquello que le permite al hombre gozar del inconsciente? ¿O bien que soporte ser síntoma del cuerpo del otro en el encuentro entre los cuerpos? ¿O que sea ambos soportes a la vez?
Por un lado, Lacan en el Seminario El Sinthome plantea que hay pareja porque hay lazo del sinthome con algo en particular, y ubica que ese algo particular es el inconsciente (Lacan, 1975-76 [2006]); es más, el sinthome es lo que se enlaza con el inconsciente, mientras que lo imaginario se liga con lo real. Sin embargo, Lacan agregará más adelante que “el hombre hace el amor con su inconsciente”, en el sentido de “con” como instrumento y “con” como partenaire (Lacan, 1975-76 [2006])). Podríamos decir, entonces que cuando se trata de que una mujer sea síntoma de un hombre ella presta su cuerpo para que el hombre, a través de ella, goce de su propio inconsciente, y obtenga de ese encuentro su cuota de goce fálico. Por otra parte, sólo podrá acceder a ella con su propio inconsciente, es decir, como se planteó anteriormente, como partenaire y como instrumento. Aun así, sigue quedando oscura la afirmación de que la mujer es síntoma de otro cuerpo.
La histérica goza del padecer de su síntoma adherida al estatuto imaginario del cuerpo en su valor fálico, razón por la cual es al mismo tiempo rechazado. Aun cuando su síntoma sea producto de la identificación al síntoma del otro (ser síntoma de síntoma) será en un falso dos sostenido por el amor al padre, pues se nutre del goce fálico que la fija al cuerpo como Uno en su goce, al mismo tiempo que lo rechaza como cuerpo extraño. Incluso en el hombre, el lazo de la posición masculina lo fija más a “su” cuerpo. De ahí que desde otra perspectiva podamos afirmar que “la histérica hace de hombre”. Al juntarse con el hombre, entonces, puede estrellarse con el síntoma del otro y arder así en su propio síntoma, o arder por su amor al padre y estrellarse en el encuentro con un hombre al rechazar el cuerpo del Otro a través de la procuración de la otra mujer.
Eric Laurent (2003) plantea que en la posición femenina es posible romper la creencia en el Uno del cuerpo para preferir el goce como Otro, y poder inscribirse en una relación directa del cuerpo al goce Otro. “La identificación al síntoma puede permitir la conexión, la descentralización del sujeto hacia otro cuerpo, el del hombre, por ejemplo” (Laurent, 2003, p. 118).
¿Qué es ser síntoma del hombre, entonces? Será soportar ser el modo de gozar del inconsciente para un hombre, y ser el síntoma de otro cuerpo. ¿Por qué una mujer lo soportaría? Porque lo que quiere es gozar del cuerpo, no como imagen fálica sino del cuerpo –podríamos decir– como carne. Tal vez, en el encuentro con un hombre, al juntarse esas dos cosas que no se habían juntado antes, pueda producirse la elevación y la exaltación de un goce Otro.
La histérica goza de la falta y para gozar del cuerpo manda a la otra, delega en otra su lazo al hombre. Es un sujeto que se opone a hacerse su cuerpo, lo rechaza por medio de sus síntomas. Una mujer, en su posición, querrá gozar y hacer gozar a su partenaire. Se prestará a ello no sin que medie el amor, y no al padre precisamente.
En las fórmulas de la sexuación elaboradas por Lacan se puede ubicar cómo se determina el estatuto del partenaire-síntoma para cada sexo. Del lado hombre, el partenaire está determinado como objeto a, lo que hace que su partenaire-síntoma tenga la forma del fetiche, y que su relación con una mujer esté siempre determinada por su propio fantasma. Del lado mujer, el partenaire está determinado como Ⱥ por lo cual toma la forma de la erotomanía, la demanda de amor al desnudo bajo la modalidad de “que el otro la ame”, lo que algunas veces puede llevarla a la caída estrepitosa en el estrago. Al final de un análisis, en el pase, el hombre tiene que resolver la cuestión del fantasma, es decir, el hecho de hacer el amor con su inconsciente, y la mujer resolver la cuestión de su erotomanía. El amor tendrá siempre, en ambos, ese rasgo de invención.
Para concluir, volvamos al escritor que nos sugirió esa interesante expresión, la de “juntar cosas que no se habían juntado antes”.
Vivimos a ras del suelo, en lo llano, y sin embargo aspiramos a elevarnos (…) Algunos se elevan por medio del arte, otros con la religión; la mayoría, con el amor. Pero al elevarnos, también podemos caer en picado (…) Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción, Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces, para ambos. Entonces, ¿por qué aspiramos continuamente al amor? Porque el amor es el punto de encuentro entre la verdad y la magia. La verdad, como en la fotografía; la magia, como en los globos aerostáticos. (Barnes, 2013 [2014], pp.49 -50).
En el encuentro de una mujer con un hombre, el amor, el deseo y el goce jugarán su partida de acuerdo a cómo cada una se relacione con su síntoma y con su cuerpo, ya sea vía el amor al padre, haciendo del síntoma del otro su propio síntoma para gozar fálicamente excluyendo el encuentro con el Otro goce, ya sea por la vía del amor a un hombre consintiendo a ser su síntoma. Cada una, en su posición, encontrará el modo, mejor o peor, de sobrellevar el encuentro que se produce cuando se juntan dos que no se habían juntado antes.
En ese sentido, parafraseando al novelista, el amor bien podría ser el encuentro entre la verdad mentirosa del significante, y la magia del goce que bordea lo real.