Reflexiones desde la pandemia: La evaporación de la cicatriz del Nombre del Padre, y el amo capitalista

JULIETA BRITO

Para muchos periodistas, políticos, filósofos, y podría plantearse que también para parte de la sociedad en su generalidad, el mundo, a partir del surgimiento de la pandemia del COVID 19, no volverá a ser el mismo. ¿En qué sentidos se plantean estos cambios paradigmáticos? ¿A qué reflexiones empuja este fenómeno?

Comencemos por plantear la perspectiva geopolítica que atraviesa de llano a este fenómeno biológico, social, político y económico. La bipolaridad Occidente-Oriente vuelve a aparecer con fuerza en el discurso, como así también los significantes “guerra biológica”, “guerra fría” “virus chino”. Surgen, además, teorías conspirativas sobre dónde surgió este virus, si fue una jugada de ajedrez de las potencias mundiales, si es que en realidad el virus tiene que ver con acabar con una población envejecida, que impediría que se sostenga el sistema previsional, entre otras. Mucho se ha intentado bordear este real, quizá en un intento de mitigar la angustia que genera la falta de sentido. Intentar poner palabra a aquello inaprensible, intentar suturar esa irrupción de un real sin ley.

Esta contingencia del virus y sus consecuencias, trae sobre la mesa de los que pensamos desde el psicoanálisis, la cuestión del Padre. Ya Lacan en su Seminario XVII, “El envés del psicoanálisis”, plantea un quiebre con la obra freudiana, puntuando las inconsistencias que encuentre en el Padre: el padre voraz de la horda, el de Moisés y la religión monoteísta, el padre del Edipo. Así, sostiene que el padre no es más que un semblante, un S1, del cual podrían articularse los S2 de cada quien. Como consecuencia de este giro epistémico se sostiene que el Nombre del Padre ha caído, y con él los grandes relatos que existían y regulaban las diversas formas de gozar de los Sujetos en cada cultura. Las instituciones como la escuela y la familia se encuentras trastocadas, cuestionadas, como así también la noción de Estado. Esta pandemia entonces hace surgir la pregunta, ¿cómo operar en la época donde la ley reguladora ha caído? ¿Cómo el Estado se garantiza el cumplimiento de una cuarentena, en pos de la salud pública, cuando el relato del Estado sucumbe a todos los cuestionamientos? Como plantea Miquel Bassols, la civilización por si misma ya es un Goce.

Los significantes virus, pandemia, enfermedad, han venido a agujerear el S1 del capitalismo y el libre mercado. Se puede observan cómo se desploman las bolsas de todo el mundo, como la producción de bienes y servicios ha cesado, ya que lo contrario implica enfrentarse con el Tánatos y su crueldad. Seguir en la línea de la producción y el rédito del discurso capitalista, hoy es sinónimo de posible infección, y con ello, una posible muerte.

Como consecuencia de ello, hoy proliferan los debates sobre la relevancia que tiene la salud pública para la población, la redistribución de los recursos y su posibilidad de acceso. Las naciones comienzan a cerrar sus fronteras, a nacionalizar recursos y servicios, tal es el caso de Irlanda y España en relación a sus hospitales. Las libertades individuales hoy se cuestionan.

Sin embargo, como Lacan lo plantea en Radiofonía, el discurso capitalista es el único que puede eludir la castración. El mandato del pragmatismo se encuentra a la orden del día dentro de los hogares: cursos on line, generarse una rutina, cocinar, comer, estar en forma, leer. E termina imponiendo así un mandato sobre cómo sobrellevar un tiempo impuesto, no elegido. No hay tiempo al ocio, hay tiempo que debe ser utilizado de la mejor forma y con el mejor resultado posible. El mandato empuja nuevamente al goce del hacer, eludiendo la castración, el discurso amo del capitalismo puede verse agujereado, un poco vapuleado, pero aún operando en el ser hablante. La civilización occidental es guiada por el plus de gozar, incluso en tiempos de cuarentena.

El lazo social: Dios es digital

Confinados en nuestros hogares, ¿cómo sostener el lazo social? Aparecen significantes con mucha fuerza, como home office, terapia on line, teleconferencias. Una polisemia que intenta ordenar aquello que el coronavirus ha derrumbado.

Al parecer, hacer lazo en  estos días es el aislamiento obligatorio, es mantenerse alejado, ¿y por qué es una forma de sostener el lazo? Porque tiene que ver con el cuidado del Otro. El Estado aparece como regulando los goces de los Sujetos: fuerzas de seguridad en las calles, controles, sanciones, con el discurso de sostener al Otro, para cuidar de un Otro.

Esto permite pensar, como plantea Lacan en el Seminario XX, ¿la aparición de “un nuevo amor”? Laurent sostiene cómo han proliferado expresiones de solidaridad, incluso sin un destinatario en concreto. Donaciones de dinero y  mercadería, música para compartir con los vecinos desde los balcones, aplausos para todo los médicos y médicas que le hacen frente a la pandemia, poniendo el cuerpo. Quizá esta pandemia viene a plantear la posibilidad de nuevos encuentros con el Otro, rompiendo así con la herd immunity, en la búsqueda de  nuevas formas de hacer comunidad.

 

El Covid y la comunidad de solitarios.

La pandemia del Covid 19 ha venido a patear el tablero sobre cómo concebimos el mundo, a romper el cómo se lleva nuestra cotidianeidad. Muchos sostienen que el mundo no volverá a ser como lo conocimos, y surge la pregunta ¿a qué reflexiones está empujando esta contingencia?

Lo que ha quedado evidenciado en estos días es la particular relación de cada quien con su goce. Muchos psicólogos han recomendado por diversos medios de comunicación evitar la sobrexposición a la información, mantenerse en contacto con los afectos tecnología mediante, “ocupar” el tiempo en actividades productivas o cursos que, por falta de tiempo en el día a día, hayan quedado postergados. Cómo si no existiese una forma particular de sufrir en cada Sujeto, y que el encierro solo, o con otros, hace su aparición.

Al fin, y al cabo, siempre nos encontraremos de frente ante la voracidad de nuestro propio goce. Una vez más, la última enseñanza lacaniana sobre el Uno se pone sobre la mesa para demostrar, como lo sostuvo Quingnard, que somos una comunidad de solitarios. Un encuentro con nuestro goce mismo. Como plantea Laurent en “El Otro que no existe y sus comités científicos”, existe una indicación, más también la interpretación que cada quien le brinde a esa indicación precisa de reclusión. Los sujetos así, ante una misma situación de la presencia de un real ilimitado, realizan los arreglos propios, a partir de su particularidad, para afrontar dicha pandemia y el encierro. Lo particular de cada quien, ante la caída de los registros.  Así los Sujetos quedan a merced de su propio goce. Ejemplo de ello es la angustia inusitada que genera la sobrexposición a la información, en vivo y en directo, en el momento ya, que dice sobre la cantidad de muertos, sobre las posibilidades de infecciones, sobre cómo se puede morir ante un virus sin cura. ¿A qué responde dicha conducta sino a la forma particular de sufrir en la soledad de su goce?

Todo esto entonces nos deja con una multiplicidad de preguntas. Así como en la teoría freudiana y la enseñanza lacaniana existe “el giro del veinte”, giros epistémicos de gran significancia para el psicoanálisis y su clínica, ¿qué consecuencias clínicas acarreará este virus? ¿Mañana habrá un nuevo mundo? ¿Se hará un pasaje del rebaño epidemiológico a una nueva manera de concebir la comunidad? ¿Un nuevo esquema geopolítico?