Una mirada con distancia

MERCEDES MORÁN

Mercedes Morán —quien define al deseo como su principal motor, toma la actuación como un juego y da entrevistas con la misma frescura con la que actúa—, inicia su formación actoral alrededor de sus 20 años, mientras estudiaba la carrera de sociología. Desde allí su camino no ha parado de desplegarse en un gran número de personajes y obras.

Su recorrido ha marcado tanto la televisión argentina —con papeles en Gasoleros, Socias, Mujeres Asesinas, Amas de casa desesperadas, entre muchas otras—, como también el teatro, —donde hace poco ha vuelto a estrenar su unipersonal ¡Ay, amor divino!—, el cine —donde ha desplegado, de modos múltiples, sus dotes actorales en películas como La Cíenaga (2001); La niña santa (2004); Luna de Avellaneda (2004); Cara de queso (2006); El Ángel (2018) y Araña (2019)— y por supuesto, las series —actualmente se encuentra protagonizando una de las series más vistas del momento, El Reino (2021)—.


Abordar la cuestión del Deseo, nos evocó su nombre. Pensamos en su trayectoria, y nuestro gusto por su rasgo distintivo en la actuación, nos animó a contactarla. Nos recibió cálidamente. Pudimos entonces preguntarle a Mercedes Morán sobre:

Por qué la actuación…

Alrededor de mis 20 años, mientras cursaba sociología, comencé a estudiar actuación con Lito Cruz, más por curiosidad que por vocación.

A partir de estudiar la actuación, entendí el porqué de muchas obsesiones por el comportamiento humano y cómo podía aplicarlo por encima de otras formas de expresión.

Cómo elige los proyectos…

Son muchas las circunstancias a tener en cuenta a la hora de aceptar un proyecto: el material,  la directora/or, el personaje, el resto del elenco…

Cómo incluye su impronta en una obra…

Siempre considero la posibilidad de no intervenir el texto, a no ser que no resulte orgánico… pero a la vez, inevitablemente funciona como disparador para empezar a imaginar. Muchas veces, la mayoría, participo de la adaptación del texto cuando este no es nacional.

Estilo e improvisación…

El estilo creo que deviene del carácter del intérprete pero con cada composición es deseable que ese carácter se neutralice para construir el del personaje.

La improvisación no tiene que ver con el estilo. La improvisación es un ejercicio que se hace, con el único propósito de entender cómo se manifiesta el “carácter” del personaje en circunstancias diferentes a las del material o la obra.

El proceso de construcción de un personaje…

Todos los personajes se ejecutan con el mismo instrumento. O sea, nuestro cuerpo y nuestras emociones… ese es el material con el que se les da vida a los personajes… Pero en mi caso, empiezo por lo puramente corporal: cómo camina, cómo se ríe, cómo se sienta, cómo se enoja… y así podría seguir una larga lista de preguntas que le hago y me hago.

La figura del espectador…

El espectador es quien recibe nuestro cuento y a quien intentamos llegar con la representación, pero en el momento de actuar es aconsejable “olvidarse” de este y confiar en que el trabajo conseguirá generar la empatía que buscamos.

Su unipersonal “Ay, amor divino” y lo que ella llama “la función sanadora de la ficción”…

Es una experiencia totalmente modificadora para mí, porque en cada actuación tengo la posibilidad de pensar, mirar, sentir desde otro lugar… es como un viaje… distancia y experiencia se conjugan y te cambian.

Toda experiencia te modifica. El hecho de haber podido representar mi propia vida, para entregarla o compartirla con el público, poder reírme con ellos de situaciones que en otro momento me hicieron sufrir, etc., es un modo sanador que implica una mirada con distancia y poder así “resolver” muchas cosas personales.