Sería ingenuo tener fe ciega en el mercado

Entrevista a Haroldo Montagu

HAROLDO MONTAGU

Haroldo Montagu es el actual Secretario de Política Económica de la Nación.

Se graduó de Licenciado en Economía en la Universidad de Buenos Aires, y de Magister en Estudios del Desarrollo en el Institute of Social Studies, Universidad Erasmus de Rotterdam.

Trabajó por casi una década en el sector público nacional en el ámbito de la Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía, fue investigador del Plan Fénix por más de 10 años e investigador de la Fundación Bariloche en temas relacionados al planeamiento económico y energético.

Previo a la asunción como Secretario de Política Económica, se desempeñaba como Jefe de Unidad en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en su sede central de Santiago de Chile.

 

 

¿En qué creen los economistas como agentes de intervención socio-política y por qué cree que han ocupado el centro de la escena en los últimos años?

Hay una primera gran división que separa y divide a los economistas y sus creencias. Es algo bien ideológico, y conceptual también, vinculado al Estado y al Mercado.

Por un lado están aquellos que creen en esta famosa mano invisible del Mercado que planteaba Adam Smith hace más de 200 años; esa creencia respalda la idea de dejar librada la economía exclusivamente al Mercado. Eso implica promover al Mercado como modelo de funcionamiento de la organización social. Ya sea desde el punto de vista del empresario o de un consumidor, se concibe que en cualquier actividad, la demanda, la oferta y los precios, deban estar regulados por el Mercado.

Por el otro lado, en esta gran división, están los que creen en el Estado como un mejor asignador de los recursos, que confían y creen que el Estado puede llegar a suplir al Mercado. Esta creencia considera que el Mercado es ineficiente y, por ende, implica la necesidad de contar con un Estado que regule las acciones de la vida diaria.

Tales posiciones son como dos grandes “caricaturizaciones” de estas ideologías o creencias, porque en la realidad prácticamente no hay Estados que funcionen sin Mercado y viceversa. Tal vez, los ejemplos más extremos fueron las experiencias soviéticas durante el Comunismo, donde sí había un Estado encargado de asignar todos los recursos, donde la propiedad de las empresas era completamente Estatal y donde los trabajadores, es decir la demanda, dependían de lo que el Estado decía. Pero, en general, las posiciones mencionadas no serían más que caricaturizaciones que ayudan a ejemplificar estas dos grandes creencias.

En realidad, a partir de la existencia del capitalismo, es que aparecen en el mundo lo que se llaman economías mixtas, en donde una parte es regulada por el Estado y otra parte   está más librada a la suerte del Mercado. En estos tiempos, confiar o creer únicamente en uno de ellos como el mejor asignador de los recursos significaría desconocer la historia y los procesos de desarrollo económico. Ahora bien, no quiero dejar de mencionar que más allá de las creencias de los economistas, es preciso definir a la economía como una ciencia, una ciencia social. Esto implica que más allá de lo que creamos o lo que nos gustaría creer como profesionales de la economía, nos guiamos por las reglas básicas y los datos que nos proporciona la disciplina. Desde ya que esas reglas pueden ser cuestionadas y allí es cuando la economía, como disciplina, puede llegar a avanzar o no.

Con respecto al motivo de la relevancia que han tomado los economistas en los últimos años, yo siempre remito a una frase que dijo Bill Clinton a principio de los ´90, cuando estaba haciendo campaña para su primer presidencia, en la que competía con George Bush padre. En medio de un acto público de campaña y hablándole tácitamente a Bush dice algo así como: “Es la economía, estúpido”, haciendo alusión a que la economía es algo simple de entender y que los problemas del país eran, ante todo, problemas económicos. Lo traigo a colación porque resuena en el último tiempo esta creencia de que la ciencia económica es accesible, fácil de entender, completa, y quien no la entiende, o no la comprende, es un estúpido. Me pregunto si esto no tiene que ver, en cierto sentido, con un campo de análisis donde todo se explica desde una supuesta racionalidad. Esa creencia en seres racionales a la que una porción de la teoría económica abona, esto de considerar que los sujetos actuamos con supuestos de total racionalidad y previsión, y que nada se nos escapa; cuando, en realidad, ya está hartamente demostrado que no es así, que tenemos una racionalidad acotada, que podemos ser miopes en términos de nuestras decisiones económicas y que eso que se escapa o de lo que no somos conscientes, suele aparecer y perjudicarnos.

Entonces, me parece que ha tenido mucha preponderancia esa visión de la ciencia económica de querer transmitir sus verdades racionales y absolutas, sus conocimientos, haciendo parecer que aquel que no lo comprende, queda fuera de esta racionalidad o entendimiento tan común, que sin duda no lo es.

Pensando en el funcionamiento del mercado, ¿considera que es posible depositar en él cierta fe o creencia al momento de pensar estrategias de acción?

Me parece que hoy en día pocos actores económicos depositan una fe ciega en el Mercado, hoy nos desarrollamos en economías mixtas, con sectores más o menos regulados. Sería ingenuo tener fe ciega en el Mercado, porque de hecho son muchas veces las acciones del Estado las que propulsan la actividad económica. Esto ocurre principalmente, en los momentos de tensiones económicas.

Más allá de las creencias que se puedan tener, en la práctica se ve el rol fuerte del Estado al momento de motorizar la actividad económica.

En ese sentido, muchas veces aquí en Argentina estudiamos con manuales de economía que sostienen creencias, reglas y sugerencias pensadas para otros países, desconociendo las particularidades de nuestro país. Me gusta hacer una analogía con esos juegos de tablero infantiles que tienen diferentes formas y los niños tienen que colocar esas figuras en el tablero, y bueno, cuando uno quiere poner la estrella en el lugar donde va el rectángulo, termina rompiendo el tablero.

Entonces, tenemos creencias vinculadas al funcionamiento teórico de las economías, ya sea con mayor o con menor nivel de regulación o liberalización, y lo que vemos en la práctica: Estados participando activamente en sus economías.

Tal vez sea interesante analizar esa dicotomía entre el mundo teórico que plantean los manuales (y al que muchos abonan) y cómo en la práctica se verifica otra cosa.

Estamos atravesando una pandemia que está mediatizada por importantes consecuencias económicas que implican el cese de múltiples actividades productivas: ¿Qué lectura hace de la creencia (fe o confianza) de la población frente a las medidas políticas que se han ido tomando?

Hablaré un poco del caso Argentino y del caso mundial. Noto que hay una revalorización del rol del Estado en medio de la pandemia. Cuando vemos las terribles consecuencias que está teniendo en la actividad económica, el empleo, el empeoramiento de las condiciones sociales de las poblaciones, hay un reclamo generalizado que va dirigido al Estado. No a las empresas, no al Mercado. Hay una creencia de que es el Estado el responsable en última instancia de ayudar a las personas. Encuentro muy interesante que sobreviva esa idea de Estado de Bienestar, que surge un poco después de la crisis de 1930 en EEUU; y cómo las diferentes instituciones de ese Estado de Bienestar en algunos países desaparecieron y en otros, como en Argentina, no

En nuestro país en particular, vemos que apenas declarada la pandemia el Estado tomó medidas rápidamente, muy fuertes y muy concretas; vinculadas a subsidios o transferencias directas de dinero para los sectores más desfavorecidos. Es el Estado quien sale a rescatar a las empresas, a ayudar a las personas, y me parece que eso está arraigado a la idea de que el Mercado por sí solo no lo hace. Es interesante tener esto presente especialmente en este contexto, en donde no se produce una crisis netamente económica, no hubo un crash de los mercados financieros, no cayó ninguna bolsa   desatando una crisis. Esto es una pandemia mundial que, en primera instancia, no estaría vinculada al funcionamiento de la economía.

En aquellos países como Argentina, en donde determinadas instituciones tienen cierta historia, es más fácil aplicar medidas para ayudar a sobrellevar esta situación. Si no existiese la red de seguridad social y el piso de protección social que Argentina ostenta sería mucho más difícil que el Estado llegue a aquellos sectores de la población más vulnerados por la crisis. Entonces, me parece que de esta pandemia va a surgir una fuerte creencia en el rol del Estado como regulador mucho más fortalecida. Y no solo aquí, sino en varias partes del mundo.

En una reciente entrevista, el Psicoanalista Eric Laurent hizo referencia a lo que él llama angustia de fin de mes, refiriéndose a las dificultades económicas, y a la necesidad de tomar medidas: “(…) un más de justicia social”. En este sentido le consultamos si usted considera que la creencia en los economistas, o en ciertos planes económicos, funciona como un modo de lidiar con la referida angustia de fin de mes.

Yo he trabajado mucho tiempo en planificación económica (hablando de planes) y hay una creencia de que una determinada planificación económica puede conducir a la economía a un sendero de desarrollo económico, ese es el objetivo de cualquier esquema de planificación. En Argentina hay una larga tradición de planes económicos, a corto, mediano y largo plazo. Entre los planes a largo plazo podemos citar los planes quinquenales del peronismo del ´50, el plan trienal también del peronismo en los ´70. Países como India y China mantienen una larga tradición en materia de planificación y hasta el día de hoy siguen existiendo planes quinquenales, y todos apuntan a sostener un sendero de desarrollo.

En Argentina se presenta un panorama de creencias mixtas, ya que la idea de un plan económico también puede estar emparentada a la idea de un plan de ajuste. Muchas veces se ha promovido esa idea, en donde hay un desequilibrio económico y se sostiene que la única forma de resolverlo es mediante un ajuste de la economía. Este modo de resolución ha tenido mucho apoyo tanto a nivel internacional como local y fue promovido en muchos casos por organismos internacionales; economistas de renombre   validan la idea de que la economía de un país es como la economía de un hogar; entonces, ante una crisis hay que reducir el gasto, hay que ahorrar más. En realidad, la economía de un país dista mucho de ser la de un hogar, y en momentos de crisis, tal vez la peor receta es la de achicar el gasto, ya que será cuando la población más va a necesitar ese rol protector. Insisto, particularmente en América Latina hay una gran tradición de “planes de ajuste estructurales”, como se los llamaba, en donde la lógica es ajustar para lograr estabilidad. Argentina es un buen ejemplo del fracaso de este tipo de planes, una especie de “gran laboratorio”. Entonces podría decirse, en relación a la mencionada angustia de fin de mes, que los planes económicos podrían tanto ayudar a sobrellevarla como así también propulsarla.

Considero necesario apoyar los intentos de planificación indicativa, que planteen reglas y lineamientos estratégicos, que marquen un sendero de desarrollo, metas específicas, contemplando las dinámicas y las singularidades, para de ese modo sí, poder generar un alivio a lo que mencionas como “angustia de fin de mes”.