Resumen
Este trabajo pretende puntuar una primera exploración de Jacques Lacan de la salida del sujeto del discurso histérico, aquella que le aportará las bases de la escritura de las fórmulas de la sexuación. En efecto, Lacan, al final de su teoría de los discursos, en su seminario titulado De un discurso que no fuera del semblante a principios de los años setenta, iniciará la indagación que lo llevará pocos años más tarde a establecer sus célebres fórmulas. Fijadas las grandes líneas de su enseñanza, sobre todo por Jaques Alain Miller en sus cursos sobre la Orientación Lacaniana, resulta de sumo interés revisar en ella, los detalles y las reflexiones que acompañan los pasajes de un período al otro, junto a las referencias clínicas en las que se apoya.
Un mérito diferencial
La ausencia de relación sexual, traducida también como ausencia de proporción sexual, como es conocido, es uno de los axiomas centrales de la enseñanza de Lacan, y, en el período que consideramos, es la perspectiva desde la cual serán redefinidas y releídas muchas de sus nociones precedentes. Esta perspectiva supone la exploración de todo un campo clínico que se abre más allá del padre, donde adquirirán un peso diferencial las nociones de semblante y goce, como estructurantes de la sexuación y las relaciones entre los sexos.
En este sentido, su tesis inicial es que, a nivel del lazo social, la ausencia de relación se registra como tal gracias a la intervención de la histeria. Lacan le otorga un mérito fundamental al discurso histérico por el hecho de que intenta mantener a nivel del lazo social la pregunta por la relación sexual. Un mérito diferencial dado que el discurso del amo, como lazo predominante, reduce esa relación a la del sujeto con el objeto o, dicho de otra manera, a la relación fantasmática. Y el discurso capitalista, puede agregarse, como relevo actual del mismo, hace lo propio solo que con los objetos que proporciona el mercado. El discurso histérico en cambio, la histeria, como lo llamaremos de ahora en más, dirá la verdad acerca de esa relación: la relación sujeto – objeto no reporta otra cosa que insatisfacción en la medida en que el objeto no puede identificarse a lo femenino. La histeria, a través de sus intrigas, sus protestas y movimientos sintomáticos, invierte sus esfuerzos en mantener lo femenino a distancia del objeto, y posibilita que en el lazo social la mujer se sostenga como polo de una relación posible entre los sexos.
A nivel del discurso la histérica, en el lugar del agente, instituye la relación sexual como enigma e interpela al amo tratando de hacerlo trabajar en ello sin cesar. Para esto, luego de llamar su atención, de causar su deseo, es decir, de seducirlo, le sustraerá el objeto que podría procurarle satisfacción, para dejar en su lugar un vacío. Es el paso que se conoce como la “huelga del cuerpo” (Lacan, 1969-1970 [1992] p.99), aquel por el cual el cuerpo es ubicado como objeto en un lugar inaccesible, el del lugar del misterio de la verdad. La complacencia somática en la histeria apuntada por Freud, tiene su papel para Lacan pero ella se circunscribe sólo a los fines de representar la división del sujeto. El amo por su parte le hará pagar el precio al intentar reintroducirla en su orden, mientras ella, como en la paradoja de Zenón, Aquiles y la tortuga, se desplazará por sucesivas chicanas escapando de las encerronas con la fuerza de sus síntomas. Lacan critica la práctica del análisis con una concepción derivada de esa posición del amo, advirtiendo a los analistas llamándola prejuicio, cuando se transforma en la posición que comanda la cura, y la interpretará como el ideal de la reducción del objeto a al Uno del significante. El análisis demuestra que esa reducción es imposible, que siempre quedará un resto y que, en la relación analítica, ese resto debe preservarse para que pueda tomar otro valor.
Impasse del discurso
¿Quién no comprendería la decepción de Freud al notar
que la no-cura a la que llegaba con la histérica solo
conducía a hacerle reclamar dicho semblante?
Jacques Lacan, 1971
Eso mismo que constituye el mérito del discurso deja a la histeria en un impasse; aquel que Freud dejó como cuestión pendiente en su texto Análisis terminable e interminable, enunciado como el callejón sin salida del sujeto femenino al final del análisis:
Lo decisivo es que la resistencia no permite que se produzca cambio alguno, que todo permanece como es. A menudo uno tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la «roca de base» y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente. En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad. Difícil es decir si en una cura analítica hemos logrado dominar este factor, y cuándo lo hemos logrado. Nos consolamos con la seguridad de haber ofrecido al analizado toda la incitación posible para reexaminar y variar su actitud frente a él. (Freud, 1937 [1980] pp. 253-254)
Si retraducimos este impasse de acuerdo a la enseñanza precedente de Lacan y que aquí se retoma, diríamos que por un lado la histérica se opone al falo como semblante bajo la forma tanto del ser como del tener, pero por otro se afirma en reclamarlo. La llamada “roca viva de la castración” describe tanto la defensa como la exacerbación de la reivindicación fálica. La decepción de Freud es por el hecho de que la histérica no se separará del falo durante el análisis. Según Lacan, no es cualquier falo del que no se separa, sino del falo ideal, de aquel que prometería la relación sexual. En su teatro fantasmático es aquel portado por el hombre de su identificación viril, y encarnado por La mujer de su identificación histérica.
El fantasma histérico y la botella de Klein
Pasar por un hombre para alcanzar a una mujer en su goce resume el fantasma histérico en su tipicidad. Marie-Hélene Brousse lo ha mostrado en algunos de sus trabajos. Citemos el ejemplo del caso de una paciente que padecía síntomas de anorgasmia y que, habiendo pasado por varios fracasos de pareja, al final de todo un período de análisis, confiesa la fantasía por la que había llegado a consentir las relaciones sexuales con un hombre, así como el punto preciso en el que obtenía una cierta satisfacción: dice fantasear que el sexo de su partenaire es el suyo, que se piensa ella misma portando un sexo propiamente masculino. Es entonces que su propio sexo es el que la penetra durante el coito en la fantasía que la acompaña (2000). M-H. Brousse generaliza este funcionamiento aclarándonos que, como todo fantasma, implica por una parte la relación de un sujeto con un objeto, y por otra, que el sujeto en él ocupa varios lugares a la vez. No obstante, y siguiendo las indicaciones de Lacan, opone este funcionamiento generalizado del fantasma, a cualquier cosa que pudiera ser propiamente el advenimiento del goce femenino. El goce suplementario, femenino, no está ligado a ningún fantasma, y el falo como semblante, no toca al cuerpo femenino más que a título de objeto a. Es en esta generalización que el sujeto masculino queda condenado a la relación fetichista y la histérica al insistir en sus figuraciones de la relación sexual por medio del teatro fálico, participa de ese género.
Tomamos este ejemplo como un paradigma que Lacan en su seminario De un discurso que no fuera del semblante representa con la figura topológica de la botella de Klein. Como es propio de las superficies topológicas que mantienen una relación característica entre el interior y el exterior, esta botella consiste específicamente en una superficie que se interpreta a sí misma.
De este modo, no es donde se cree sino en su estructura de sujeto donde la histérica conjuga la verdad de su goce con el saber implacable que ella posee de que el Otro apto para causarlo es el falo, es decir un semblante” (Lacan, 1971 [2009] p.142).
Ese falo aparece en la fantasía histérica provisto de virtudes que Lacan llama “reales”, es decir dotado de la potencia de tocar el cuerpo femenino. Al respecto dice que: “es una representación topológica completamente incorrecta del goce en una mujer” (Lacan.1971 [2009] p.142). Lacan objeta la figuración del goce femenino en la relación sexual y la separa de todo sueño de fusión o autocompletamiento narcisista con el partenaire.
El partenaire analítico, introducción a una mujer
La inscripción del sujeto histérico en el discurso analítico contempla la posibilidad de que se produzca como una histeria calificada: “cuya función, como perciben bien les estoy presentando, renuncie a la clínica lujuriante con la que ella ocupaba el hiato de la relación sexual” (Lacan, 1971 [2009] p.144). El análisis deberá dirigirse a reducir la clínica lujuriosa, a aplacar el teatro sostenido de la verdad, para extraer de allí la función lógica del deseo y por una operación de vaciamiento que se irá produciendo paulatinamente, se irá despejando una función en su lugar. F(x) le servirá al sujeto de índice de que no hay ni habrá ningún valor, en el lugar de la variable, que pueda saturar definitivamente la función del deseo.
Hará falta un paso más aún para que deseo del analista y deseo histérico deban separarse. En ese lugar abierto se revelarán para el sujeto los significantes con los que ha intentado suturarlo: todos los caviares y salmones ahumados para la bella carnicera, todos los cuerpos blanquísimos para Dora, todas las cartas de amor para aquellas histéricas del internado aludido en la Psicología de las masas de Freud; todos ellos pasarán ahora a encarnar el signo de un impasse lógico, de un imposible purificado. Será el momento donde el sujeto podrá verificar que es ese mismo deseo histérico el que, al sostener en su movimiento a La mujer, erigió esos significantes en los representantes que promovieron la serie de identificaciones a la Otra mujer. Y la insatisfacción, que no hacía otra cosa que sostener en el horizonte interminable la posibilidad de instituir la relación sexual, deberá ahora plegarse a la torsión que Lacan le sugiere: “Esta verdad en la medida en que se encarna en la histérica, es susceptible en efecto de un deslizamiento lo bastante ligero como para ser la introducción a una mujer” (Lacan, 1971 [2009] p.145).
Una ligera torsión desde La hacia una mujer, tal es la propuesta de Lacan para una nueva política de la histeria:
Y si, gracias al tratamiento analítico (…) si por casualidad le interesa la relación sexual, es preciso que se interese en este tercer elemento, el falo. Y como ella solo puede interesarse en él en relación con el hombre, en la medida en que no es seguro que haya uno siquiera, toda su política girará hacia lo que llamo tener al menos uno (Lacan J.1971 [2009] p.132).
La histérica y su partenaire: El hommoinzin
No va de suyo que una mujer se interese en la relación con el otro sexo, se trata de una cuestión de carácter contingente, no necesario, que se evidencia cada vez más en la clínica actual. Ahora bien, si la histérica acepta esta contingencia, seguida a través del mencionado empalme con el discurso analítico, se configura un nuevo punto de partida para ella justamente en ese lugar del impasse.
Su política se orientará entonces a encontrar un hombre. Es en este camino donde aparece el escollo que Lacan escribe con la primera de sus cuatro fórmulas de la sexuación, la que corresponde al cuantificador universal de la función fálica para designar lo masculino: “x Fx. Si lo masculino solo se sitúa en el falo por su relación al universal, para hacer lo propio con el lado femenino será en cambio necesario que esta función se singularice. Es para eso que se requiere una política, es decir, una orientación que en el lazo social dirija al sujeto a obtener un hombre en singular. Lacan nombrará a ese hombre, como es habitual que proceda en su última enseñanza, con un neologismo: el hommoizin. Se trata del hombre definido como “al menos uno” (Lacan J.1971 [2009] p.132) a partir de una mujer que con él se relacione.
Como decíamos, delinear esta salida del discurso histérico conduce a los primeros planteos de las fórmulas de la sexuación. Será en ese pasaje que la causa del discurso histérico tendrá la chance de tornarse una causa más justa. Leída ahora desde la teoría de la sexuación, la aporía histérica se traduciría como la pretensión de alcanzar a la mujer universal por la vía de la identificación al hombre. Pero por tratarse de lo femenino, que sólo puede alcanzarse en el ámbito de lo singular, es que se hace necesario el pasaje por el hommoizin, el hombre que funciona como excepción al universal:
En la solución imposible para su problema, es midiendo la causa justamente, es decir, haciendo de ella una causa justa, como la histérica se pone de acuerdo con los que imagina que poseen este semblante, al menos uno que escribo, el hommoinzin, conforme al hueso que necesita su goce para poder roerlo (Lacan J.1971 [2009] p.143).
La lógica aplicada al problema de la sexuación hace posible formalizar gran parte de las cuestiones que plantea en la práctica el sujeto histérico respecto de su partenaire masculino, como lo son los relatos y las quejas de las histéricas de sus aventuras y desventuras de lo que significa obtener un hombre que no sea como los demás. En efecto, a esta multiplicidad de dificultades una razón estructural le asiste, y consiste, como vimos, en que un hombre no tiene otra forma de ubicarse como tal sino a partir del registro de lo universal. Solo les queda ponerse de acuerdo según la expresión de Lacan, lo cual es bastante difícil si nos atenemos a lo que la clínica cotidiana nos presenta. “No siendo posibles sus acercamientos al hommoizin más que confesando a dicho punto de mira –que lo toma según sus inclinaciones– la castración deliberada que ella le reserva, sus oportunidades son limitadas” (Lacan, 1971 [2009] p.143)
Ella le reserva a él la castración deliberadamente porque será el método que se da para obtener de él su al-menos-uno. Si lo consigue, es decir, si logra ubicar lo singular del lado del hombre, entonces y solo así, ella podrá prestarse a ofrecerle su mascarada, esto es, prestarse a encarnar el semblante del falo bajo la forma del ser y articularse a él que hace ahora función de la castración como dimensión de lo singular.
Esto nos plantea una nueva orientación de lectura acerca del trabajo que se toma la histérica para barrar al amo en la pareja. Allí donde registrábamos su insatisfacción interminable en el empeño de explorar y explotar el saber del amo, ahora podemos reconocerla como la vía de acceso a la singularidad de su goce.
Es este momento en el que para Lacan comienza un movimiento que tiene la posibilidad de ir más allá del semblante fálico y orientarse hacia el goce femenino. Es en el camino abierto de lo singular donde se encuentra el hueso para roer un goce que no se totaliza.