Escucho música de la película Un hombre solo (Korzeniowski, 2009), la canción A Stillness of the mind (una quietud de la mente) y me pregunto: ¿Qué no desaparece? Frente a mí está el libro/registro de Gabriela Halac, los archivos de una serie de visitas al Museo de la Memoria La Perla, “un proyecto que asumió la tensión irresoluble que habita la dimensión de la desaparición (…) las implicancias de estar en el lugar, aceptar su existencia y dialogar” (Halac, 2016, pág. 19).
Los visitantes —artistas, algún psicoanalista— son acompañados por Gabriela a caminar sin rumbo por la tierra del horror y la memoria. Cada uno genera un acto, una palabra o varias que dejan huella. Dice Lucas Chami mientras observa los objetos de la muestra “SobreVidas” que se encuentra exhibida: “Agustín (Di Toffino, hijo de Tomás Di Toffino, dirigente gremial desaparecido, el más cercano amigo del Gringo Tosco) me contaba de su papá y de este ajedrez hecho con migas de pan…” (Halac, 2016, pág. 69). Otro visitante, hablando del camino que pasaba por La Perla, dice:
Recuerdo haber ido en el auto con la Negra, mi madrina, y que ella me explicara qué era El Cajón. Me acuerdo de eso porque la ruta vieja pasaba por un lugar que se llamaba así: El Cajón. En un punto no mucho más allá, la ruta se metía por dos montañas simétricas, totalmente simétricas. Recuerdo que volvíamos en tren; en un momento se detiene la marcha y nos hacen bajar porque supuestamente había habido un atentado en el tren, o en las vías… no sé. Tengo un recuerdo muy vago, habré tenido cinco años como mucho. Y todo esto se me vincula a eso. Es un magma de sensaciones muy encontradas, pero vinculadas en algún punto a la violencia: El Cajón, la muerte, la niñez, los milicos (…)” (Halac, 2016, pp. 47-48)
Un siglo atrás, en los orígenes del psicoanálisis, una mujer teorizó, por primera vez, que somos gobernados por la diarquía Eros y Tántalos, Eros y Tánatos decimos nosotros, que suena parecido pero no es igual. Sabina Spielrein en su artículo La destrucción como origen del devenir —cuyo título también puede ser traducido como La destrucción como causa del ser (o de la existencia) — nos mostró el componente destructivo de la sexualidad, nos explicó el porqué de la cercanía entre ideas de muerte y deseos sexuales. Afirma Sabina en su texto de 1911:
El instinto de autoconservación es un instinto simple, que sólo consta de un elemento positivo; el instinto de conservación de la especie, que tiene que matar lo viejo para que surja lo nuevo, consta de un componente positivo y de uno negativo. El instinto de conservación de la especie es ambivalente en su esencia, por eso la excitación del componente positivo provoca a la vez la excitación del componente negativo y viceversa. El instinto de autoconservación es un instinto “estático”, en la medida que defiende al individuo ya existente de influencias extrañas. El instinto de conservación de la especie es un instinto “dinámico” que pretende la transformación, la “resurrección” del individuo en una forma nueva. Ninguna transformación puede darse sin una destrucción del antiguo estado.” (Spielrein, 1911, pág.20)
Sabina nació en Rostov, sur de Rusia. Se analizó con Jung y Bleuler y expuso sus teorías ante Freud, quien tomó los conceptos de La destrucción como origen del devenir para escribir Más allá del principio del placer. Sabina ejerció como analista didáctico en el Instituto Rousseau de París y en el Instituto Psicoanalítico de Moscú. Entre sus analizantes se encontraba Jean Piaget. La destrucción como origen del devenir tiene una cualidad perdida en gran parte de los textos psicoanalíticos actuales: la simpleza. En muchos de los padres —y madres— de nuestra disciplina, había un trabajo de escritura y reflexión con el fin de que el lector comprendiera los textos y aplicara esos conocimientos. Esta simpleza no iba reñida con la profundidad, la polisemia y los ejemplos instructivos. Fijémonos en el comienzo del texto insigne de Sabina y pensemos que estaba introduciendo un concepto tan revolucionario como el “componente destructivo del instinto de procreación”, el cual nos llevaría a la segunda tópica freudiana:
Al ocuparme de problemas sexuales, me interesó especialmente una cuestión: ¿por qué este instinto más fuerte, el instinto de reproducción, aloja en sí, junto a los sentimientos positivos de esperarse a priori, sentimientos negativos como miedo, asco, los que en realidad deben superarse para que pueda lograrse la actividad positiva…
Y sigue: “…llamó la atención la frecuencia de las ideas de muerte relacionadas con los deseos sexuales”. (1911, pág. 1)
Regresemos al libro de Gabriela Halac. Hay una charla entre ella y Jazmín Sequeira, es decir entre dos mujeres que pertenecen al mundo del teatro. Jazmín pregunta: “¿Viste la obra de Sergio Blanco, Kiev? Algo de la operación que él hace, tan terrible, habla de nuestra sociedad. Hay algo real que acontece, que se ha mantenido oculto, que se ha silenciado, hay algo de esa cosa que encierra y enferma…” (2016, pp. 139-140).
El final de Sabina Spielrein coincide con el de muchos de los que pasaron por La Perla: sus tres hermanos desaparecieron en los gulags stalinistas y luego, cuando los nazis entraron a Rostov, ella con sus dos hijas fueron perseguidas y asesinadas.
Durante largo tiempo los desaparecidos permanecieron ocultos junto con sus historias, lo mismo sucede con Sabina Spielrein y su obra. El libro/testimonio de Gabriela Halac nos muestra un camino de sensibilidad, memoria y belleza que también está en Sabina. Para nosotros como individuos, como sociedad y como psicoanalistas, seguir estas huellas nos permite alejarnos de la sed, del hambre y del perpetuo terror a la muerte a los que Tántalos, ese malvado y soberbio hijo de Zeus y de la ninfa Riqueza, fue condenado.