Los destinos de la sexualidad femenina

FERNANDO POMBA

 

Resumen

El presente trabajo es un recorrido en la enseñanza de Lacan sobre la sexuación femenina.

Se realizarán cinco puntuaciones sobre la misma, en relación a diferentes conceptualizaciones del goce. Se apuntará a diferenciar tres nociones fundamentales: histeria, posición femenina y goce femenino.

Jacques Lacan no sigue los mismos caminos que Sigmund Freud en lo que respecta al desarrollo sexual femenino y define otras posibilidades. Las tablas de la sexuación, presentadas en el Seminario 20 (1972-1973 [1985]), son el resultado de este esfuerzo conceptual que le permitirá definir al goce femenino como tal, distinto del goce fálico.

Introducción

Freud planteó tres salidas posibles del Edipo para la mujer, todas ellas enmarcadas bajo la primacía fálica, es decir, como modos de respuesta al complejo de castración. Sin embargo, según se conoce, nunca quedó completamente convencido de esta formulación, pudiendo encontrarse en su obra variadas puntuaciones clínicas, interrogantes, y piezas sueltas al respecto.

Fue Lacan quien recogió el guante y avanzó sobre ello. Si bien durante sus primeros seminarios se mantuvo junto a la huella de Freud, su elaboración conceptual le permitió encontrar otras soluciones a la trama edípica. A partir del Seminario La angustia (1962-1963 [2007]), comenzaría un desarrollo que le serviría de guía para plantear lo propio del goce femenino.

Lacan estableció la diferencia entre histeria y posición femenina desde el comienzo, pero fue de a poco que elaboró el concepto de goce femenino. Las tablas de la sexuación, que encontramos en el Seminario Aun, son el resultado de esta larga elaboración.

Se realizarán a continuación cinco puntuaciones, no exhaustivas, que señalan en la enseñanza de Lacan diferentes conceptualizaciones del goce que aportarán elementos para abordar la sexuación femenina.

El significante imaginario

Lacan en el Seminario 3 (1955-1956 [2002]) pondrá el acento sobre la comunicación analítica, donde entre el sujeto y el Otro circula la palabra fundamental que el análisis debe revelar, y lo imaginario viene a hacer de obstrucción a este paso. Estamos en el esquema Z, en los dos ejes en cruz que representan esta estructura de circulación y obstrucción.

Bajo este esquema, regido por el modelo comunicacional, el síntoma figurará como el encarcelamiento del sentido, del sentido no entregado en la dialéctica del sujeto y el Otro. Esta detención produciría sufrimiento y correlativamente su liberación sería causa de satisfacción. Es decir que es dentro del orden simbólico que se produciría la satisfacción.

El Otro en cuestión será el lugar de la palabra que admite, sanciona, valida el sentido. De este modo Lacan hará del reconocimiento del Otro el deseo más profundo del sujeto. Es el tú eres que vendría del Otro donde el sujeto se situaría y se reconocería una vez que lo imaginario fuera menguado.

En esta estructura la neurosis será esencialmente una pregunta simbólica, que bajo la modalidad de la histeria cobraría la siguiente forma: “¿Qué es ser una mujer?”

Ahora bien, esta no sería una pregunta del sexo femenino sino de esta modalidad clínica. Tanto mujeres como hombres que se encuentren en ella se la formularían por igual.

Lacan planteará que si el sujeto se hace esa pregunta es porque la realización de la posición sexual en el ser humano estaría vinculada a la travesía de una relación fundamentalmente simbolizada: el complejo de Edipo.

Tomará la última contribución hecha por Freud sobre lo femenino en los años treinta, donde avanza sobre su elucubración del “continente oscuro” nuevamente con la brújula del Edipo. El Edipo freudiano a partir de aquí aparecería como un recorrido distinto entre los sexos. Para Lacan esta disimetría se situaría esencialmente a nivel simbólico, ya que no habría simbolización del sexo de la mujer. Ello la forzaría a un rodeo por la identificación al padre debido a la prevalencia de la forma imaginaria del falo.

El falo es una imagen que se vuelve significante y se convertirá en el elemento simbólico central del Edipo. Es decir que tendrá un estatuto especial, de excepción, ya que los dos órdenes, imaginario y simbólico, que estaban claramente separados, serían reunidos por el falo. Sería tanto uno como otro, convirtiéndose en un significante imaginario.

El falo es un símbolo que no tiene correspondiente ni equivalente. Habría una disimetría a nivel del significante. Esto lleva a la mujer a tomar como base de identificación la imagen del otro sexo. Pero esto sería solo un plano del problema, porque detrás Lacan situará el verdadero interés de la histeria: la Otra mujer. Aquella que tendría un saber de cómo ser mujer, encarnado en el caso Dora por la contemplación que va de la figura de la Sra. K. a la Madonna Sixtina.

La equivocación del análisis freudiano del caso Dora, a quien consideraba una homosexual, radicaría para Lacan en la formulación de la pregunta a partir de la cual se este se estructura. Para Lacan, no se trata del interrogante acerca de ¿qué desea Dora?, en el sentido de cuál era su objeto de deseo, sino de ¿quién desea en Dora?, pregunta desde la cual se puede derivar que su identificación imaginaria al hombre resultaría un medio de aproximarse a la definición que se le escapa, lo que no logra simbolizar.

Así comprendemos por qué Lacan dirá que es con la identificación especular del yo como el neurótico formula su pregunta secreta y amordazada.

Habría un señalamiento preciso sobre la distancia entre histeria y posición femenina en Lacan, ya que planteará que volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son cosas diferentes. Y hasta cierto punto, si se lo pregunta es porque no llegaría a serlo, e incluso, lo contrario.

El falo como significante del deseo

A partir del Seminario 5 (1957-1958 [2007]) Lacan realizará un trabajo de significatización de los conceptos psicoanalíticos. Los términos imaginarios que servían de obstrucción en la dialéctica del sujeto con el Otro comenzarán a recibir un estatuto simbólico. Esto llevaría a una nueva conceptualización del falo, ya no como significante imaginario sino como significante del deseo del Otro. No continuará con la noción hegeliana del deseo de reconocimiento sino de la posición del sujeto frente a este deseo del Otro.

Para esta elaboración Lacan recurrirá a la distinción de los tres planos fundamentales de la necesidad, la demanda y el deseo: en tanto las satisfacciones de la necesidad pasan por la palabra, el sujeto recibiría su mensaje del Otro, quedando alienado a los significantes de la demanda. En la ambigüedad del límite entre el sujeto y el Otro, donde la demanda se mantendría en un plano de mutua reciprocidad, un otro deseo que no se reduciría a la demanda figurará en el Otro.

El deseo aparecerá entonces como resto de la operación de la sustitución de la necesidad por la demanda, cuya función sería permitir al sujeto diferenciarse y salir del circuito de la demanda. El falo es el significante que designaría este deseo.

Lacan utilizará esta escisión fundamental entre demanda y deseo para hablar de la histeria. Localizará en ella un deseo particular: el deseo insatisfecho; cuya función será la de mantener un deseo más allá de toda demanda. Es decir, la de sostener un deseo que no se reduciría a la completa captura por la palabra del Otro. Sería un deseo de “otra cosa”, necesario para que la histeria mantenga una relación amorosa que le sea satisfactoria. En donde no dar lo que se demanda sería la solución que encuentra la histeria para escapar hacia el campo de los deseos.

Si el falo es el significante del deseo del Otro, de lo que se tratará para el sujeto es de ser o no ser el falo. De esta forma, Lacan buscaría una salida diferente a la propuesta por Freud al complejo de Edipo en la mujer. Para este último el complejo de castración iniciaba la entrada de la mujer en el Edipo, siendo uno de los destinos de su desarrollo sexual la equiparación falo=niño, el hijo como sustituto ante su anhelo de pene. Es una solución por la vía del tener.

Lacan irá un poco más allá al establecer una salida por la vía del ser, ser el falo toda ella, con todo su cuerpo. El narcisismo corporal que a la vez que la hace falo vela la castración. Esta vía le permitirá a Lacan separar la mujer de la madre en el desarrollo sexual femenino.

Entonces, Lacan hará del falo el significante que cumpliría una función en el encuentro entre los sexos, haciendo de la atracción entre estos algo mucho más complejo que la atracción imaginaria. Al ser el falo el significante del deseo, la posición masculina y femenina constará en tener o en ser el falo.

En este orden de cosas la histeria tendría un manejo singular. Lacan dirá que rechazar lo que se es en el parecer sería la posición de la mujer en la histeria. Es decir, que si ser el falo es un lugar que la mujer puede ocupar en la “comedia de los sexos”, la histeria se dirigiría a la mascarada.

Ella se haría máscara para, detrás de esa máscara, ser el falo. De allí que Lacan hablará de la provocación histérica, en tanto ésta iría dirigida a generar el deseo. Ella designaría el lugar más allá de la máscara, de algo que se presenta al deseo sin permitir su acceso, ya que detrás no habría nada. Es el movimiento de llevarse la mano al botón de la blusa, donde la histeria se tienta tentando al Otro.

El falo órgano

Como plantea Jacques-Alain Miller (2007), es en el seminario dedicado a la angustia que Lacan comenzará a esbozar el goce femenino.

Todo el aparato significante que Lacan ha construido para significantizar la libido freudiana, haciendo del falo simbólico su operador principal, a partir de aquí será dejado de lado. Lacan no tomará al falo en su versión significante, sino al falo órgano, el pene real.

En este seminario se interesará por las particularidades anatómicas del organismo, del cuerpo ya no del Estadio del Espejo sino del cuerpo biológico. La libido ya no estará en relación al deseo como metonimia en la cadena significante, sino en consonancia a ciertas zonas particulares del cuerpo que Lacan desarrollará como los objetos a, caracterizados por su condición de desprenderse del cuerpo. Estos objetos darían cuenta del concepto de fijación en Freud en contraposición al deseo que se desplaza, siempre corriendo bajo los significantes. Lacan estaría anunciando así lo que luego desarrollará en el seminario Aun: que es necesario un cuerpo para gozar.

En esta investigación sobre el cuerpo Lacan indicará una propiedad anatómica del órgano masculino, que se opone a la prevalencia de su imagen como potencia. Hará hincapié en el ciclo de tumescencia y detumescencia que afecta al órgano en el momento del goce. Si en el Seminario 3 el falo brillaba por su preeminencia, en este seminario es el falo modesto.

Es decir que el falo como órgano lleva en sí el signo de la castración (-φ). No sería necesario ningún agente externo que amenace con cortarlo, ni tampoco la comparación imaginaria de los cuerpos que llevaría al sujeto hacia el complejo de castración. Cuando se hace del falo un significante, la sexualidad femenina se vería forzada a un rodeo para su realización, acompañado de un sentimiento de inferioridad de la mujer en el plano imaginario.

En cambio en el Seminario de La angustia, Lacan planteará que a la mujer no le falta nada, la misma definición que establecerá para lo real: a lo real no le falta nada. Pues la falta es una categoría de lo simbólico, algo falta si tiene un lugar demarcado por el significante. Este “no le falta nada” sería una definición desde lo real para abordar lo femenino.

Al no faltarle nada no tendría las mismas debilidades que los hombres en cuanto al deseo. No cargarían con el ciclo de las intermitencias del deseo masculino ni con los mismos temores de no poder frente a las exigencias del Otro.

Ellas estarían en contacto directo con el deseo del Otro y éste sería el medio para su goce. Mientras que el hombre sólo se relacionaría con el otro sexo a través del objeto de su fantasma.

Esta relación sin intermediación haría a las mujeres superiores en el dominio del goce. Pero la contrapartida es que como no hay obstáculo, también estarían más expuestas a las fluctuaciones del deseo del Otro y por ende más proclives a la angustia.

Por eso Lacan indicará al mito de Don Juan como una fantasía femenina, como esa imagen del hombre que más que deseable es el hombre en posición siempre deseante, siempre interesado, sin las intermitencias del deseo.

El goce discursivo

En El reverso del psicoanálisis Lacan hará un nuevo desplazamiento con respecto al goce y lo presentará como inserto en el discurso, estableciendo una relación primitiva entre el significante y el goce.

La articulación significante produciría una pérdida y una recuperación del goce bajo la forma del plus de goce. J-A. Miller (1998 [2011]) resume este momento de la conceptualización con el axioma: el significante es lo que representa al goce para otro significante. Es decir que el significante asumiría una representación del goce, pero al hacerlo falla, produciendo la repetición.

Este desarrollo llevaría a Lacan a avanzar en el campo de la histeria, estableciendo un discurso propio para la misma, que no es la histeria clínica sino, como todo discurso, una modalidad de lazo social.

En el discurso de la histeria, en el lugar del agente, encontramos al sujeto por excelencia, el sujeto barrado que tiene en el lugar de la verdad-mentirosa, bajo la barra, al objeto. La histeria estaría animada por un interrogante: cómo un sujeto puede o no sostener la relación sexual. Sería una pregunta acerca del goce, y se dirigirá a un Otro que supone un amo para que produzca un saber acerca de eso. Esta operación revelaría que lo que constituye al saber sexual como tal, se presenta como extraño al sujeto.

En el caso Dora vemos cómo queda atrapada en la suposición de que la Sra. K sabría qué es ser una mujer, sabría cómo sostener el deseo del padre idealizado. A su vez que no soporta que el Sr. K la tome como mujer causa de su deseo, en lugar de su esposa. Esto daría cuenta de que en la histeria es el saber lo que está en el lugar del goce, el S2 que ocupa el lugar en la estructura de los discursos del plus de goce.

Pero el punto de imposible, marcado por la doble barra, sería que el saber no puede recubrir la cuestión del goce, el significante no lograría decir todo del objeto.

Este discurso permitiría pensar lo que Lacan definirá como el goce propio de la histeria: el goce de la privación. En la medida en que la histeria se sustrae para dejarle el lugar a la Otra, iniciando el circuito de la pregunta histérica, goza de esa sustracción. Es el rechazo del goce del cuerpo propio. Es una forma de nombrar en términos de goce el deseo insatisfecho de la primera enseñanza de Lacan.

Este gozar de privarse de su propio goce no puede dejar de suponer en el horizonte un goce absoluto, el goce que la histeria supone en el Otro, respecto del cual su propio goce es exiguo.

El goce femenino y la histeria hommosexuelle

A partir de Aun Lacan presentará las tablas de la sexuación, sostenidas en un desarrollo lógico y no en la estructura del lenguaje. A través de las tablas logrará formalizar un largo recorrido del goce femenino, como diferente al goce del hombre, a la vez que permitiría ubicar allí a la histeria.

Se seguirá valiendo del falo, pero bajo otro nuevo estatuto. El falo será una función lógica donde el sujeto se inscribe como una variable:

Las tablas de las sexuación constarán de cuatro fórmulas distribuidas en dos lados, de donde se diferenciarán dos modalidades de goce: el fálico y el Otro goce o goce femenino. El primero es el lado hombre definido por: Todos bajo la norma fálica:

Lacan se apoyará en Peirce para definir que es la excepción la que funda la clase, es el estatuto lógico del padre freudiano de la horda primitiva. El “al menos uno que no se somete a la castración” para que todos estén bajo la égida del goce fálico. Es el existencial el que funda el universal.

Por otro parte, el lado femenino será definido por la inexistencia de esta excepción, un “no hay al menos uno que le diga que no a la función fálica”:

Al no estar la excepción no se funda la clase, lo que producirá un no-todo bajo la norma fálica.

Estas modalidades de goce del todo y del no-todo serían las únicas definiciones posibles del hombre y la mujer. Es decir que Lacan presentará una definición por fuera de la anatomía y de las identificaciones. Más allá de una lógica atributiva, de tener o de no tener, ubicarse en uno u otro lado de la tabla será electivo.

El no-todo y los místicos

En este seminario, el no-todo será un camino para interrogar la sexualidad femenina. De este modo, empujará los límites de su conceptualización para alojar allí lo específico de la feminidad. Para llegar a esto fue necesario escuchar lo que decían las mujeres en análisis: si bien daban cuenta de una relación al falo, no es todo lo que les interesaba. Ellas daban testimonio de la importancia del amor, hasta el punto de ocupar una condición para su goce. Ya Freud daba cuenta que la pérdida de amor en la mujer equivalía a la amenaza de castración en el hombre, pero aún faltaba darle su justo lugar al amor en el goce femenino.

Lacan hará notar que las analistas mujeres no habrían hecho ningún aporte significativo sobre este tema. Pero considera que debe haber en ello una razón de estructura. Ya que de este goce las mujeres nada dicen, nada saben ellas mismas, excepto que lo sienten. Lo sienten a nivel del cuerpo.

Entonces recurrirá no a la literatura psicoanalítica, sino a los místicos. Indicando que son gente seria, no es una literatura que haya que menospreciar sino que habría que leerlos. En su mayoría serían mujeres, como Santa Teresa o Hadewijch d’Anvers, pero también los habría hombres, como San Juan de la Cruz. Son ellos quienes darían un testimonio de un sentimiento íntimo de la presencia de Dios, de un momento de arrebato, de una experiencia de goce ilimitado que escapa al sentido.

Como sostiene C. Salé (2013) las místicas se lanzan con todo su ser hacia el encuentro con el amor de Dios. Este encuentro las lleva a estados y experiencias indecibles, profundas y sublimes. Del mismo modo la ausencia del ser amado les resulta insoportable, crea una búsqueda permanente, una rabia de amar; por esta razón también las místicas son llamadas las locas de Dios.

Con el goce femenino Lacan resolvería un problema: el goce quedaba en la antinomia con el Otro. El sujeto gozaría solo, goza de su cuerpo de forma autista sin relación con el Otro, donde el verdadero partenaire, detrás de este Otro, sería el objeto a.

Sólo el amor restituye el lazo con el Otro. Aquí el amor es pensado a nivel de lo real de la pulsión, de un goce más allá del tener.

La demanda de amor en la mujer, al estar enlazada al goce produciría una insistencia que se desentiende de la respuesta del Otro. Un funcionamiento automático que la sumergiría en un goce que sobrepasa el límite fálico. Esto explicaría los extravíos de la vida amorosa de la mujer en tanto ninguna respuesta lograría responder a esta demanda.

La sexualidad femenina abriría así una apertura al Otro, produciendo un mixto de goce y de amor.

Lacan planteará que hay un goce femenino pero no habría el significante de La mujer. Ese La estaría tachado para denotar la negación del artículo definido que designaría un universal. Es otra forma de decir no-todo. Si existiese el significante de La mujer habría relación sexual, pero como es el significante que falta en el campo del Otro, no la hay. Entendemos por qué Lacan dice que a la mujer se la mal-dice, traducción al castellano de la expresión que usa en francés: on la Diffâme, que conjuga homofónicamente: se la dice-mujer y se la difama. Se la dice mal porque no existe este significante que la nombre, entonces se la mal-dice e incluso se la injuria.

Del lado macho se dice mal ese goce que escapa a la castración, el goce que inquieta y que el hombre a veces interroga a través de los celos hacia su partenaire, cuando presiente que hay en ella otra cosa en su goce que a él se le escapa.

Es que el goce femenino no es complementario al goce fálico. Si así fuese estaríamos en el mito de Aristófanes: los seres complementarios que se unirían en el Uno del amor. El goce femenino sería un goce suplementario al goce fálico, un goce adicional que se le agregaría sin completarlo. Entonces la mujer estaría dividida entre el goce fálico y el Otro goce, lo que las hace, al decir de Lacan, no locas del todo.

Esta división se ve representada en las tablas donde desde La mujer una flecha se dirige al lado macho en dirección al falo, y otra flecha dirige al S(Ⱥ).

El no locas del todo que Lacan enuncia sería gracias a su relación con el falo. Sin éste se estaría en la locura del todo. Clínicamente se puede observar lo que puede ser para una mujer estar frente al goce deslocalizado, frente al extravío cuando se ha cortado su relación al falo.

La posición femenina

Que no exista la relación sexual, como plantea Lacan, implicaría que haya en definitiva sólo modos de fallar, único modo de realización de esta relación. Entonces tenemos dos modos de fallar:

Del modo macho es con el objeto que se pone en el lugar del Otro, en el lugar de la pareja que falta.

Como figura en las tablas, es con los términos del fantasma como da respuesta a la no relación. Con su condición de elección de objeto aborda a la mujer.

Y el modo mujer de fallar sería en tanto ella está en relación con el Otro, con lo radicalmente Otro. Que es lo Otro de lo Uno del goce fálico.

Que no haya relación sexual es una forma de decir que entre los sexos no se puede hacer Uno, ni con el objeto ni con el Otro.

Lacan ubicaría la posición femenina en el condescender a ser el objeto causa de deseo de un hombre. Es decir, que no habría ninguna relación natural, sino que sería necesario el consentimiento de la mujer para ocupar ese lugar haciendo semblante de objeto. Del lado hombre implicaría que no encontraría a cualquier mujer, sino a aquella que consuene con su inconsciente, algo del orden de la contingencia. Y del lado de la mujer, que ella advendría al lugar de partenaire-síntoma que tiene el valor de ser la envoltura del objeto a. Este no es el goce femenino, es su propio deseo de falo lo que la puede llevar a ubicarse en ese lugar. Y tampoco es la histeria, quien rechaza ocupar la posición de objeto a.

La histeria normal

Lacan dirá de la histeria que ella es hommosexuellehaciendo cierta homofonía con el desarrollo freudiano. Pero al escribirlo con dos “m” indicaría que no se trata del griego homo que designa igualdad, que se elegiría al mismo sexo como objeto de amor, sino homme que en francés significa hombre. De este modo ubicará a la histeria del lado hombre de las tablas regido por lo universal del goce fálico, donde identificada al falo puede hacerse desear, pero de esta manera rechazaría lo más íntimo, y a la vez lo más hétero, de la feminidad.

El rechazo a la feminidad no es privativo de las mujeres, sino que es estructural, en tanto la dimensión del goce femenino confrontaría a unos y a otros con el agujero que implica la no relación sexual. Por ello Lacan nombra a la neurosis en general como “normal”, norme-mâle, que en francés se traduce como norma-macho.

Referencias

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  • Miller, J.-A. (1998-1999 [2001]) “La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica” en Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller. Buenos Aires: Paidós.
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