El signo. Un asunto lacaniano

MARIANA GÓMEZ

Resumen

El presente artículo examina la noción de signo lingüístico y las lecturas y usos que Lacan realizó. La autora propone examinar cómo Lacan se sirve de las distintas teorías del signo, en sus diferentes tiempos y reformulaciones a lo largo de su enseñanza. Se inicia el recorrido con la noción de signo lingüístico acuñado por de Saussure. Es en la propuesta de Ferdinand de Saussure, de una estructura binaria del signo donde Lacan encuentra un isomorfismo entre el inconsciente freudiano y la estructura del significante. También se encuentran articulaciones con las teorías de Jackobson, Peirce, Benveniste y Barthes para, finalmente, dar cuenta de como Jacques Lacan se sirve en su última enseñanza de la noción de signo planteada por Charles S. Peirce.

El signo es la noción básica de toda ciencia de lenguaje;
pero, precisamente a causa de esta importancia,
es una de las más difíciles de definir. 

Ducrot, o. y Todorov, 1974

Ducrot y Todorov en Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (1974) señalan que las definiciones clásicas del signo son a menudo tautológicas, incapaces de captar su especificidad. En general estamos de acuerdo en que todos los signos remiten necesariamente a una relación entre dos. Pero el hecho de identificar la significación con la relación hace imposible diferenciar entre dos planos que son de por sí muy diferentes. Los autores plantean que por ejemplo, el signo “madre”, por un lado, está por fuerza ligado al signo “hijo”, pero, por el otro, lo que “madre” designa es madre y no hijo.

San Agustín, propone en una de las primeras teorías sobre el signo: “Un signo es algo que, además de la especie abarcada por los sentidos, hace que otra acuda por sí sola al pensamiento.” Pero hacer acudir (o “evocar”) es una categoría demasiado estrecha y a la vez demasiado amplia: presupone, por un lado, que el sentido existe fuera del signo (para que sea posible hacerlo acudir hasta él) y, por el otro, que la evocación de una cosa por medio de otra siempre se sitúa en el mismo plano (Ducrot, Todorov, 1974, p. 121).

Ahora bien, si el sonido de una sirena puede evocar un bombardeo o la guerra o la angustia o el miedo… ¿el signo sería, entonces, algo que reemplaza otra cosa?  O sería, más bien, una sustitución demasiado singular, ya que no es posible ni del lado del sentido, ni del lado del referente, como tales, insertarse en el interior de una frase en lugar de la palabra.

Tal vez, podríamos definir a un signo, y con prudencia, como una entidad que puede hacerse sensible y que para un grupo definido de sujetos señala una ausencia en sí misma. Para de Saussure, la parte del signo que puede hacerse sensible se llamará “significante” y la parte ausente “significado”. La relación que mantienen entre ambos, significación.

A partir de esta definición, nos encontraremos con diversas variaciones de la misma, que a su vez estarán atravesadas, a lo largo del siglo XX, por posturas teóricas, críticas y hasta ideológicas, diferentes. Este terreno un tanto inconsistente y discontinuo ha dado lugar a un campo disciplinar diverso y heterogéneo, caracterizado además, por la labilidad de sus fronteras, como es el de la Semiótica.

Advertimos, por tanto, la dificultad, si no la imposibilidad, para cernir un concepto tan vasto como es el del signo. Más bien, deberemos contentarnos con intentar una reflexión sobre su utilidad como objeto autónomo a la hora de elaborar una teoría. Su utilidad y productividad a partir de la cual grandes pensadores y autores han podido elaborar una episteme propia y singular. Por citar algunos de ellos: Saussure, Jackobson, Peirce, Benveniste, Barthes, y, claro está, Jacques Lacan.

Desde este punto de partida, entonces, me propongo con este trabajo mostrar cómo Lacan se sirve de las distintas teorías del signo, en sus distintos tiempos y reformulaciones a lo largo de su enseñanza. Es decir, desandar el concepto a partir de la apropiación que Lacan hace de éste.

Primer tiempo. Lacan del lado de la lingüística y del estructuralismo

Desde un primer momento Lacan se mostró interesado por la lingüística[1], la saussuriana y la post saussuriana. Sin embargo, sostiene Milner, sus métodos propios (por ejemplo la conmutación, los pares mínimos, etc.), no serán por él utilizados. Su enunciado “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” (Lacan, 1964 [2010], p.28) demuestra que el inconsciente tiene propiedades que estudia la lingüística, sin embargo, a Lacan los procedimientos mediante los cuales éstas se establecen no será lo que más le importe (Milner, 2003).

Este primer momento lacaniano se abre con Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis en 1953 y es en la propuesta de una estructura binaria del signo de Ferdinand de Saussure que Lacan encuentra un isomorfismo entre el inconsciente freudiano y la estructura del significante.

De Saussure

La importancia de de Saussure radica principalmente en su intento por encontrar los principios fundamentales de la lingüística, principios según los cuales podía desbrozarse el dominio heteróclito del lenguaje para conceptualizar la lengua como objeto homogéneo, con estatuto de objeto científico. La lingüística sería la ciencia que se ocuparía de éste.

de Saussure (1976) inaugura un modo de concebir y abordar este objeto científico, en donde lo central es poder establecer ciertos principios generales que puedan sostenerse sin contradicciones o ambigüedades. A partir de las formulaciones saussurianas se deja de lado la concepción de hecho lingüística y adquiere prevalencia la noción de “relación”. La concepción de la lengua como sistema, como forma y no sustancia, y de la co-determinación de sus elementos permite posteriormente la consolidación del concepto de estructura, y aunque de Saussure no haya usado este concepto en un sentido doctrinal, está contenido en su concepción original de la lengua. Para este autor, la lengua es fundamentalmente un instrumento de comunicación (Ducrot y Todorov, 1974, p. 29).

Hasta fines del siglo XIX los filósofos estaban de acuerdo en definir la lengua como expresión del pensamiento, pero a partir de las contribuciones de Saussure este fraccionamiento entre pensamiento y lenguaje se vuelve insostenible porque la lengua, para de Saussure, ejerce una función articuladora, el deslinde recíproco de unidades, al tiempo que se comienza a definir a ésta como una entidad autónoma y arbitraria.

  1. de Saussure define a la unidad lingüística como entidad doble, formada por dos términos unidos por un enlace asociativo, este postulado se opone al de la lengua como nomenclatura que supone ideas ya formadas. El signo lingüístico no es la unión de una cosa con un nombre, sino la vinculación de un concepto con una imagen acústica, a las cuales llamará significado y significante, respectivamente; y signo a la unión entre ambas (Saussure de, 1976).

Esta vinculación es estrictamente arbitraria, ya que se diferencia del símbolo (al cual asigna un rudimento de índole natural entre significado y significante) y “proviene del hecho de que el pensamiento, considerado antes de la lengua, es como una “masa amorfa” (…) que se presta a todos los análisis posibles, sin privilegiar a ninguno con respecto a los demás (…)” (Ducrot y Todorov, 1974, p. 30).

No existen razones de orden natural que autoricen la unión de un cierto concepto con cierta imagen acústica. En ese sentido, la arbitrariedad se presenta como un hecho que no admite discusión. Si Lacan discute la arbitrariedad del signo, como veremos más adelante, es para poner en valor la fijeza del significante inconsciente (cuyo estatuto es el de la escritura) sobre el significado.

El valor de una entidad lingüística está dado por su oposición y relación con las demás entidades del sistema, su más exacta característica es ser lo que otros no son (Ducrot y Todorov, 1974, p. 33). La noción de valor se desenvuelve en los órdenes constitutivos del signo: el conceptual y el material, haciendo referencia al significado y al significante respectivamente (Saussure de, 1976).

Por eso, la noción de valor lleva a entender la producción del sentido no como la correlación de un significante con un significado, sino como un deslindamiento vertical de dos masas amorfas, de “dos reinos flotantes paralelos” (Rifflet-Lemaire, 1971, p. 45).

Por lo tanto, para de Saussure, la lengua es un sistema de diferencias fónicas y conceptuales, donde el contenido de una entidad lingüística sólo estará verdaderamente determinado por lo que está fuera de ella. Por el hecho de formar parte de un sistema reviste significación, pero sobre todo posee un valor. Así, el valor de un término está determinado por todo lo que lo rodea (Saussure de, 1976).

Para de Saussure la lengua es un sistema formal, abstracto, anónimo, coercitivo, producto social, que hace posible los actos de habla o actuaciones individuales y concretas. Tomar al lenguaje, hecho social e individual, como objeto de estudio de la lingüística implicaba pisar un terreno heteróclito e indeterminado, puesto que éste posee un carácter multiforme y heterogéneo. El único medio concreto que se le presentó a de Saussure fueron las lenguas, para acceder a través de ellas al carácter de la lengua en su universalidad, como norma de toda manifestación del lenguaje. De esta manera, considerará a la lengua como totalidad en sí misma y como principio de clasificación.

Asistimos así, a un desglosamiento de la lengua respecto del lenguaje, sin desconocer que es una parte esencial de éste, producto social que el individuo registra pasivamente, la cual es imperativa en sus formas, sin perder su característica de contrato y convención. Por su parte, el habla adquiere un estatuto secundario, sería un acto individual de voluntad e inteligencia y, desde el punto de vista semántico, un fenómeno subordinado a la lengua (Saussure de, 1976).

Lacan, en su retorno a Freud, reconoce estos desarrollos. Le interesa de la teoría saussuriana, el planteo sobre la lengua, desglosada del lenguaje y como estructura compuesta de elementos diferenciales, pero se distancia de de Saussure, en tanto dirá que la unidad básica del lenguaje no es el signo, sino el significante, por lo tanto, también lo es del inconsciente.

F. de Saussure había esquematizado el concepto de signo lingüístico de la siguiente manera:

Para de Saussure, como dijimos, el signo lingüístico es una entidad de dos caras. En una, ubica el significado (el concepto), en la otra y por debajo, el significante (la imagen acústica). Las flechas indican la implicación recíproca entre el significante y el significado. Esta unión es estable y fija a nivel sincrónico y conforma una unidad indisoluble. Por eso está encerrada en una elipse. Esta noción de signo tiene más bien en cuenta el significado y excluye la posibilidad de que el significante cobre estatuto propio (Saussure de, 1976)[2].

Reformulando la fórmula saussuriana, Lacan sostiene que hay un orden de significantes puros, que existen antes que los significados. El inconsciente está estructurado como un lenguaje por estos significantes y su orden lógico. El lenguaje no está compuesto de signos sino de significantes, por eso invierte la relación y ubica al significante por sobre el significado. La barra, que resulta reforzada, ya no implica unión sino resistencia, debe considerarse como una barra a franquear, pues el significado debe advenir[3] (Lacan, 1955-56).

En este sentido, cuando Lacan aborda el problema de la significación entiende que la unidad ya no es el signo (por ejemplo la palabra del diccionario), sino la cadena significante que engendra un efecto de sentido. Por eso, el significado se desliza bajo el significante y la relación entre ambos es extremadamente inestable.

Sin embargo, también es necesario que haya puntos de fijación, de abrochamiento entre ambos, y a este anclaje lo denomina punto de capitone. Los puntos de basta o capitone son los lugares donde la aguja del colchonero ha trabajado para impedir que el relleno se mueva libremente. Es en estos puntos donde se “atan” entre sí significante y significado (Lacan, 1955-56). Para Lacan, se necesita un mínimo de estos puntos de almohadillado para que el resultado no sea una psicosis.

Es este concepto de capitone que lo lleva a Lacan a otro lingüista, Roman Jakobson, cuyos desarrollos resultaron determinantes como condición de producción de este momento lacaniano. A partir de Jakobson, Lacan concebirá el lenguaje como una estructura y esto lo llevará posteriormente a proponer su tesis: «el inconsciente está estructurado como un lenguaje» (1964 [2010] p. 28).

Jakobson

Jakobson integraba un grupo de lingüistas rusos que presentan sus primeros trabajos en 1926 en el Congreso Internacional de Lingüística de la Haya y que conformarían posteriormente lo que se dio en llamar el “Círculo Lingüístico de Praga”, a partir del cual el concepto de estructura adquirirá gran relevancia. Estos lingüistas propiciaban como objeto de estudio la estructura de los sistemas lingüísticos y son los principales responsables de la difusión de esta nueva concepción. Así, el método estructural concede la prioridad, según criterio de pertinencia, a las relaciones en detrimento de los términos de las relaciones (Sazbón, 1969).

Este grupo se interesó además, y muy especialmente, en proseguir los desarrollos de los problemas planteados por de Saussure[4], realizando algunos aportes como la redefinición de la noción de fonema (Sazbón, 1969). Éste es definido como la unidad mínima diferencial del sistema[5], concepto que posteriormente será utilizado por Lacan en su escrito La instancia  de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud  (1957[1988]).

Jakobson analiza los diversos tipos de oposición y la noción de correlación. Desde una lógica binaria, sostiene que analizando todo fonema en rasgos, todo rasgo puede ser concebido como el valor positivo o negativo de una propiedad, así toda oposición por compleja que pueda ser, se resume en un haz de las más simples simetrías. En este sentido, la ley de simetría vale tanto para lo más simple como para lo más complejo, donde algunos pares como código/mensaje, metáfora/metonimia, selección/contigüidad, correlación/disyunción, repiten el binario fonemático[6].

Jakobson (1960 [1976]) sostiene que existen dos directrices semánticas en todo discurso. Un tema puede suceder a otro a causa de su mutua semejanza o gracias a su contigüidad.  En la poesía trabajamos principalmente con la semejanza y en la prosa con la contigüidad, es decir, con la metáfora y la metonimia respectivamente.  Describe también, y ya en el campo de los trastornos del lenguaje, dos tipos de afasia. Una que tiene que ver con el trastorno de semejanza, es decir, con las relaciones de similitud o de sustitución, lo que es del orden del sinónimo y la metáfora; y la otra con el trastorno de contigüidad, la metonimia, o sea, las relaciones de alineación, articulación y coordinación sintáctica.

Lacan toma estos elementos en el Seminario 3 “Las psicosis” (1955-56), en La instancia de la letra (1957) y en De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis (1957), equiparando la metáfora a la condensación freudiana y la metonimia al desplazamiento, ubicando la primera operación como equivalente a lo que realiza el síntoma y a la segunda como la forma en la que se presenta el deseo, que es siempre deseo de otra cosa. En este sentido, lo metonímico está dado en que es algo sin fin, puesto que el deseo nunca se realiza.

En 1957 en El psicoanálisis y su enseñanza, a partir de Jakobson, Lacan concebirá el lenguaje como una estructura, utilizando el concepto de metáfora en su Seminario 4 La relación de objeto (1956-67) para introducir la frase “Metáfora paterna” que explica el carácter metafórico, es decir sustitutivo, del Complejo de Edipo, al tiempo que la considera un shifter[7].

Por último, Lacan equipara en este momento el concepto acuñado por el “Círculo Lingüístico de Praga”: fonema a la “letra”, en tanto estructura localizada del significante. Dice: «designamos como letra ese soporte material que el discurso concreto toma del lenguaje» (Lacan, 1957 [1988], p. 473). Por otra parte, había recurrido al cuento de Poe, La carta (lettre) robada (1955) para ejemplificar cómo una carta (lettre) pasa por varias manos, en tanto metáfora del significante que circula entre diversos sujetos. Una letra (carta) siempre llega a su destino y es por eso que el analista debe leer la palabra del analizante de manera literal. Como veremos más adelante, Lacan reformulará, posteriormente, este concepto de letra y propondrá una definición diferente.

Benveniste

Otro de los postulados que podemos considerar como condición de producción del discurso de Lacan respecto de la lingüística y los signos, han sido los de Emile Benveniste, quien a fines de la década del 60 plantea la necesidad de una lingüística diferente presentando una propuesta original y humanista. Benveniste pensaba en una lingüística que estudiara cómo el locutor se apropia de la lengua.

Benveniste define la semiótica como una lingüística del signo y a la semántica como una lingüística de la enunciación. Hay dos lingüísticas distintas, entre la semántica y la semiótica hay un hiato.

Para este autor, el sujeto se construye a través del lenguaje y el mundo se construye, a su vez, a partir de los actos de enunciación. Benveniste rompe con la idea de ver al lenguaje como un instrumento disociado del ser humano y a la palabra a partir de una función instrumental o vehicular, convertida en objeto. Para este lingüista, es a partir del lenguaje que el ser humano se constituye como sujeto, porque “[…] el sólo lenguaje funda en realidad. En su realidad que es la del ser, el concepto de ego” (Benveniste, 1979, p. 83). La subjetividad es la capacidad del locutor de plantearse como sujeto. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso.

Para Benveniste la noción de persona y sus aspectos psíquicos implican una descripción meramente lingüística. Coloca así al sujeto en el centro de las grandes categorías del lenguaje demostrando que este sujeto no puede distinguirse de la instancia del discurso, que es diferente de la instancia de la realidad. Por eso Barthes (1987) dice que Benveniste fundamenta lingüísticamente, es decir científicamente, la identidad del sujeto y de su lenguaje.

Por otra parte, Benveniste sostiene que el lenguaje no se distingue nunca de una socialidad, tomando al lenguaje en lo que Barthes (1987) llama sus concomitancias, es decir, el trabajo, la historia, la cultura, las instituciones, por lo tanto, lo que constituye la realidad del hombre. Estos aspectos son los que se consideran como determinantes en los procesos identificatorios que constituyen al sujeto. En ese sentido, la sociedad es precisamente sociedad porque habla. El individuo no es anterior al lenguaje, sino que se convierte en individuo en tanto habla. De allí que Benveniste plantea que no hay más que interlocutores.

La enunciación, para Benveniste, es la puesta en funcionamiento de la lengua, diferente del enunciado. Es el acto renovado gracias al cual el locutor toma posesión de la lengua. Así, en el enunciado quedan huellas, marcas del acto de enunciación, y es a partir de los procesos de enunciación que se producen enunciados. Por eso, el enunciado es el discurso o la serie lingüística, consecuencia del acto de la enunciación.

De este modo, la subjetividad deja huellas en el enunciado. Para Benveniste, estas huellas son, por un lado, los pronombres personales (de estos dependen, a su vez, otras clases de pronombres, que comparten el mismo estatuto), por el otro, los indicadores de la deixis o deícticos, demostrativos, adverbios, adjetivos, que organizan las relaciones espaciales y temporales en torno al sujeto tomándolo como punto de referencia y finalmente, los tiempos verbales en tanto una lengua distingue siempre tiempos, es decir, un pasado, un futuro, o un presente. Benveniste se refiere a estos como «formas vacías».

Sin embargo, lo que ocurre es que al eliminar toda referencia al habla, Benveniste elimina lo que según Saussure determina el habla, es decir, lo individual. Al separar lo individual de lo subjetivo, confirma el destierro del sentimiento que cada cual experimenta de ser el mismo, en contraposición, funda el sujeto y la subjetividad sobre una base material, el lenguaje proferido (Milner, 2003).

Lacan lo toma en El seminario sobre la carta robada (1955 [1988]) aunque, con cierta distancia, donde hace mención a la idea de cadena significante y en De un designio (1966). Pero hace pública su insatisfacción frente a la postura positiva y rigurosa de Benveniste en Radiofonía (Lacan, 1977 [2002]) donde, señala Milner, el tono es severo. Sin embargo, había tomado su noción de enunciación en 1946 en Acerca de la causalidad psíquica para describir las características del lenguaje psicótico, con su “duplicidad de enunciación”. Posteriormente, en Subversión del sujeto y dialéctica del deseo (1960 [2002]) utiliza el término para situar al sujeto del inconsciente. Así, en su Grafo del deseo (del mismo texto) aparece el enunciado como la palabra consciente, al tiempo que se refiere a la “enunciación inconsciente”. De esta manera, sostiene que el lenguaje proviene del Otro y que la idea de que “yo soy amo de mi discurso” es sólo una ilusión.

Peirce. Un primer encuentro, fallido

En este momento, Lacan establece su definición de significante: “un significante es lo que representa al sujeto para otro significante”. Esta fórmula es producida a partir de la de Peirce cuando define al signo como “algo que  representa algo para alguien”[8]. Lacan la modifica críticamente pero explicitando el soporte que encontraba en la misma. De esta manera, el significante (saussuriano), a diferencia del signo, “representa al sujeto para otro significante”. Esta definición es paradójica en relación a la de Peirce, ya que el término a definir, que es el significante, figura por segunda vez en el enunciado que la define que, como se ve, es formalmente circular (Miller, 2000).

Lacan introduce el significante a través de una definición circular porque esencial y estructuralmente se presenta con la forma de un binario que está puesto en evidencia en la definición misma. Así, no se puede pensar al significante solo, aislado, sino como un binario orientado en la medida en que se trata de un significante que tiene su valor de representación subjetiva para otro.

Vemos cómo Lacan, que hasta el momento no se había apropiado del signo de Peirce como lo hará hacia su última enseñanza, y como mostraremos más adelante, tomará partido por el significante saussuriano porque sostenía aun la hipótesis de la existencia de la comunicación.

La única mención que hace Lacan, de manera directa y en el marco del estructuralismo, sobre Peirce (además de haberlo tomado implícitamente en su fórmula del significante) se da cuando señala en una nota a pie de página  en De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis (1957-58) que lo que Jakobson toma de Jespersen, para designar esas palabras del código que sólo toman sentido por las coordenadas (atribución, fechado, lugar de emisión) del mensaje denominado shifter, es lo que Peirce nombra como símbolos-índices en su clasificación (Lacan, 1957-8, p.517).

El abandono de la lingüística y del estructuralismo

Como señala Milner (2003), el movimiento central que se le presenta a Lacan en su defensa de la ciencia moderna, sin por eso tener que deberle nada al positivismo, es el estructuralismo. Sirviéndose del estructuralismo puede acuñar la noción de cadena significante. Y si el inconsciente conoce la metáfora y la metonimia, no es por ser una lengua, sino por estar estructurado.

Sin embargo, una de las consecuencias de posicionarse en el estructuralismo era que el enunciado “estar estructurado como un lenguaje” corría el peligro de volverse tautológico. Como sostiene Milner, un lenguaje tiene sólo las propiedades de una estructura pero, al mismo tiempo, no hay propiedades sino en y por una estructura, por lo tanto caemos, como dijimos, en una circularidad. Y este es el problema que se le presenta a Lacan.

 Lacan, por ello, comenzará a apartarse del estructuralismo en tanto la lingüística no le permite dar cuenta de la complejidad del inconsciente. La lingüística no podía desempeñar ningún papel específico en la teoría de la estructura y si la estructura debía ser el punto donde se anudaban la teoría del inconsciente y la ciencia moderna, se hacía imprescindible una invención teórica. Dice Lacan en El Atolondradicho (1973): “Así la referencia por la que yo sitúo lo inconsciente es justamente aquella que a la lingüística escapa” (en Milner, 2003, p.151)[9]  explicitando, de esta manera, un adiós a la lingüística.

La construcción teórica que permite aprehender la estructura como punto de anudamiento entre el psicoanálisis y la ciencia moderna será una teoría general de la letra. Esta teoría tendrá dos momentos. Una teoría del matema, como letra propia de un saber transmisible, y una teoría del escrito como teoría de toda letra posible. La letra del primer tiempo lacaniano es derivada de la teoría del significante, la letra del último tiempo, objeto teórico autónomo.  Este pasaje de una teoría a la otra se ve claramente cuando en 1957 Lacan equipara el fonema a la letra, en tanto estructura localizada del significante y dice: «designamos como letra ese soporte material que el discurso concreto toma del lenguaje» (Lacan, 1957, p. 475). Mientras que en 1973 dirá que tanto la letra como la escritura se sitúan en el orden de lo real y, por lo tanto, comparten la falta de sentido. Así, la letra es lo que uno lee, en tanto opuesto a lo escrito, que no está destinado a ser leído.

En este nuevo dispositivo, la estructura en sí misma puede ser separada de toda referencia al programa estructuralista, el cual va desapareciendo en Lacan. Este es el estatuto del Seminario 20 Aun (Lacan, 1972-73 [1995]) en donde se mantiene la afirmación de la estructura cualquiera, aunque el estructuralismo ya no esté más. Es el momento de la entrada de Charles Sanders Peirce.

Segundo tiempo: “El signo es mi asunto”. Lacan con Peirce

Durante mucho tiempoCharles S. Peirce (1839-1914) había sido prácticamente desconocido y bastante difícil acceder a la escasa publicación existente de su producción. Sus escritos, denominados por sus compiladores Collected Papers, fueron publicados recién en 1931, casi 20 años después de su muerte, y no de manera completa a pesar de habérselo reconocido como uno de los más importantes precursores de la moderna teoría semiótica. Peirce no sólo hubo de interesarse por la semiótica, también fue autor de estudios sobre los más diversos campos del conocimiento: Matemáticas, Lógica, Física, Química y Filosofía (Zelis, Pulice, Manson, 2000).

Peirce perteneció a lo que se conoció como el “Grupo de Harvard” en la década de 1870 en Estados Unidos, un grupo de filósofos entre los que se encontraban William James y Chancey Wrigth, interesados en la consideración y estatuto de lo científico, cuestión que marcó ostensiblemente sus desarrollos.

Uno de sus grandes intereses estuvo dado en distinguir las propiedades objetivas concernientes a los hechos que estamos obligados a reconocer lógicamente como independientes de nuestro pensamiento. Con Peirce se inicia el Pragmatismo [10].

Pese a su formación en las ciencias duras, termina realizando un deslizamiento del pensamiento científico a “la ciencia de la semiótica”. De esta manera, mientras en sus cursos sobre lingüística general, Ferdinand de Saussure concebía la semiología como una ciencia por constituirse, definiendo su objetivo como el estudio de la vida de los signos en el seno de la vida social, Peirce afirmaba, de manera casi simultánea, ser un adelantado en la tarea de despejar el territorio para abrir el camino a lo que denominaba semiótica, es decir, la doctrina de la naturaleza esencial y las variedades fundamentales de la semiosis posible (citado por Zelis, Pulice, Manson,  2000).

De este modo, así como en la lingüística el sujeto es sujeto de la estructura, en Peirce el sujeto es sujeto de la red semiótica: el signo ocupa el lugar del objeto ausente, y así como la preocupación de de Saussure fue cómo aislar la lengua para convertirla en objeto de análisis científico, para Peirce la preocupación pasa por cómo conoce el sujeto. Finalmente, como vemos, si bien ambos comparten el mismo entorno positivista, mientras Saussure lo absorbe, Peirce lo rechaza (Bitonte, 2002).

Para Peirce, no tenemos ningún poder de pensamiento sin signos y desde este lugar, el proceso de indagación puede caracterizarse como un proceso que opera en virtud de la manipulación de éstos. De este modo, el pensamiento es continuo, por cuanto en la continuidad del pensamiento, los pensamientos–signos están en permanente flujo. Un pensamiento lleva a otro y éste a su vez a otro y así sucesivamente (Peirce, 1965).

En ese sentido, Peirce aseguraba que era incorrecto fundar el conocimiento en la intuición, sin embargo, no llega a refutar la existencia de la misma.  Según él, podemos tener intuiciones pero, aun teniéndolas, nunca podemos estar seguros de qué se trata.

Sin embargo, y por otro lado, para Peirce, un signo no solamente está asociado a otros signos en el pensamiento, también está conectado con los cosas, caracterizadas por Peirce como los objetos de los signos o el suppositum por el cual está el signo. A su vez, un signo no puede estar, sino solamente por alguno de sus aspectos. Este respecto particular es lo que Peirce llama el ground o fundamento del signo. Peirce concibe el ground como un objeto de la conciencia inmediata que determina la constitución del signo.

Un signo o representamen es algo que está para alguien por algo en algún respecto o capacidad. Apela a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o quizás un signo más desarrollado. Ese signo que crea lo llamo el interpretante del primer signo. El signo está por algo, su objeto. Está por ese objeto no en todos los respectos, sino por referencia a un tipo de idea a la que he llamado algunas veces el ground del representamen (Peirce, 1965, p. 228).

El ground sería una cualidad o atributo general que es diferente del predicado que usamos en el juicio perceptivo. El ground es el elemento que hace posible el acuerdo entre el juicio perceptual y aquello a lo que el juicio perceptivo se refiere. Si el juicio hace referencia al objeto, se necesita el ground para determinar a qué aspecto del objeto se refiere el juicio (Vallejos, 1999).

De este modo, Peirce presenta una cadena progresiva de interpretantes lógicos que se van alejando del primer objeto representado. Así, cada sustitución origina un juego de alteridades que lo hace ser otro y en algún punto aquel objeto semiótico. Esto ocurre porque el representamen nunca está en el lugar de su objeto en toda su vastedad, sino respecto de algún tipo de posibilidad sustitutiva, el “fundamento” o “ground”.

Tenemos con Peirce un esquema triádico. En este esquema hay un paso de la experiencia observacional al concepto y, en ese sentido, el concepto es un elemento que permite interpretar al mundo. Entonces, para Peirce, ningún signo remite a la “cosa real”, sino que todo signo remite necesariamente a otro signo.

La relación triádica entre el objeto, el ground y el representamen es lo que hace posible la creación de otro signo en la mente del intérprete. Este otro signo es denominado por Peirce el interpretante del signo inicial. Podemos caracterizar ahora, la inferencia como el tránsito desde un signo constituido en la relación objeto, ground y representamen hacia su interpretante.

Ahora bien, el signo, al completarse en la mente del interpretante, representa siempre algo distinto de sí mismo. Esta pluralidad de interpretaciones hace que Peirce plantee una semiosis infinita, en donde la tríada del signo supone que cada elemento del signo también es un signo, que se abre de manera infinita (Peirce, 1986).

De lo antedicho se desprende el interés de Lacan por el signo peirceano. La idea de que “un signo, o representamen es algo que está para alguien, por algo, en algún aspecto o disposición” (Peirce, 1986, p. 22). Pero también el planteo de una semiosis infinita y de lo imposible, que generará productividad en el último Lacan.

Sabemos que en este tiempo de su producción Lacan postula la lógica del no-todo y las tablas de la sexuación. También de su pasaje del matema a los nudos para poder dar mejor cuenta de la complejidad del inconsciente. Veremos ahora cómo se da este pasaje en consonancia con el signo triádico y cómo se apropia Lacan del mismo a partir de poner el acento en lo real para arribar a su enunciación: “el significante es el signo del sujeto” (Lacan, 1972-73 [1995], p. 171), en esta especie de retorno a Peirce.

Lacan introduce por primera vez los nudos borromeos el 9 de febrero de 1972 en el marco de su Seminario 19 …ou pire. Allí plantea un nudo de tres redondeles en donde hay dos que no están anudados entre sí y que sólo se sostienen por el tercero.

En este mismo seminario, Lacan señala que un signo no tiene nada que ver con un significante. Un signo es siempre el signo de un sujeto (Lacan, 1971-72 [2012]).

Durante su Seminario 20 Lacan invita a intervenir al lingüista François Recanati quien va a relacionar la lógica triádica con la insistencia infinita, al tiempo que identificará aspectos del pensamiento cosmológico y matemático de Peirce con relación a los conceptos de “interpretante” y “objeto”.

Esta interpretación del texto peirceano por parte de Recanati es lo que, en mayor medida, le interesa a Lacan. Es decir, la relación entre el representamen y el interpretante, que posibilita el reconocimiento de las leyes según las cuales un signo da origen a otro signo, produciendo esa semiosis infinita, que Lacan traduce como la existencia es la insistencia.

Estas gramáticas de producción conducirán a Lacan a producir en el Seminario 20 (1972-73 [1995]), como vimos, un cambio respecto del primer par de significantes. A partir de ahora, presentará al significante Uno solo, el S1, letra escrita que se escribe sin ningún efecto de sentido. De esta manera, aparecerá un S1 aislado y separado de la cadena significante. Por eso, lo “escrito” no pertenecerá al mismo registro que el significante.

En 1972, en su texto El atolondradicho, pone el acento en el hecho de que lo Real es lo imposible. Esto significa que se lleva al límite la simbolización de lo Real, entendida como la reducción de lo Real a lo Simbólico. Así, lo imposible es un término sólo concebible a partir de lo Simbólico, para que haya Real es necesario que exista una articulación significante demostrativa fundada sobre la inexistencia, presentando una suerte de impasse. Lo Real no puede ser definido por fuera de la articulación significante (Miller, 1999). La simbolización no sólo no anula el goce, sino que lo sostiene (Miller, 1998).

Este asunto es lo que pone en discusión la categoría de significante y es lo que conduce a Lacan a promover la categoría de la letra, y no sólo a las letras de la lógica sino también a las cartas (lettres) que se envían (Miller, 1999).

Pero, además, como habíamos visto, en un primer momento Lacan toma la definición de signo de Peirce: “el signo representa algo para alguien” y en oposición a esta definición introduce su definición del significante como aquello que representa al sujeto para otro significante. De este modo, conservaba la estructura de la representación. Pero el “alguien”, señala Miller (1999), no era el destinatario de ella, no era el lazo entre el signo y lo que representa. Aquí el “alguien no era más que un sujeto transportado en la cadena, sólo un significante o conjunto de estos, poniendo en relevancia la articulación significante. Veremos ahora que Lacan cambiará y dirá: “el significante es el signo del sujeto”.  Pero, ¿por qué cambia?

Un texto clave para emprender una respuesta es Televisión (1973 [2002]) donde utiliza el término “signo” para referirse al “síntoma”, sosteniendo que no basta afirmar que el síntoma sólo tiene una estructura significante, sino que también hay algo del cuerpo en juego. Por eso, el síntoma no puede reabsorberse por completo en el significante. Ya no sólo afirmará que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”, ahora modificará su definición de inconsciente para pasar a decir que hay una relación entre el efecto del significado y la producción de goce. Lacan dirá: “El signo es mi asunto”. Así, tendremos que hay discurso cuando hay distinción entre el efecto del significado y la producción de goce, cuando hay distinción entre verdad y real (Miller, 2000):

[La  verdad] cada  vez que  se afirma como un  ideal cuyo  soporte puede ser  la  palabra,  no es cosa  fácil de alcanzar […] Toda la  verdad es  lo que  no puede decirse.  Ella sólo puede decirse a condición de no extremarla, de sólo decirla a medias. (Lacan, 1972-1973, p. 110)

Ese real de lo cual está hecho el síntoma, que no es fácil de ser alcanzado y que ahora se define como un signo, lo llevará a Lacan a decir en Autocomentario (1973):

Lo que querría es que los psicoanalistas supieran que todo debe llevarles al sólido apoyo que tienen en el signo y que es preciso que no olviden que el síntoma es un nudo de signos. Pues, el signo hace nudos; […] es justamente porque los nudos -como intenté varias veces ponerlo en el banquillo en mi seminario – son algo absolutamente capital. (Lacan, 1973, p.18)

Y esta nueva posición, sumada a su incorporación de los nudos, es lo que lleva a Lacan a poner en cuestionamiento la categoría de significante y lo que lo conduce a promover la categoría de la letra. La letra portada es goce del Otro (Lacan, 1972-73 [1995]).

Entonces, Lacan deja de sostener que lo que cura el síntoma es el sentido (1953 [1988])) para decir que el psicoanálisis no opera en el nivel del sentido (1973). En el núcleo del síntoma hay siempre un malentendido, un “sinsentido”, un significante sin sentido. A este significante sin sentido, lo llama signo. Miller (2000) propone considerar que la definición de Peirce es apropiada para el signo lacaniano en tanto que éste es uno, presentado con la forma de una unidad que es susceptible de un absoluto separado en relación a alguien que lo descifre.

Ahora, a diferencia de la teoría del significante, el lenguaje no sólo tiene un efecto de significación sino que también tiene un efecto de goce que obliga al sujeto al eterno retorno del mismo signo, siendo la letra el signo considerado en su materialidad como objeto diferente de la cadena significante.

Por eso, Lacan dirá en el Seminario 20 que el “significante es necio” (1972-73 [1995], p. 30) porque el significado y todas las significaciones están en otra parte, quedando allí, sin mucho para decirnos. En cambio, la letra posee sentido oculto.

La letra, también sostiene Lacan, es de lectura imposible. Si no hay significantes en juego, ésta implica una x. En el lugar de la significación, hay algo, pero no sabemos qué es, por lo tanto este real de la letra hace límite a la interpretación.

La letra remite al goce, en tanto propiedad de un cuerpo viviente, y el goce reconduce al S1. El goce, antes que nada, es situado en el propio cuerpo y es siempre el propio cuerpo el que goza. Por ello, Lacan juega, a partir del equívoco, con el título de su seminario que nombra Aun (encore) que suena de la misma manera que  en corps [11].  De este modo, dirá: “la función que le doy a la letra es aquella que hace a la letra análoga a un germen” (Lacan, 1972-73[1995], p. 118), dándonos la idea de reproducción de la letra, en tanto viviente y la existencia de goce a condición de que la vida se presente bajo la forma de un cuerpo viviente. Si bien esta condición de goce no es suficiente, hace falta otra condición, que es la del significante, es decir, el significante como causa de goce (Lacan, 1972-73 [1995]).

Esto significa que el viviente se hace sujeto también a través del significante, está hecho de falta-en-ser, que es lo que lo divide. Por eso, Lacan sustituye el término sujeto por el de parlêtre que es lo contrario de falta-en-ser. El parlêtre es el sujeto más el cuerpo, es el sujeto más la sustancia gozante (Miller, 1998).

Así, una versión de este goce será el fálico, y otra será la de la palabra (bla-bla-bla) que no se dirige a nadie, prescinde del Otro. Y si hablando se goza, la comunicación deja de ser prioritaria.

Hay un goce de lalengua, en la medida en que el sujeto tiene un cuerpo. Por esta razón Lacan hace entrar el cuerpo en el psicoanálisis, de la misma manera que hace entrar el goce de la palabra. El parlêtre goza cuando habla (Miller, 1998).

El ser es el ser del hablante, no es más la verdad subjetiva. El supuesto en este periodo es un cuerpo, porque es necesario un cuerpo para gozar, hablando se goza, el sentido es goce (jouis-sense) (Lacan, 1971-72 [2012]).

Pero, además, este momento está fundado en la no relación, y esto atañe también a la disyunción del significante y el significado, disyunción del goce y del Otro, del hombre y la mujer. Así, todos aquellos términos que, antiguamente, aseguraban la conjunción: el Otro, el Nombre del Padre, el falo, y que aparecían como primordiales son, ahora, reducidos a ser conectores (Miller, 2000).

Para Miller, el concepto de no relación se opone al de estructura, ya que éste toma como datos una cantidad de relaciones, definidas como articulación, ejemplificada con el mínimo estructural S1-S2.  Es decir, es la formulación de la relación a la que se le atribuye la cualidad de ser real con la categoría de lo necesario, o sea, lo que no cesa de escribirse (Lacan, 1972-73 [1995]). Con la estructura, no sólo se admitía como dada la articulación S1-S2, sino también el Otro como prescriptor de las condiciones de experiencia, la metáfora paterna, la articulación nodal del Edipo estructurante y de la relación dada como no cesando de escribirse.

La no relación pone en cuestión, sobre todo, la pertinencia de operar sobre el goce a partir de la palabra, del sentido. Por eso, esta nueva perspectiva parte de sostener que no hay relación sexual, sino que hay el goce y hay goce en tanto propiedad de un cuerpo viviente, un cuerpo que habla. Esto implica, como dijimos, la disyunción entre el goce y el Otro, especialmente entendido como sistema significante. Así, hace surgir el Otro del Otro con la modalidad del Uno, en tanto verdadero Otro del Otro.  El goce, como también dijimos, reconduce a un S1 sólo, separado del Otro, a un significante sin sentido adjudicable. Este goce Uno, prescinde del Otro. Lacan dirá en el Seminario 19 (1971-72 [2012]) que dará al Uno el valor de aquello en lo cual por su discurso consiste y consiste en tanto que es ese valor lo que obstaculiza la relación sexual, o sea, el goce fálico.

De este modo, si el par saussuriano le había permitido a Lacan la propuesta de escritura en el sentido de la cifra  S1-S2,  con valor de verdad y la posibilidad de escribir la relación entre significante y el objeto [12], en Introducción alemana de los Escritos(Lacan, 1973 [2012]) la reemplazará por otro binario: signo y sentido. Un signo, como decía Peirce, es para alguien y es en este punto que se puede tomar el sentido.

Entonces, Lacan realiza una construcción teórica sin usar la diferencia entre significante y significado, reemplazándola por la pareja signo y sentido. Al mismo tiempo, al reflexionar sobre la fuga de sentido, desvalorizará el término significante por ser éste objeto de la lingüística y no del psicoanálisis (Miller, 2003).

De esta forma, en esta nueva propuesta, el signo es algo a descifrar que también conlleva un sentido. Por ello, Lacan dirá que la función de la cifra es ahí fundamental. Es lo que designa al signo como signo. Y es preciso que, a través del desciframiento, la sucesión de los signos, que al comienzo no se comprenden, revelen un sentido. El analista así se define a partir de esa experiencia que le permite distinguir el signo del sentido. Las formaciones del inconsciente, como Lacan las llamaba, demuestran su estructura por el hecho de ser descifrables. Lo que es signo será objeto de cifrado y descifrado por el propio analizante y el sentido será interpretado por alguien, por eso es “algo para alguien”. De esta manera, así como el goce en una cura debe interpelarse, “el sentido se decide”. Por eso el signo es algo a descifrar. A diferencia del significante, el signo está siempre signado por una presencia, “no hay humo sin fuego”, señala Lacan. El signo es signo de una presencia de que alguien está allí, de una presencia encarnada. Cuando hay signo es que hay alguien, a diferencia del significante que se articula a otro significante para representar a un sujeto.  Pero cuando hay sujeto no quiere decir que haya alguien, en tanto un sujeto es un efecto de significación. Por eso, para Lacan, el amor está articulado al signo, ya que el amor consiste en dar lo que no se tiene, es el más difícil de los dones (Solano Suarez, 2003)

En este sentido, sostiene Miller (2003) que es como si en la dimensión del lenguaje, la lingüística, hubiera tomado la pareja significante/significado para razonar sobre los efectos de significación, pero el problema de seguir ese camino es lo que no se puede captar dado que hay producción de goce en el lenguaje.

Sustituir el par significante/significado por la pareja signo/sentido es volver más acá de la diferencia del significante significado, lo cual permite pensar en los efectos de significación pero con independencia de su valor de goce sexual. Es una manera de “truncar” el lenguaje, si lo pensamos a partir de su objeto perdido, es decir, el sentido. Por ello, encontramos que Lacan restituye como primer uso del signo, el goce sexual y no como había sido para el significante, que su primer empleo era el efecto de significado (Miller, 2003).

A su vez, Lacan —a la altura de su seminario 23— continuará profundizando en el nudo borromeo, a partir del cual planteará los tres registros (real, simbólico e imaginario) como equivalentes.  Es a partir de los nudos que Lacan reestablece el ternario. El nudo esta hecho de tres redondeles, equivalentes y tratados en el mismo plano. De esta manera, se produce este nuevo viraje en el marco de su última producción teórica.

Miller considera que este último movimiento en Lacan es el que lo conduce a definir el significante como un signo, fórmula que desmiente su antigua definición, que Lacan presentara como canónica, del significante. Así, como venimos diciendo, a partir de ahora Lacan ya no opondrá el sentido al significante, sino al signo.

Es en el Seminario 23 El sinthome (1975-6 [2006]) donde sustituirá el significante binario S1, S2 de Saussure por el signo triádico de Peirce, implicado en una lógica triádica que es lo que Lacan ya proponía desde 1953 cuando plantea por primera vez los tres registros.

Peirce reaparece. Lacan ya no solamente dirá “el significante representa al goce para otro significante”, como sostenía en Seminario 17 El reverso del psicoanálisis, sino que ahora volverá a éste de otra manera, en el sentido de que encontraremos en Lacan la fórmula: “el significante es el signo del sujeto (1976-77). Es decir, ahora Lacan definirá al significante como un signo y éste puede ser signo porque hay un inconsciente que cohabita con lalengua. El signo es lo que en el parlêtre comporta de su inconsciente.

Entonces, el sentido, que no podía atraparse con el significante saussureano, para detenerlo y tornarlo verdad, es reconocido como un goce-sentido imposible de detener porque fluye. Ahora, con esta vuelta a Peirce, el sentido se regula, se decide. El sujeto tiene su implicación en el Otro, se torna signo, con sus tres caras, desde una lógica triádica, puesto que el sujeto como tal es un supuesto imaginario.

La interpretación analítica será a partir del equívoco y del sinsentido. Con este tipo de interpretación el cuerpo se conmueve por la vía de la perplejidad y no tanto de la elaboración. Se trata de una vibración semántica.

Para concluir, la reformulación del concepto de inconsciente y, por lo tanto, la propuesta de un psicoanálisis diferente al de Freud, a partir del pasaje de una lógica binaria a una triádica, tiene consecuencias en la clínica. En el primer caso, una clínica que se manejaba con una lógica del significante haciendo depender sus fenómenos desde la función dominante de un sólo significante, el Nombre del Padre. Esto implicaba que los síntomas estaban referidos a esta sola forma, sin tener en cuenta su autonomía respecto de la función del Otro. En esta lógica, en donde se destaca la acción de la estructura que omite la posición del sujeto como respuesta a lo real y como elección sobre el goce, la clínica se estructura en torno al Otro y a la herencia del Padre como transmisor del falo. En cambio, la lógica triádica y el pasaje a la relación del sujeto con el significante sinsentido, con el signo, da cuenta de mejor manera de los fenómenos de goce. Esto posibilita pensar el Uno que da lugar a la variedad de goces y síntomas.

Es a partir de este recorrido y localización del pasaje epistémico en Lacan en torno al concepto de signo, y de la productividad que genera a lo largo de su enseñanza, que he intentado apresar algo de esta categoría imposible. Un esfuerzo de escritura, respecto de su apropiación y utilidad en la invención lacaniana, con la esperanza de haber podido, al menos, bordear una de las nociones más difíciles de definir.

Notas

[1] A diferencia de Freud, quien llamativamente mostró muy poco interés por el método de la lingüística científica pese a que, como señala Milner (2002), ésta se encontraba en pleno auge en su época. Sin embargo, sí se observa en este autor un gran interés por las eventuales propiedades del lenguaje. El ejemplo típico: los sentidos opuestos de las palabras primitivas que dan testimonio de las mismas para esclarecer los procesos inconscientes.

[2] Esto tuvo como consecuencia que la lingüística durante mucho tiempo trabajara exclusivamente sobre la escritura. Con respecto al significante, el lingüista pretendió reconstruir las reglas de la producción sin plantearse nunca el pasaje de la posición de escritura a la de la voz. Esto implica creer que la escritura y la lectura, la producción de palabra y la recepción de palabra son dos posiciones intercambiables o indistintas. Con respecto al significado, este modelo de signo permitió anular una construcción del “mundo real” y  la puesta en forma de sistemas de representación (Verón, 1998, p. 100).

[3] O no, puesto que la palabra puede resultar “amordazada” por la represión.

[4] Si bien presentan algunas diferencias con la Escuela de Ginebra, por ejemplo con respecto al método sincrónico y el diacrónico (Sazbón, 1969) que no desarrollaremos aquí.

[5] F. de Saussure lo había definido como la suma de las impresiones acústicas y de los movimientos articulatorios de la unidad oída y hablada, que se condicionan recíprocamente (Sazbón, 1969).

[6] También Freud, y en una primera etapa Lacan, adscribieron a la lógica binaria. En Freud la observamos claramente en el juego del fort-da que implica la presencia y ausencia del objeto. Posteriormente, en 1973, Lacan romperá con el binarismo, al  virar hacia el signo triádico peirceano, como se verá en este trabajo.

[7] Lacan utiliza este término para demostrar la naturaleza problemática e indecidible del “yo” (je). Ell término fue empleado por Jakobson por primera vez en 1957 en un artículo denominado “Shifters verbal categories, and the russian verb”, donde lo toma de Jespersen y lo utiliza para designar los elementos del lenguaje cuyo sentido general no puede definirse sin referencia al mensaje.

[8] Peirce había dicho “ Un signo, o representamen, es algo que está para alguien, por algo, en algún aspecto o disposición” (Peirce, 1965 p. 2.228 citado en Magariños de Moretín, 1983, p. 81)

[9]Es por ello que deconsisten las clasificaciones y los tipos: neurosis, psicosis y perversión porque suponen propiedades que sólo se encuentran en la estructura. El parlêtre (que sustituye al “sujeto”) es un singular, no un particular.

[10] El Pragmatismo es una corriente filosófica cuyo método parte de la definición dada por Peirce: una teoría del análisis lógico o definición verdadera.  Peirce  entiende a la Filosofíacomo una subclase de las Ciencias del Descubrimiento, ciencia teórica cuyo objeto es universal. Para el pragmatismo, el criterio de verdad consiste en identificarla con las consecuencias prácticas que presenta, es decir, que la verdad de una afirmación equivale a la utilidad de la misma.

[11] Encore (aun) suena de la misma manera que en-corps  (en cuerpo) con esto Lacan hace alusión a que es necesario un cuerpo para gozar, en un aún y aún, imposible de detener.

[12] En la fórmula del fantasma.

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