RESEÑA: El ojo absoluto – Gérard Wajcman

ANA VIGANÓ

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La audiencia en la que el director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, compareció ante el Congreso estadounidense durante dos días, fue histórica. Además de volverse un evento cubierto masivamente por los medios y de ser posiblemente un punto de inflexión tanto para la enorme red social creada por él, como para otras redes similares que se han visto obligadas también a revisar las políticas de privacidad y uso de datos, ha sido origen de una catarata de memes que invadieron las redes sociales. Uno de ellos en particular me ha parecido paradigmático de la transformación, que según Wajcman, ha operado en nuestro tiempo y que se ha extendido a toda la sociedad. El meme muestra a un Zuckerberg en gesto serio, explicativo y persuasivo, mirando de manera directa y decidida a los congresistas que lo cuestionaban. Y el texto sobreimpreso a la foto dice: “Solo les recuerdo que tengo nudes[1] de todos”.

Zuckerberg mantuvo primero reuniones a puertas cerradas con los senadores, anticipando la oferta pública de disculpas al Congreso que tuvo lugar en los días de la audiencia, tras la revelación de que Cambridge Analytica, una firma de recolección de datos vinculada con la campaña presidencial de Donald Trump, reuniera información personal de 87 millones de usuarios para tratar de afectar las elecciones. Pero la ocasión política que investigaba el Congreso permitió verificar tanto en el manejo político, como en el mediático y social en general lo que Wajcman (2011) plantea como tesis central de su libro: una mutación sin precedentes ha ocurrido y tiene un nombre: El ojo absoluto.

Esta mutación define nuestra sociedad actual a partir de ubicar a la mirada como el amo. Entre el ojo y la mirada, el autor ubica de manera más general que psicoanalítica, estrictamente hablando, una continuidad en sentido amplio en la que se percibe muy bien la influencia de sus lecturas lacanianas, pero en la que en aras de dirigirse a un público más vasto y no necesariamente formado en teorías psicoanalíticas, muchas veces se utiliza una acepción común, si podemos decirlo así, del término mirada. Pero es la extensión sin límites del ojo lo que podríamos apuntar que se lee en el libro. Tanto, que el título mismo lo refiere directamente. Un ojo incapaz ya de cerrarse, que lo mira todo pero no garantiza por ello que se vea más o mejor.

Todo se muestra y a la vez todo es observado, incluso la mirada misma. Esto tiene consecuencias que son examinadas a lo largo del libro de manera clara, dinámica, documentada y precisa. Que la mirada ya no sea una mirada oculta es un dato sustancial del pasaje de un modo de sociedad a otra, en la que se ha minado la noción de lo oculto y lo secreto. Esa época que el autor califica de freudiana, en la que el secreto y lo oculto iban de la mano del silencio, fue herida de muerte. En su lugar, hoy todo se muestra y a la par todo es observado, en ofrenda permanente a la mirada amo, mientras se verifica un empuje a la exhibición generalizada de los sujetos y a la declaración pública permanente de contenidos de todo tipo—que tal vez no interesan a nadie— .

Surge así, de la mano del ojo absoluto, una voz que tal vez no encuentre aún su manera de saber hacerse oír y que puede retornar también en un modo absoluto de ahogar la libertad de expresión, de palabra, de algo que pase al otro.

En una reciente entrevista, Habermas señalaba:

Desde la invención del libro impreso, que convirtió a todas las personas en lectores en potencia, tuvieron que pasar siglos hasta que toda la población aprendió a leer. Internet, que nos convierte a todos en autores en potencia, no tiene más que un par de décadas de edad. Es posible que con el tiempo aprendamos a manejar las redes sociales de manera civilizada. (Hermoso, B., 2018.)

Es posible pero no es seguro. Todos autores en potencia de un texto que tal vez debamos apropiarnos de una manera inédita para poder lograr un decir y un decir-nos en él de una manera digna.

Si no hay opacidad ni en lo que se muestra ni en lo que se dice, el decir mismo adquiere una forma mostrativa, ratificando la idea de un ojo absoluto que cubre incluso los modos actuales de un decir que fracasa en su función. Este estado de cosas no puede ser ajeno al psicoanálisis, que ha basado su práctica tanto en un ejercicio del decir como en el artificio instrumental de una suspensión de toda mirada que no sea aquella que se le supone al analista, en un espacio de intimidad y privacidad que han sido explorados especialmente en las coordenadas previas a esta mutación. ¿Cómo maniobrar en la experiencia analítica concebida bajo estas coordenadas en la época de lo hipervisible, de la transparencia, del poder del ver, de la atracción y la tentación de lo público, de la jubilación de las cortinas, del retiro de las puertas, de las ventanas y de su consiguiente opacidad? Wajcman se detiene en cada una de estas aristas, muy especialmente en las ventanas y lo que ellas enmarcan, y en la insistencia actual de borrar los límites entre el campo—que sus bordes delimitan de manera paradigmática—, y lo que está fuera de campo. Asistimos a un tiempo de reintroyección permanente de lo fuera de campo, dentro del campo de innegables consecuencias para el psicoanálisis—aunque no solo para él—en tanto se trata de una práctica esencialmente fuera de campo en lo social. Se ve al autor esbozar página a página un alegato, una bandera que enarbola de manera argumentada el derecho a lo oculto, hoy horadado de un modo que no se había registrado en la historia.

Una analizante fotógrafa de profesión—que tiene entre otros trabajos fotografiar casas habitacionales para una conocida empresa de rentas temporales vía Internet—contaba en sesión su inquietud, su molestia, su sorpresa por el modo en que muchas personas que la reciben, abrían de un modo tan despreocupado sus espacios supuestamente privados, sus zonas de tradicional intimidad—artículos personales y recovecos incluidos—para ofrecerlas a su lente intrusa en aras de un proyecto en el que apostaban por una retribución económica en la que eso entraba en juego sin el pudor que ella suponía o esperaba. Cruce de épocas que pueden pensarse distintas aún en espacios compartidos y comunidades atravesadas por una lógica que no declama su elogio de las sombras más que en ciertas contadas elecciones.

Recorrer el libro es transitar de muchos modos la idea de que detrás de este exceso de luz del “todo visible” se esconde una posible ceguera: la de creer que lo real es visible. Que todo lo real es visible y que lo que no es visible, por tanto, no es real. Que los cuerpos mismos pueden ser clarificados por la ideología de la transparencia hasta volverse ellos mismos transparentes. Que si no hay imagen que avale algo, puede que ese algo no sea real o que un hecho no registrado en imágenes no haya sucedido. Conocemos el chiste que suele decir que si no te sacaste una foto en tal o cual lugar—foto que además toma actualmente el formato selfie que asegura la cara como ratificación imaginaria de una presencia—, si no te sacaste la foto, no estuviste ahí. Si a esto sumamos que las imágenes son susceptibles cada vez más de alteraciones, arreglos, modificaciones tecnológicas que alterarían el testigo mismo que se ha impuesto, nos vemos sumergidos en un cierto extravío que carece de punto de basta operativo. Extravío que Wajcman vincula con el espacio hipermoderno como el de un sujeto sin lugar.

Un libro imprescindible para entender la subjetividad de la época, las coordenadas en las que nos movemos y tal vez, para situar de alguna manera posible el lugar en que nos encontramos y hacia donde, cada uno y como sociedad, queremos o no avanzar.

[1] Desnudos

Referencias

  • Hermoso, B. (10 de Mayo de 2018). “Jürgen Habermas: Por Dios, nada de gobernantes filósofos!” en El País. Disponible AQUÍ.

  • Wackman, J. (2011). El ojo absoluto. Buenos Aires: Ediciones Manantial.