La idea de esta conferencia es trabajar algunos interrogantes en relación a la presencia del psicoanálisis en Córdoba; algunas reflexiones a partir de un artículo que me aproximaron el año pasado, publicado en la Revista Deodoro. Gaceta de Crítica y Cultura. Se trata de un cuidadoso trabajo de Pilar Ordoñez, del que tomo algunos párrafos por los que me sentí concernida. En principio, la autora supone que hay historia del Psicoanálisis. “La historia del movimiento es la historia de algunos nombres” (Ordoñez, 2015, p.6), dice, y unos renglones más abajo, bajo el subtítulo “Las vías de contagio” agrega:
En las investigaciones y en los relatos que toman el ingreso del Psicoanálisis a la ciudad de Córdoba, Argentina, se pueden diferenciar cuatro vías de ingreso. Las vías están ligadas a nombres propios que poseían algún peso local en el campo intelectual, político o académico. […] La primera se reconoce bajo el nombre de Andrés Cafferata Nores. […] La segunda vía es la única a la que los autores denominan con un nombre extranjero, Althusser. […] Otra de las vías lleva el nombre de Oscar Masotta. […] En la cuarta vía se destaca el nombre del Dr. Osvaldo Francheri, formado en APA, analizante de Willy Baranguer. (Ordóñez, 2015, p.6)
Terminado de leer el artículo me pregunto, ¿cómo sigue? Porque realmente hasta ahí no había nada que tuviera relación con una institución o instituciones en las que la transferencia se hiciera tan presente como en una Escuela de Psicoanálisis, para contar con la formación. Entonces, la hipótesis que propongo es que es imposible escribir la historia de una praxis, una praxis se realiza, se pone en acto, hay goce en eso. Es la misma razón por la que no se puede trasmitir el psicoanálisis en la universidad. El hecho de que sea una praxis invalida su tratamiento por un relato considerando nombres y fechas, elegidos entre otros nombres y fechas que se deslizan y metaforizan en cada ser hablante.
Tomando la cuestión de la historia podemos plantearnos el siguiente escollo con Lacan: el problema es que a la historia hay que ubicarla como tributaria del ser del lenguaje, tal como lo aprendimos con Lacan en el Seminario XX (2004 [1972/73]), es decir, como semblante. Es allí que leemos que “no existe”. No hay cuerpo del delito.
Es así que podemos pensar que cada uno de nosotros, cada hablante es siempre revisionista con respecto a la historia, porque no hay otra posibilidad que agregar un S2 “de la propia cosecha”, o sea, un sentido a lo que se escucha de la historia. Como tal, siempre el S1 invita o fuerza el agregado del S2, su comprensión. Es un efecto de sentido que incluye al fantasma propio, es individual, es decir, se interpreta.
Entonces, ¿cuál es la opción? Si no es el ser, es la existencia, precisamente porque se trata de una praxis que por un lado tiene al goce y al cuerpo como soportes, y por el otro, la confianza puesta en el S1 solo. Ante la pregunta de si es posible escribir una historia del psicoanálisis, hoy diría que no. Respondería que la propuesta de implantar un deseo, lleva a la ficción de saber de qué se trata y generalizarlo con la ilusión de que esto está abrochado como verdad. El deseo es metonímico cuando es el propio deseo y si es el deseo del Otro, citarlo como tal, nos lleva con Lacan (1969 – 1970 [2004]) al deseo del amo. Recordemos que en el Seminario XVII leemos la interpretación de que citar, es querer dominar, y en el Seminario XVI (Lacan, 1968 – 1969 [2008]), encontramos que Lacan alude al riesgo distorsivo que corre un texto (en ese caso el de Freud) al ser interpretado “como enuncia un texto que ya cité aquí, más vale un perro vivo que el discurso de un muerto, sobre todo cuando éste llego al grado de podredumbre internacional que alcanzó” (Lacan, 1968 – 1969 [2008], p. 84), evocando las cosas que le hicieron decir los post-Freudianos a Freud. Freud muerto es pura historia.
En esos términos, se trataría de un gusto especial por la implantación de un deseo (que sería el de un nombre), y podría pensarse como acting de un deseo amo colonizador el que lleva al “fundacionismo”, y que no es más que una forma de goce político que se referencia en el poder.
Lacan nombró al psicoanálisis como una praxis, por cierto, en el sentido de Marx, quien afirmaba que una praxis “se trata de cambiar el mundo, no solo de interpretarlo” (s.d). En el Seminario XI, hablando de los fundamentos del psicoanálisis, Lacan afirma “contribuí a fundarlo in concreto” (Lacan, 1964 [2006], p. 10). Se refería a lo que es un elemento de esa praxis, a saber, la “formación de psicoanalistas”. Más adelante, expresa que praxis designa “una acción concertada por el hombre” (Lacan, 1964 [2006], p. 14), y nos da esa fórmula tan Lacaniana: “tratar lo real por lo simbólico” (op. Cit.). La va a enriquecer al introducir la cuestión del semblante, de los cuatro discursos, del síntoma. En el Seminario XVI (Lacan, 1968 – 1969 [2008]) subraya el hecho de las “consecuencias” de un psicoanálisis y de “hacer psicoanalistas”.
He tomado dos aserciones de Lacan: psicoanálisis es lo que hace un psicoanalista (Lacan, 1964 [2006], p. 11), y esto no es tautológico. Continúa con: no hay psicoanalista, ¿cómo podría haberlo como profesión, con diploma? ¿Y entonces? El psicoanalista se deduce de su acto, o sea, de la existencia.Si hubo análisis, entonces, es que hubo psicoanalista.
Pero, por cierto, sí podemos afirmar que hay psicoanalistas de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) o de la International Psychoanalytical Association (IPA). Es la EOL que nombra y hace existir al psicoanalista, lo aloja, resuelve la cuestión de la garantía. Cuenta como Otro en el que todos los miembros creemos. De esa manera podemos encontrarnos con fechas, nombres, nombres de acontecimientos o sus interpretaciones, pero todo esto es tributario del lenguaje, que es semblante.
Nos detengamos en una aserción de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela (Lacan 1967 [2012]): “al comienzo del psicoanálisis está la transferencia” (Lacan, 1967 [2012], p. 265). Aquí hay goce, y por lo tanto cuerpo, y también consecuencias.
Hago un paréntesis para señalar que un sintagma que nos acompañó desde los comienzos en Córdoba decía así: “analizarse para analizar”. No hay otra forma de creer en los efectos de la transferencia, pero aun más que eso, es el analizante que cambiando de posición deviene analista, tal como lo plantea Lacan en El acto psicoanalítico (1967 – 1968, inédito).
Se asocia el nombre de Freud al descubrimiento del inconsciente, porque Freud mismo lo creyó así, ya que no había logrado ser un buen hipnotizador, descubrir (en ese estado) verdades. Pero Lacan nos propuso otra interpretación: Freud inventó una praxis bajo transferencia. Es allí donde podemos plantear la pregunta sobre si se trató de un descubrimiento o de un invento. Freud creía haber “descubierto” el inconsciente, cuando lo que ocurrió fue que, con el uso del dispositivo, logró un efecto que nombró “inconsciente”. Es decir, fue un invento muy exitoso que le permitió su encuentro con las histéricas y con las denominadas “formaciones del inconsciente”. Lacan, lector de Freud, trasmuta su posición de descubridor a la de inventor, ya que, el inconsciente, que debía preceder a su descubrimiento, de hecho, no estaba.
La estructura de saber que llamamos inconsciente, resultó del hecho de hablar bajo transferencia, es decir, lo que Freud hizo fue inventar un artificio, y con el artificio el discurso que se establece por cuenta de la trasferencia. Esto, más que el tratamiento que recibe del analista, es posible gracias a su formación, por la que consiente en su lugar de agente, de objeto a. El progreso en el establecimiento del discurso, el saber hacer con el trauma, se consigue gracias a lo que Lacan llamó el “truco”, en el sentido del artificio ilusionista que hace un mago, cuyos efectos, sin embargo, son reales. Hay malentendido, pero con un goce en eso.
Para aclarar la cuestión del “truco” podemos remitirnos al Saber del psicoanalista (1971 – 1972 [2012]), lugar donde Lacan dice, con respecto al trauma, que el lugar del psicoanalista no es otro que el del padre traumático, ya que allí lo ubicó la transferencia. ¡Horror! Ya que sabemos que el inconsciente es amo, o sea que la transferencia parece llevarnos a ahogarnos en la repetición del deseo del amo, puesto que el artificio ya está armado. Pero, ¡atención!, porque es el lugar donde se juega el objeto a que el analista habita. Lacan agrega que el padre lo hacía “ingenuamente”, el analista no tiene derecho a serlo (para eso le pagan), sino a servirse del “parecerlo”, del semblante. Es decir, es su oportunidad para separar el S1 del S2, la escritura de la repetición. Resulta entonces que existiría más de una versión del padre, ya que existe el malentendido. Esto es algo que el Uno, del inconsciente, no puede admitir: “la duplicación lo mata”, ya no es uno sino una versión entre otras, podríamos decir. Se trata del pasaje de lo necesario a lo contingente, que es la tarea del psicoanalista, de su formación.
Volvamos a Córdoba, hacia Córdoba y desde Córdoba. La Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) nos había respondido afirmativamente a nuestra demanda de enseñanzas y control, circunstancia que por cierto aceptaba que la primera pata de trívium de la formación era reconocida como válida. Habíamos formado una comisión de la que formé parte, que se reunía en el consultorio de José Rapella, Amalia Giorgi y Ana Gallea, que también requería viajes a Buenos Aires. Esta decisión había sido tomada porque queríamos el futuro con el psicoanálisis en Córdoba. Creo que trabajamos todo el año 1968, con enseñanzas y controles. Así fue como conseguimos anidar en Córdoba, tanto los que más tarde formamos la EOL como los que conformaron APA.
Se trató entonces de la presencia de un nuevo discurso, que apunta a este destino nuevo, que dice que “para ser le hace falta existir”. Sabemos que habitualmente es al revés, los ángeles son seres que no existen, o como la decisión de los padres, que cuentan con el ser del hijo que todavía no existe, precisamente para hacerle un lugar, es decir, esto hace ser a un niño aunque aún no exista.
Luego de un año, quizá en el 1969, Osvaldo Francheri, que había viajado semanalmente analizando grupos, decide instalarse conjuntamente con una propuesta de formación que compartimos varios. Cuatro sesiones semanales, controles semanales con una analista de APA, Haydeé Feinberg a quien probablemente la dictadura, pero también Lacan, llevaron a Francia más tarde. Los controles funcionaban siempre en el consultorio de Francheri, aunque también hubo otros maestros. El caso es que, cuando termina el primer año, y ya con una transferencia muy importante, y una confianza puesta en la dirección que tomaba nuestra existencia, la propuesta de formación toma su cariz definitivo. Aparece este significante Lacan, del que hasta allí no teníamos conocimiento. Más tarde, atando cabos, Fernando Bringas y Gerardo Mansur pudieron reconocer algunas frases en un corto seminario dictado por Cafferatta, sin citar a Lacan pero con ese relieve, que golpea y toca, ilumina y oscurece, lo que a posteriori les permitió sospechar su autoría, si mal no recuerdo se trataba del Estadio del espejo (Lacan, 1949 [2008]).
Nuestro Sujeto Supuesto Saber nos convoca a una cita y, sin anestesia, nos dice “no creo que lo que hemos hecho hasta ahora haya estado mal, pero de aquí en más les propongo dejarnos orientar por Lacan. Se los propongo, pero para mí es una decisión tomada, ser lacaniano. Si quieren seguir conmigo, ya saben”. Es así que también realizó un corte con el encuadre, cuestión cara a IPA, en el sentido de la medida del tiempo. No más los 50 minutos por contrato. Así, nos dábamos cuenta de que comenzábamos a existir, cuando decidimos suscribir a su decisión. Escribíamos alguna cosa, nos demandaban por alguna enseñanza, continuaba la vida…, pero la conmoción “en” transferencia resultó incalculable.
Al eclipse de padre en el proyecto que transitamos, a su vacío, respondimos inventando un síntoma, una institución con un nombre: “Ateneo Psicoanalítico de Córdoba” (APC). Yendo desde la falta del padre, al no hay. Sin saberlo, en la buena dirección, orientados por lo real. De la política del padre, al consentimiento en ser regulados por un reglamento que más tarde redactamos con Ana Waisman, estudiando detenidamente y tratando de inspirarnos en el de la Escuela de la Causa Freudiana. Por aquella época comenzamos a llamarnos Escuela en formación.
Es curioso, pero tuve que llegar hasta aquí, intentando transmitirles algo de aquello, para descubrir que APC nació como un significante inventado para venir al lugar del cuarto que nos anudaba, o sea que APC no es un nombre del padre, es el nombre del síntoma. Francheri decidió retirarse de la experiencia, eran tiempos de diáspora en Argentina, y los que quedamos en ese momento, más alguno que se sumaba, como Pedro Palombo, supimos concluir en ese momento, cada uno a su tiempo, que queríamos comprometernos con el porvenir del psicoanálisis lacaniano en Córdoba, hasta donde esto nos llevara. Hago un paréntesis para agregar que Ana Waisman en aquel entonces no estaba, se encontraba en Madrid, en donde acudía una vez por mes a los grupos que dirigía Oscar Masotta, en ese momento sobre La agresividad en Psicoanálisis (Lacan, 1948 [2005]).
Todos los jueves a la noche nos reuníamos, esta vez en mi consultorio. El primer tema fue: ¿qué hacemos? Estaba supuesto que algo haríamos. Así surgió, también para resguardar nuestra seguridad, puesto que eran tiempos muy difíciles, con la necesidad de una fundación e inscripción en Sociedades Jurídicas, ya que, a su vez, estaban decididas las enseñanzas. Era muy riesgoso juntarse a trabajar con un grupo grande de personas; en ese momento, cuando abrimos los seminarios, contábamos con más de 130 asistentes, de esta manera y por un año estuvimos tranquilos. Gerardo Mansur dictaba uno de los seminarios y yo otro. Volviendo a APC, barajamos varios nombres. Fernando Bringas había propuesto Ateneo, que por sus resonancias griegas nos evitaba la vergüenza de la impostura. Resultó el elegido. Y de allí en adelante lo “hicimos circular”, como se decía, aunque ante cada acontecimiento que requería de nuestro nombre o currículo el que resultaba dicho era APC.
El primer presidente elegido por consenso y criteriosamente (el criterio es amo, nos enseñó más tarde Jacques-Alain Miller), entre Fernando Bringas (médico), Gerardo Mansur (psicólogo) y yo (también psicóloga), fue Fernando Bringas, sin ningún resquemor, ya que los psicólogos estábamos permanentemente bajo sospecha de ser de “zurdos”. Entre las realizaciones más importantes, en relación a nuestra voluntad de existencia, estuvo la creación y mantenimiento de una publicación que tenía por nombre Revista del Ateneo Psicoanalítico de Córdoba. En el primer número de diciembre del 81, además de trabajos de miembros de APC, se puede encontrar un reportaje a Osvaldo Francheri, realizado por una periodista, seguramente de La voz del interior, en septiembre de 1980, y también las notas que resultaron de una intervención de Juan David Nasio, que en ese momento estaba con Lacan, a quien APC había invitado a disertar, interiorizados de su viaje a Buenos Aires. Previamente, y por sugerencia del Dr. Francheri, yo había visitado a Nasio en Paris, el día en que Ediciones du Seuil daba a luz Radiofonía y Televisión.
Con la revista se tramitaron algunas tensiones con respecto a las autoridades de la publicación, particularmente a través de darla a conocer en el exterior. En ese momento, podríamos decir, quedó distribuido lo que teníamos entre manos, estábamos los interesados en que la cosa anduviese por el lado de la enseñanza, y los que lo esperaban de las publicaciones. Fue en tanto miembros de APC que le pedimos a Jaques-Alain Miller una reunión para presentarnos, en Buenos Aires, en ocasión de un encuentro. Yo estaba tan contenta, tenía en mi cuerpo la sensación de un acontecimiento, que ya sin vueltas nos aseguraba hacia el provenir, al punto que una analizante me dijo, o dijo para que la oiga: es ridículo, parece una novia enamorada.
Quizás fue un rasgo importante, la posición de firmeza de Córdoba en el consentimiento a la dirección que tomaban los acontecimientos orientados por Miller, quien ayudó con su trabajo y presencia para arribar al momento de concluir, el 3 de enero del ’92, con la fundación de la Escuela de la Orientación Lacaniana. No sé si hoy es posible apreciar el alcance de lo que nos permitía esa fundación. Hasta allí, los grupos, por cuestiones de poder, no de diferencias o discusiones teóricas, se armaban y desarmaban, no sin maledicencias y efectos a veces devastadores sobre las transferencias. Resultaba difícil avanzar teóricamente, investigando, ya que el gasto se colocaba a favor de remontar terrenos perdidos.
Elegimos para el logo, ahora entiendo, haciendo serie, un nudo que seguía la lógica de anudarnos. Los trámites en sociedades jurídicas nos llevaron a nuestra primera “fragilidad”. Necesitábamos cubrir todos los cargos, como requisito legal, y no llegábamos. Invitamos entre aquellos que nos habían demandado formación, y creamos con esto un “efecto de grupo”. Ese problema al que Lacan ofreció solución con la diferencia entre jerarquías y gradus, no solamente con la permutación. Sintomáticamente se nombraba “ellos” y “nosotros” a adherentes y fundadores. Más adelante, con el liderazgo de Germán García, que vino a Córdoba invitado por el APC (ya con personería jurídica) y disertó en “El castillo”[i], algunos adherentes votaron el cambio de nombre sugerido por él, a Escuela Freudiana de Córdoba, haciendo serie con Escuela Freudiana de París. Dos o tres días duró la payasada, por voto “democrático” se había elegido “mejor dejarnos de eufemismos”, según dijo Germán García. El “resto” fidelizaba esta mímica a nivel “escritura” hacia el porvenir. De allí resultaron dos apuntes fotocopiados, que se hicieron circular, y que sustituían APC por EFC en la hoja que funcionaba de carátula. Nos costó mucho perdonarnos la torpeza transferencial. Esta circunstancia es comentada por Pilar Ordoñez (2015): “Un hilo señero lo vincula a la fundación de la fugaz Escuela Freudiana de Córdoba en 1978 que solo dura 3 días, luego a la publicación de la revista Escrita y junto con ella a la refundación de la Escuela Freudiana en 1980” (Ordoñez, 2015, p. 6). Citamos a asamblea para discutir esta cuestión y escuchar lo sucedido, pero hubo faltas, ninguno de los disidentes se hizo cargo de un decir, y el tema se disolvió sin siquiera haber logrado una enseñanza. Sí una alerta roja. Existían otros viajeros desde Buenos Aires, y se hacía muy difícil durar, entendiendo que allí dentro las transferencias bullían, negativas o positivas. Es un problema con el que el psicoanálisis cuenta, siempre actualizado. Si se está en un hospital o en la universidad, siempre es bueno preguntarse por el goce, a dónde se dirige, o sea, quién se lleva la ganancia, es un buen ejercicio.
[i] Es una casona de la ciudad de Córdoba, construida a comienzos del siglo pasado y conocida como “el Castillo del Cerro”.
Encuentro con Jacques-Alain Miller, el “comentador viviente”
El Ateneo Psicoanalítico de Córdoba siguió avanzando: enseñanzas, jornadas, relaciones con un maestro, Raúl Sciarreta, filósofo de Rosario que viajó dos años a enseñarnos los pies de página de los textos de Lacan, con los que ya contábamos. Filosofía antigua, Kant, Hegel, Heidegger, Kierkegaard y Nietzsche. Al seminario no solo asistía el Ateneo sino que era abierto. Había algunos colegas de lo que hoy es IPA.
Teníamos oportunidad de conversar mucho sobre psicoanálisis. Nos comentó sobre la película japonesa citada por Lacan, que todavía no había llegado a la Argentina, “El imperio de los sentidos”. Como estábamos en la tarea de hacer circular el significante “Ateneo”, hacernos visibles y ubicable nuestra sede, Raúl Sciarreta nos propuso, puesto que tenía un contacto con un curador, como hoy le llaman, hacer una muestra de pintura china, de la que él también hizo algún comentario. Contrariamente al movimiento que inauguró el Renacimiento, en estos óleos la naturaleza y los árboles eran inmensos, y el hombre pequeñito a sus pies. Tan diferente a nuestra problemática como psicoanalistas: ni grandes ni pequeños, divididos.
En los años noventa, cada encuentro al que asistíamos, que ya no eran solo en Buenos Aires, resultaba para Córdoba un enriquecimiento, y comenzamos a sentir cierta seguridad de saber para qué trabajábamos. Contábamos con el Campo Freudiano, yo no sé personalmente como fue su fundación, pero Mansur y yo nos sumamos, invitados por Jacques-Alain Miller. Tenía una sede ya en la calle Río Bamba, en Buenos Aires. Así, formamos parte de las reuniones, que contaban con la presencia de Miller. Interpretando sin palabras, jugando, combinando significantes para el nombre de un encuentro, etc. Resultaba muy provocador. En ocasión de un encuentro en Buenos Aires fuimos invitados a presentar un trabajo colectivo en París, sobre perversión. “Perversión, voluntad de goce y deseo”, así fue como lo nombramos.
El esfuerzo fue muy importante, y resultó un buen trabajo. Jacques-Alain Miller lo mencionó públicamente en Buenos Aires. Creo que eso nos ayudaba a existir, políticamente debe haberse dado en la buena dirección.
Miller viajaba por lo menos 3 veces al año a Argentina. Lacan merecía psicoanalistas, para quienes había enseñado por años, y a quienes, suponiendo que no lo entendían, se dirigía nombrándolos analistas supuestos. Su enseñanza reclamaba su existencia. La Orientación Lacaniana necesitaba a Argentina, Brasil nos necesitaba, y quizá a Buenos Aires no le vino mal Córdoba. Llegamos al día de la fundación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, este sí, un significante que se tornaba escritura, de la que seguramente se hará o ya se hizo historia. Este acontecimiento, como ya deben saberlo, sucedió en el teatro Cervantes de Buenos Aires, el 3 de enero de 1992.
De ello quiero destacar que, simbólicamente, la fundación resultó conjunta: EOL y Sección Córdoba, como hoy la llamamos. Simbólicamente también habíamos resuelto, con pleno consentimiento, disolver el Ateneo. Digo simbólicamente porque el cuarto nudo ya no se realizaba entre nosotros, aunque llevó un tiempo de burocracia su desaparición. Con Jacques-Alain Miller acordamos que él vendría a Córdoba a firmar un acta de fundación de la Sección, cosa que hicimos también con el Colegio Freudiano. Creo que hay sabiduría en esto, la Escuela es Una, pero los lugares donde existe son diversos.
Los soportes a nivel de la escritura fueron dos. Recordemos que Lacan nos permitió contar con el concepto de “disolución”, tributario del nudo borromeo, podríamos decir. Es un concepto muy importante, que se hace sentir cada vez que se disuelve un cartel, por ejemplo, saber que existe, que se puede armar otro, ayuda a desencolarse, a despegarse.
Solo quiero subrayar cómo, con idas y vueltas, viajes y contra-viajes, encuentros y desencuentros, la historia haciéndose Histerya, iban apareciendo efectos de trasmisión que permitieron confluir con la fundación; subrayando también el hacer de Miller, su compromiso de poner en esto su cuerpo, analizando y controlando además de enseñar. También conversando, cenando…
Decíamos: al comienzo del psicoanálisis está la transferencia, que se hizo transferencia de trabajo para miles, intentando que sea para cada uno, respondiendo a su exigencia, pero también a sus consecuencias, como lo son las enseñanzas de Jacques-Alain Miller. Respondiendo a sus exigencias, las de Lacan, me refiero especialmente a “hay que pasar por mis significantes”.
Tenemos una versión de lo que esos significantes dicen, de las transferencias suscitadas, de los modos de lecturas supuestos o puestos de relieve, de los desarrollos provocados. Una enseñanza que cuenta con la dificultad, que es virtud, de cambiar con el tiempo, pero no produciendo, con este cambio, un dejar de lado lo que ya había sido dicho, siempre al ras de la transferencia, como decía Lacan de Freud. Una enseñanza que, podríamos decir topologizándose, permitía dar otra vuelta a sus significantes, con otras vecindades, otras articulaciones. Podría no haber sido la única con esas características, podría existir alguna mejor, quizás sí, quizás no. Hoy ya es imposible saberlo, contamos con ésta. Cuando en años venideros se ponga en perspectiva, se leerán sus efectos. Entiendo que la lectura que Jacques-Alain Miller hace de Lacan es insoslayable. Quizás esto suponga que la producción por venir tenga ya instalado su punto de partida, o sea, siempre hay pérdida. Quizás hacia el porvenir, el psicoanálisis que hace par con el parlêtre, sea de una robustez inigualable.
Hoy podemos, desde este a posteriori, decir que la Escuela es Una y responde a las enseñanzas de Lacan, lo que podría haber resultado imposible. Imaginemos, si fuesen varios los establecimientos de texto, varias interpretaciones, articulaciones, escansiones, tiempos de publicación, censuras, no podría existir la Una Orientación, como resultado de Una lectura. En esa Babel, ¿cómo autorizarnos a transitar la crítica (de la Escuela y sus regulaciones) y el control de la clínica? ¿Cómo hablaríamos, por ejemplo, de los casos?
Poner el cuerpo a las transferencias de trabajo y hacer vivas las enseñanzas. Recuerdo haberle mandado una notita por fax a Éric Laurent, comentando algo de alguna enseñanza, y él me respondió con este significante: sí, una comunidad que se reúne en relación a una enseñanza requiere un “comentador viviente”. Que yo conozca, creo que es una circunstancia única, una lectura, un establecimiento y una lógica en el ordenamiento de su publicación, una enseñanza que lo descifra, lo cifra, lo comenta, lo aclara y lo pone en perspectiva. Si bien fue el propio Lacan que, reconociéndolo como aquel que “sabe leerme”, lo puso al trabajo, creo que nos beneficiamos de su saber hacer con las instituciones, hacerlas fuertes, reformulables, y perdurando bajo una cifra, un nombre: Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Es la propia relación de Jacques-Alain Miller a Lacan y al psicoanálisis que a él le debemos. Pero son también los acontecimientos siempre nuevos que llevan la huella de Miller, hacia el porvenir del psicoanálisis, haciéndolo.
Algo que no evoqué, quizás porque está de más, es comentar la diferencia entre Lacan y Freud, respecto a los futuros psicoanalistas y la transición hacia el porvenir: Freud confió en el padre y la transmisión verificada en el encuadre de una sociedad cuyos padres se aseguran haber formado futuros nuevos padres, los analistas “didactas”, confiando en contratos y encuadres que aseguraban la supervivencia como un tratamiento de “cooptación”. Lacan, al contrario, apostando a lo real, supliendo el analista hijo del padre, por dos títulos diferentes, el Analista Miembro de la Escuela (AME), hijo del efecto legible de reconocimiento en la comunidad analítica, y el Analista Escuela (AE), título que se logra después de haber pasado por un dispositivo de pase, en el que se verifican resultados, no gremios de padres. AE que tiene a su cargo brindar una enseñanza sobre su propio caso. AE que centra la Escuela en esta cifra que la denuncia no-toda saber.
En Córdoba, Argentina, podemos contar cuántos somos los psicoanalistas concernidos en la Sección, cuántas publicaciones tenemos, su calidad, cuántos eventos, cuántas personas asisten a ellos, cuántos ciudadanos tienen derecho a recurrir a un psicoanálisis y cuantos lo están haciendo efectivamente. Sabemos que son contables como efectos de trasmisión. No son noticias ni ángeles. Existen, porque ¡hay psicoanálisis en Córdoba!
Espero haber conseguido un efecto de trasmisión.
Notas
* Nota de los editores: Celebramos la posibilidad de la publicación del presente artículo, que corresponde a una conferencia dictada por Baby Novotny en el marco de la Maestria en Teoría Psicoanalítica Lacaniana el 7 de abril de 2017, y que se inscribe en un tema fundamental como es el de la llegada y la historia del movimiento lacaniano en Córdoba. Por lo cual invitamos a otros autores a sumarse y a publicar, en los próximos números de Lapso, contribuciones sobre el tema. Estos trabajos serán bienvenidos.
[1] Es una casona de la ciudad de Córdoba, construida a comienzos del siglo pasado y conocida como “el Castillo del Cerro”.