El extraño caso del acto analítico

PILAR ORDÓÑEZ

Resumen

Este trabajo se propone situar las coordenadas simbólicas del acto analítico y sus consecuencias. Para eso, se lo diferencia del acto profesional y del acto revolucionario. La singularidad de este acto radica en la destitución subjetiva, el abarrancamiento del objeto a y el surgimiento de un nuevo deseo. Destaca una temporalidad propia del acto, la retroacción. También acentúa un efecto propio de la sustracción del objeto a, el atemperar de la pasión. Por último, emplaza el acto analítico en la doctrina de Lacan, el momento histórico de su Escuela y de la ciudad en la que él dicta el Seminario homónimo.

Abstract

This work aims to locate the symbolic coordinates of the analytical act and its consequences. For that, it is differentiated from the professional act and the revolutionary act. The singularity of this act lies in the subjective destitution, the gullying of the object a and the emergence of a new desire. It highlights a temporality of the act, the retroaction. It also accentuates an effect of the subtraction of the object a, the tempering of passion. Finally, it places the analytical act in Lacan’s doctrine, the historical moment of his School and of the city in which he dictates the homonymous Seminary.

Existe un acto sin Otro y sin sujeto

Un acto se define a partir de ciertas coordenadas simbólicas específicas y no requiere de una acción física particular. ¿Quién podría definir con qué gesto se cruza la frontera de lo imposible o con qué paso se atraviesa el Rubicón? Existen muchas clases de actos, pero existe un acto que, por estar enmarcado en las coordenadas del discurso analítico, cobra características peculiares. Es un acto que excluye un garante y del que “Ya nadie” (Lacan, 1960 [1987], p. 646) es el autor. Sabemos de otros actos, de los que algunos participan como efectores o afectados, pero este que nos convoca se distingue por ser un extraño acto sin Otro y sin sujeto. 

Comenzamos por distinguir este incomparable acto de otros de igual dignidad, pero de diferente carácter. Del acto médico, por ejemplo, en tanto que acto profesional: perfectamente capaz de completar una historia clínica, extender un certificado o realizar un informe. El profesional no pide la venia al paciente para escribir sobre él, para estipular datos que pueden incidir en su vida, tal como ocurre en la indicación de una internación, que implica un tiempo de reposo laboral y el alejamiento de lo familiar. Sin embargo, este acto que se encuentra rubricado y sellado, que no pide permiso al afectado, se autoriza en un Otro muy preciso, el de la legislación. Tanto es así, que cualquiera de esos documentos lleva el nombre civil del paciente y la matrícula habilitante del profesional. Es decir, es un acto de autoridad apuntalado en el Otro, en tanto que afirma una ley y permite identificar un sujeto del acto, capaz de pagar civilmente por las consecuencias. Así lo repasa Lacan en El Seminario 15

Pensaremos en los que practican un acto, esos que son capaces de un acto semejante y capaces de tal modo que pueden clasificarse, como se dice en las artes, deportes o técnicas, como profesionales. Ciertamente, de este acto en tanto que se hace profesión, resulta una posición de la que es natural que uno se sienta asegurado por lo que uno sabe, lo que uno tiene de experiencia. (Lacan, 1967-1968, inédito)

El acto médico, entonces, en tanto que acto profesional, parte de un sujeto asegurado, que no se transforma al consumarlo. Por lo general, el acto profesional permite que quien lo realice pueda quitarse la investidura al final del día y volver a su rutina, con la conciencia tranquila de haber actuado según su buen saber y entender (caben excepciones, pero supongamos que “Dr. X recetó” y “Dr. F internó”. Supongamos que lo hicieron ajustados a derecho y según lo prescribe el saber acumulado en la evidencia). Muy distinto es el acto al que nos referiremos, porque es un acto que implica una autorización sin el Otro que legisla. Es un acto que prescinde del Otro que garantiza, pero lo más peculiar es que es un acto sin sujeto, ni F ni X. ¿Acaso es concebible un acto que no funcione como predicado? Sí, pero sólo a condición de que sujeto y predicado se precipiten al unísono en el mismo extraño acto.

El acto del psicoanalista es un pasaje

El acto del psicoanalista es el acto del analizante que le permite pasar a ser psicoanalista. Descartemos la empiria de empezar a atender pacientes y asumamos un acto “nunca visto ni oído, a no ser por nosotros, es decir nunca señalado y aún menos cuestionado, el acto psicoanalítico lo vamos a suponer a partir del momento selectivo en que el psicoanalizante pasa a psicoanalista” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 47).

Toda experiencia analítica, llevada hasta su término, invita al analizante a situarse en posición de analista, independientemente de la profesión de los implicados. Ahora, ¿cuál es esa posición? Es necesario captar que no es por haber aprendido de su propio analista que alguien se posiciona en ese lugar. Mantengamos alejada la ilusión del Yo del analizante, identificado a un analista ideal, ya que implicaría la coagulación de su narcisismo en el prestigio de su maestro. Si así fuere, el acto resultaría consagratorio. Pero, más bien, parece que este extraño acto se enuncia mejor como fallido cuando alcanza el límite de un saber, cuando alcanza la falla en el Sujeto Supuesto Saber y no su consumación ideal. 

Es decir que en el acto analítico se produce una destitución y, a la vez, un surgimiento. Cabe la decisión de si “puede tomarse el relevo de un acto que destituye así, en su final, al sujeto que lo instaura” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 47). El sujeto que lo instaura es el analizante. Pero en el momento en que acomete el acto, el analizante es una hoja que no tiene vuelta, se destituye y da paso al analista. Sin embargo, el analista no estaba antes que el acto, esa sería una “anticipación dudosa a la cita” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 57), el analista llega, es cierto, pero solo porque el acto está ocurriendo. El analista, por poco, ya estaba, justo en el instante en el que el acto se precipita en su abrupto lógico. El acto ocurre en el apresuramiento de “un gesto que cambia al sujeto” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 52). El psicoanalista no existe, a no ser por “la lógica con que un acto lo articula en un antes y un después” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 52). El psicoanalista, entonces, solo “se califica en acto” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 52). 

Podemos detener la cuestión en una curiosa afirmación de Lacan: “Si el psicoanalizante hace al psicoanalista, todavía no se ha agregado nada, sino la factura. Para que sea obligante hace falta que responda, que sí tiene de psicoanalista. A eso viene el objeto a” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 52).

Sabemos que el psicoanalizante hace al psicoanalista (y no el analista tratante, como sueña el ideal). Es decir, que es él quien tiene un pasaje en el bolsillo. Tener el pasaje no asegura la mutación, hace falta que lo use, que entregue su ticket para que sea obligante. Hace falta soltar eso que guarda en el bolsillo y que condensa su ser.

El antes de un después

¿Cuándo nace un psicoanalista? Antes de nacer, ¿dónde estaba? ¿Pura latencia en las aptitudes del analizante? ¿Estaba en potencia en las habilidades del analista que conducía la experiencia? ¿En las condiciones ambientales, como ser la formación que la Escuela dispensa y la enseñanza que los institutos imparten? ¿Estaba despejándose per vía di levare en la práctica del control?

En el analizante no estaba, sabemos eso porque tuvo que producirse una mutación, una destitución para que advenga. No hay cómo distinguir “la pasta de analista” (Miller, 1989-1990 [2000], p. 201). ¡Qué fácil sería si no deducir qué condiciones previas tiene que poseer un candidato a analista! Cuántas molestias se ahorrarían para nominar a un analista los dispositivos de la Escuela (Admisión, Pase y Garantía). Pero ya intuimos: en el candidato, todas sus condiciones son fantasmáticas y, para peor, todas las aptitudes son sintomáticas. No existe una gracia que lo dote de “su escucha”; Lacan se ríe cuando agrega: salvo que sea un “fetiche surgido de una voz hipocondríaca” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 51). Es decir, será necesario que, mediante el análisis personal, reduzca sus síntomas y sus fantasmas a restos, que los extraiga de su programa de goce y recién podrá ponerlos al servicio del deseo del analista.

En el analista que conduce la cura, tampoco. Su modo de encarnar lo que no se simboliza del goce, la ductilidad para maniobrar un semblante, las interpretaciones, todo eso llega hasta un punto. Luego, no resultará el garante del acto que le permitirá a su analizante autorizarse de sí mismo y de algunos otros. Incluso, esa autorización implicará, forzosamente, que la transferencia (como suposición de saber y como ligadura libidinal) quede liberada. La pregunta es, ¿qué relación tiene el acto analítico, en sentido estricto, con los actos del analista que dirigió la cura?[1] No puede privarse de ellos, es cierto, pero tampoco son antecedentes suficientes. No explican ni justifican, son pálidas excusas que solo podremos situar como antecedentes lógicos, una vez consumada la mutación.

Esto es lo increíble de este extraño acto: su acaecer produce sus propios antecedentes. Una vez ocurrido el acto, parece que se ordenarán retroactivamente ciertos hechos que cobran un valor de antecedente. También esta retroacción puede tener una faz prejuiciosa, suele suspirar el pasillo con cierta suspicacia: ¡Ah! ¡Porque se analizó con X! ¡Porque viajó a París!; es increíble el alcance que tienen las teorías sexuales infantiles, ya que sobreviven en el blablá de la comunidad. El nacimiento de un psicoanalista, en los pasillos, puede ser visto como re-pollo de tal o cual cigüeña.

En la cultura, existen varios juegos que justifican el antes de un después, como hemos decidido llamarlo. Varios divertimentos justifican los antecedentes absurdos e infundados. Jorge Luis Borges habla de Kafka y sus precursores. Incorregible, porque no hay precursores de Kafka, sino después de que Kafka los leyó y los transformó. El escritor “afina y desvía la lectura” (Mazza, 2005, p. 23) hasta crear sus propios precursores. Otro juego lo propone el crítico Harold Bloom (1973 [1991]) con lo que llama la angustia de las influencias. Alguien escribe un poema, en la soledad del papel en blanco, y luego recibe los comentarios de los críticos que lo leen en el concierto de la actualidad literaria: “su voz poética se parece a la de Emily Dickinson”, aseveran —¿incluso si el autor leyó a Emily en traducciones baratas que no cuidaron su cadencia?, no nos pongamos remilgados—. Según Bloom (1973 [1991]), siempre aparece la angustia de las influencias que la letra, de por sí, conjura. El maestro, lejos de ser fuente de inspiración, es fuente de desesperación, es obstáculo para producir el propio estilo.

El estilo es un problema para Bloom. El aprendiz que quiere diferenciarse prematuramente del maestro, en su intento fallido de separación, queda repitiendo el estilo del maestro por mímica o contraposición. Bloom propone que, para alcanzar el estilo más singular, hay que alienarse decididamente a la escritura del maestro, no tratar de distinguirse buscando la pequeña diferencia. Solo en la repetición aparece la diferencia absoluta. Lacan dará otras vueltas sobre el estilo, pero la hipótesis de Bloom resuena en la sugerencia lacaniana: “hagan como yo, no me imiten” (Lacan, 1974 [2010], p. 81).

Por último, tenemos el ejemplo del plagio por anticipado. Un divertido crítico francés, llamado Pierre Bayard, realiza una torsión intertextual y enlaza el tiempo de un modo novedoso, al hablar de plagio por anticipado. Imbrica un texto con otro, no de manera prospectiva, sino con una dinámica retrospectiva. Entonces, el antecesor plagió por anticipado al sucesor. Lo cito:

El disimulo y el parecido son común a los dos tipos de plagio. Pero estos van a diverger [sic] inmediatamente en el tercer criterio, que se refiere al orden temporal. Mientras que el plagio clásico conduce al escritor a inspirarse en uno de sus predecesores, el plagio por anticipado lo conduce a inspirarse en uno de sus sucesores. (Bayard, 2019, p. 43)

Pone como ejemplo a Voltaire, quien con su Zadig (muy burlesco, por cierto) plagia a Conan Doyle, autor de la ficción detectivesca que tiene a Sherlock Holmes por protagonista. De este divertimento literario extraigo dos premisas, una es que Bayard puede mostrar cómo toda narrativa tiene una dinámica retroactiva. Dos, que existe un factor temporal en el acto de plagiar, que es fundamental. Eso es extensivo a todo acto, el factor temporal, en su dinámica retrospectiva, es intrínseco al acto. Funda un antes, después de acontecer. El antes y el después no existían como dos territorios separados, fue necesario el acto, como corte, para que se dividan.

Ubiquemos en el acontecimiento Freud la operación retroactiva que propone Bayard. Lacan prefirió poner a jugar la ética como fundamento del inconsciente y sale de la demoledora encrucijada en la que queda el pensamiento cuando se cruzan la gnoseología y la ontología. Es decir, el inconsciente no se funda en un saber (descubrimiento) ni en un ser (revelación). Se funda en una ética, es decir que estriba en un deseo (deseo que no se formula de manera directa y por eso depende de su interpretación). El deseo de aquel solitario que fue Freud le da existencia en este mundo al inconsciente. ¿Dónde estaba el inconsciente antes que Freud lo nombrara y le diera su estatuto? Está claro que las formaciones del inconsciente ocurrían, había sueños y lapsus calami… pero ¿quién lo sabía? Es asombroso, pero ocurre así: Freud en un acto nombra y descubre de una sola vez el inconsciente (Lacan, 1975 [2012]). Luego, los egipcios aparecen como precursores al descifrar sus jeroglíficos y los griegos lo plagian por anticipado con sus oráculos que interpretan el deseo. Anticipan así ese dicho primero que “aforiza y legisla, confiriendo al Otro real su oscura autoridad” (Lacan, 1958 [1987], p. 787).

Retomaremos la pregunta esquivando las respuestas de la teoría sexual infantil: ¿cómo adviene un psicoanalista? Formulémosla mejor: ¿qué acontece en el acto mismo?

Temperar la pasión

Hasta aquí, se explicitó que el psicoanalizante se destituye por un abrupto lógico y, en consecuencia, da paso al psicoanalista. Este doblez sin retorno señala que el analizante muta a la posición de psicoanalista, en esa mutación verifica el nacimiento de un nuevo deseo, el deseo del analista. Pero la pregunta que podemos formular es: ¿a qué refiere ese abrupto lógico que esboza el acto?, ¿qué se desbarranca en esa destitución subjetiva? Persigamos la respuesta en una cita de Lacan: “El psicoanalista se hace de objeto a. Se hace entiéndase: producir de objeto a; con objeto a.” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 53). Es decir, que el abrupto lógico puede entenderse como el desprendimiento del objeto, que se precipita como un “Soy eso”.

Conviene recordar que, a esta altura de la enseñanza de Lacan (1967-1968), en El Seminario 15, la insaciable exigencia de la pulsión cobra sustancia en el objeto a. Lacan agrega que, si del acto solo podemos esbozar lo abrupto lógico, eso resulta “temperando la pasión que provoca en el campo que gobierna, aunque sólo lo haga sustrayéndose” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 55). Algo de la pasión y de lo “insaciable encuentran su medida en el acto analítico” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 55), precisamente, por la sustracción misma de ese objeto. Reparemos que el acto analítico “consiste en zafarse de la captura de lo universal” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 55); por eso, la medida que se encuentra en el acto analítico no responde ni a un más ni a un menos del goce, tampoco es normalización ni maduración, es una medida singular.

Cerca de la revolución, pero no

En octubre de 1967, Lacan le hace una propuesta a su Escuela, que consiste en un nuevo procedimiento para otorgar el título de psicoanalista. Con esta Proposición (…)” (Lacan, 1967 [2012]) completa el Acto de Fundación (Lacan, 1964 [2012]) que había redactado en 1964, con lo cual otorga fundamentos a la experiencia inaugural de su Escuela. Jacques-Alain Miller (1989-1990 [2000]) nombra este trayecto: del Acto (…) a la Proposición (…) (p. 207). Este trayecto queda signado por una preocupación: en el interior de su Escuela se habían apoltronado ciertas Suficiencias y algunas Beatitudes[2] (Lacan, 1956 [1987]) que sobrevivían desde los tiempos de la IPA.

En noviembre de 1967 y hasta mayo de 1968, Lacan dicta El Seminario 15 bajo el título “El acto analítico”. En varios pasajes de este seminario se dirige a dos públicos. Por un lado, interpela a los estudiantes activistas del Mayo francés que ocupan la escena; por otro, les habla a los que pertenecen a su Escuela y que no aceptan esos nuevos procedimientos de habilitación.

Quienes rechazan las nuevas condiciones de nominación lo hacen, fundamentalmente, porque la Proposición (…) cuestiona “la rutina establecida para la habilitación del psicoanalista” (Miller, 1989-1990 [2000], p. 209). Les dirige a ellos palabras durísimas, ya que se conforman con la pose de analista y preservan un lazo asociativo sustentado en el sentido religioso. No captan que el pasaje de analizante a analista depende de un extraño acto que produce una auténtica mutación subjetiva. Todo lo que él desdeñaba de la IPA ahora se los endilga a ellos. La habilitación que pretenden perpetuar: “Se ofrece de manera bastante penosa en la penumbra de los concilios donde la colección que se identifica con ellos toma el aspecto de una Iglesia paródica” (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 51).

Por otro lado, Lacan advierte que el acto psicoanalítico está siempre a merced del acting out. Es decir, es propenso a un resbalón. Tiende a una pendiente natural que solo le deja el recurso a la escena. Ahí ubica los heroísmos, siempre jóvenes. En lugar de la revolución, propone la subversión.

Ninguna diferencia, una vez emprendido el proceso, entre el sujeto que se entrega a la subversión hasta producir lo incurable donde el acto encuentra su fin propio, y aquello que del síntoma cobra un efecto revolucionario solo por dejar de marchar al son que le marca la batuta marxista. (Lacan, 1967-1968 [1984], p. 56)

Es propio del síntoma obstaculizar la marcha de cualquier batuta, la del amo, la de la burocracia o la ingenua revolucionaria. Afirma Lacan:

Después de todo vale la pena plantear la cuestión acá, en un cierto punto de partida, porque en la forma en que voy a avanzar hoy sobre ese campo del acto hay también un cierto atravesamiento por evocar esta dimensión del acto revolucionario y abrocharlo diferente en esto a toda eficacia de guerra y que se llama suscitar un nuevo deseo. (Lacan, 1967-1968, inédito)

Si bien ambos actos comportan un cierto atravesamiento, el acto analítico, para mantener su propia avanzada, no se confunde con la retórica revolucionaria. Más modesto que el pretendido nacimiento del “hombre nuevo” y radicalmente diferente, el acto analítico conlleva el surgimiento de un deseo inédito, capaz de pretender la diferencia absoluta.

Notas

[1] Un ejemplo de esto se puede apreciar en la respuesta que da Miller a Seinhaeve, quien testimonia de las interpretaciones que su analista le había proferido. Miller afirma que esas interpretaciones no son tan brillantes, que es fundamental la participación del analizante para que cobren un valor definitorio. (Miller, 2011) p 120.

[2] Las Suficiencias, los zapatitos y las Beatitudes son personajes que Lacan compone en “Situación del Psicoanálisis” en 1956. Parecen personajes de la comedia del arte, encarnados por distintos psicoanalistas una y otra vez en la IPA. En 1964, Lacan es expulsado de la IPA y con la elegante ironía con que sabía tratar los asuntos institucionales llama a ese alejamiento compulsivo su “excomunión”.

Referencias

  • Bayard, P. (2019). “Plagio por anticipado” en Exordio Psicoanálisis en la cultura. ¿Qué hacer con esas letras? N.° 10. Córdoba: Ed. CIEC.

  • Bloom, H. (1973 [1991]). La angustia de las influencias. Venezuela: Monte Ávila Editores.

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  • Lacan, J. (1967 [2012]). “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” en Otros escritos. Buenos Aires: Paidós.

  • Lacan, J. (1974 [2010]). “La tercera” en Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial.

  • Lacan, J. (1975 [2012]). “Joyce, el síntoma” en Otros escritos. Buenos Aires: Paidós.

  • Mazza, C. (2005). “Un ejercicio literal” en La lectura y sus dobles. Córdoba: El Espejo Ediciones.

  • Miller, J-A. (1989-1990 [2000]). “Del acto a la proposición” en El Banquete de los analistas. Buenos Aires: Paidós.

  • Miller, J-A. (2003). Lo real y el sentido. Buenos Aires: Editorial Diva.

  • Miller, J-A. (2011). Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós.

  • Miller, J-A. (2019). Causa y consentimiento. Buenos Aires: Paidós.

  • Miller, J-A. (2021). “Sobre el final de análisis en la teoría de Lacan” en Freudiana. N.° 91. Barcelona: Ed. ELP.