Resumen
El tatuaje es abordado a partir del uso que un parlêtre hace de él, cómo se sirve o cómo puede dañarse inscribiendo su piel. Este tipo de marcas que ha tenido usos milenarios muy distintos en las diferentes culturas invade los cuerpos en la época del Otro que no existe. La propuesta es poder leer el tatuaje como signo, más allá de una época o un sector, a partir de lo que implica la lectura para el psicoanálisis de orientación lacaniana.
Época
El tatuaje, si bien es antiquísimo como arte y costumbre de diferentes pueblos, se ha instalado en la cultura de época, marcando o vistiendo los cuerpos de variadas maneras. Pequeños signos orientales en zonas escondidas, coloridos dibujos de rostros muy realistas, frases extraídas de la literatura, nombres propios, cuerpos intervenidos en toda su extensión; la lista continúa.
Jacques-Alain Miller (Miller & Laurent, 1996 [2005]) ha nombrado la época como la del “Otro que no existe”, en la cual queda develado el carácter de semblante del Otro. Ya no se trata del orden simbólico que de la mano del Nombre del Padre da estabilidad y firmeza a un imaginario endeble. Sino que en el último Lacan no encontramos una prevalencia de un orden o registro: Real, Simbólico e Imaginario son equivalentes y se imitan. La lógica ya no responde a un significante amo que ordene, sino a lo múltiple donde la serie cobra importancia por sobre la excepción.
La relación de los sujetos a sus cuerpos no escapa a los efectos de la época. En este contexto nos preguntamos: ¿qué lectura del tatuaje hacemos los psicoanalistas?
Hoy su extensión puede considerarse una expresión de moda, incluso como lo plantea Miller “la moda está claramente inspirada en la psicosis ordinaria” (Miller, 2008 [2010], p.22). Sin embargo, que se trate de una cuestión de moda no banaliza el tema, y por otra parte si bien la clínica de la psicosis ordinaria nos ayuda a leer más ajustadamente estas escrituras en el cuerpo, no categoriza de ninguna manera al tatuaje como perteneciente al territorio de las psicosis.
Hay tatuajes pequeños o inmensos, que se ocultan o que toman todo el cuerpo, que quieren decir algo o son totalmente enigmáticos. Se trata de situar el tatuaje en sus variaciones y el uso que hace de él un parlêtre, ya que para el psicoanálisis las tonalidades de una expresión son muy importantes.
Para esto tomaré la perspectiva del funcionamiento desde la última enseñanza de Lacan, que es solidaria de la escritura, más que de las significaciones (Focchi, 2015), en consonancia con una clínica de la singularidad cuya política es el síntoma.
Las preguntas que orientarán este breve ensayo será: ¿para qué le sirve el tatuaje a un parlêtre? ¿Qué uso puede hacer de él?
Épocas, lugares, usos
Diferentes investigaciones coinciden con el hallazgo del primer cuerpo tatuado que data del año 2000 AC, en una momia perteneciente a la cultura Chinchorro en la costa del Perú, cuya inscripción consistía en un bigote pequeño sobre el labio superior.
En el año 1991 se encontró otra momia en Los Alpes de Otzal conocida como El Hombre de Hielo, que tenía gran cantidad de tatuajes en su espalda; en este caso, los estudios avanzaron, pudiendo arrojar —por la posición de los mismos— que los fines del tatuaje eran terapéuticos.
El tatuaje ha tenido usos y significaciones muy diferentes en cada cultura a lo largo de la historia. En Grecia y Roma era considerada una costumbre bárbara, ya que estos pueblos daban más importancia a las vestimentas para adornar el cuerpo que a las inscripciones en el mismo. Quien estaba tatuado para los romanos era el criminal, la prostituta o el esclavo, localizando a ese individuo en un lugar de sujeción al poderoso “bajo la marca de la infamia” (Focchi, 2015, p. 95).
En otras culturas, como la oriental y los pueblos de la Polinesia, el tatuaje se desarrolló como un arte, un signo de belleza y de estatus social.
Se cree que la palabra tatuaje proviene del samoano tatau, que significa marcar o golpear dos veces, siendo las tribus polinesias quienes más lo han utilizado como ornamentación, comenzando desde niños a marcar su superficie corporal a lo largo del tiempo hasta abarcarla casi por completo. En este caso, a diferencia de los romanos, quien llevaba el cuerpo más tatuado gozaba del mayor respeto del pueblo.
Los egipcios delegaban el tatuaje especialmente a las mujeres, y a quienes lo ostentaban se les suponía una función protectora o mágica.
Me detendré especialmente en la cultura japonesa, que fue la que a nivel de la escritura —no solo en el cuerpo— llamó la atención de Jacques Lacan: “[…] el Japón, con su letra, sin duda, me aguijoneó un poquito, justo lo necesario, para sentirlo” (Lacan, 1971 [2006], p.101).
El tatuaje en este pueblo también comenzó siendo una marca de los delincuentes, de allí su relación a la Yakuza —mafia japonesa que data del siglo XVII—. Sin embargo, no quedó limitado a la segregación, sino que la astucia japonesa hizo de esta marca denigrante el desarrollo de un arte. Los criminales comenzaron a tapar ese primer signo de la vergüenza —rayas en sus brazos— con otros diseños mitológicos dando origen, por ejemplo, a un tipo de dibujo muy popular de Japón y luego extendido en todo el mundo: el Irezumi, figura de un pez muy recargado en detalles.
En la actualidad, el tatuaje se ha expandido y muchas veces localiza a ciertos sectores según el tipo de signo o dibujo; en algunos casos constituye una expresión que refiere la identificación a un grupo, otras veces no. Su uso muy frecuente en los jóvenes a partir de los años 70 como signo de rebeldía y liberación ya no se reduce a esta franja etaria, puesto que esos jóvenes se hicieron personas mayores.
Podríamos decir que en nuestra era globalizada, cada vez se sostiene menos la idea de tal marca en el cuerpo destinada a un grupo en especial.
El cuerpo: vestimenta y escritura
La relación del sujeto a su cuerpo no va de suyo, es necesario que tenga un cuerpo para poder relacionarse con él, que alguien hable sobre su cuerpo nos remite a que lo posee “como a un mueble” (Lacan, 1975-76 [2005], p. 151). Esta diferencia tan mencionada entre tener y ser, es importante a la hora de leer cómo usa esa superficie, qué trato le da o mejor dicho, si puede hacer un uso de ese bien como propio, ya que para convertirse en propietario de su cuerpo, ha debido pasar por una serie de avatares y consentir con eso.
Los trazos de lalengua, las investiduras libidinales, las distintas marcas en lo real del cuerpo y el efecto del significante que golpea acompañando o no tales marcas, son distintas formas de escritura sobre la superficie corporal.
El sujeto como ser hablante ha sido expropiado de su cuerpo, y es a través de la escritura que podrá reapropiarse del mismo, haciendo de él algo más que un organismo.
Marco Focchi (2015) nos plantea una clínica geográfica, que destaca la importancia del proceso de territorialización del cuerpo, ubicando la importancia de los signos que lo marcan y que el ser hablante acepta como signos de goce, produciendo así la posibilidad de tener un cuerpo:
El grafismo es la tarea de la investidura libidinal primaria del cuerpo. A través de los signos de este grafismo se crean canalizaciones de la libido sobre el cuerpo […]. Los rastros del grafismo primario son los signos del goce sobre el cuerpo, son los vectores que distribuyen el goce en el cuerpo […]. La relación de apropiación a través de los signos, es por lo tanto fundamental, y tiene un valor clínico determinado cuando nos referimos al síntoma en el sentido en que Lacan habla de él en su última enseñanza. (Focchi, 2015, p. 94)
Dentro de las escrituras posibles ubica al tatuaje, como un grafismo que tiene una importancia especial en la época por su extensión y aceptación. Puede ser usado, por ejemplo, para referir una pertenencia específica a un grupo o comunidad, es decir que puede suponerse una relación tanto al Otro como al semejante. Pero también es un signo de diferencia que puede venir al lugar de un trazado de goce sobre el cuerpo que no hubo. Entiendo que en este punto ubica el estatuto del tatuaje en el sentido del signo como efecto (Lacan, 1972-73 [1998], p. 64), es decir que supone un tipo de escritura que dejó marca, que produjo un efecto.
El parlêtre en la relación con su cuerpo, puede darle un valor especial a la vestimenta, las transformaciones en el pelo, las uñas, el maquillaje, entre otras. Son modos de destacar la forma o de velar lo real, sin comprometer el borde corporal al modo de una intervención. Son marcas lavables si se quiere, que pueden aparecer y desaparecer a voluntad de quien las porta.
También están las cirugías, los implantes, los piercings, las escarificaciones, los cortes que marcan el cuerpo traspasando ese borde corporal y produciendo efectos que no pueden revertirse tan fácilmente. Son marcas que persisten.
Tanto el primer modo de tratar el cuerpo como el segundo, pueden tener usos diferentes. Así, por ejemplo, un determinado corte de pelo puede ser para verse bien, o el signo de pertenencia a un grupo, o una forma de hacerse una existencia. Tanto como una cirugía estética puede ser la manera que alguien encuentra de producir una marca en un cuerpo en el que no se anudó real, simbólico e imaginario; pero también puede ser el deseo de verse más bello y en este sentido puede tener una relación a la falta.
Contando con esta variedad de respuestas el tatuaje como escritura en el cuerpo podría funcionar a modo de intervención que intente reparar esa falla en el empalme de lalengua y el cuerpo; pero también como sucede en la cultura japonesa o en la polinesia, un signo que destaque la belleza, y que a diferencia de la vestimenta se escribe comprometiendo con variadas intensidades lo real del cuerpo.
El cuento de Junichiro Tanizaki llamado Tatuaje, nos relata de manera preciosa como una joven aprendiz de geisha se entrega a ser tatuada casi a ciegas con el fin de conseguir la máxima belleza, arma femenina de la que el tatuador termina siendo la primera víctima (Tanizaki, 1910 [2016]). Es un relato que detalla el arte y el uso de esta escritura como un signo de seducción, allí donde quien lo lleva como marca, tiene un objetivo y sabe o cree saber qué destino podría darle a tal inscripción: despertar el deseo en un hombre, para luego abandonarlo.
Un uso muy distinto del que podría darle un joven al que le cuesta darle un sentido a la vida, y en quien el encuentro con la pintura y el dibujo produce una relación con el mundo que antes era vacía y angustiante. Ese adolescente se tatuará en un brazo un lápiz con alas y una cascada de colores como algo que le recuerda, cada vez, su ser en el mundo.
Caligrafía, un uso de la letra
En el caso de la inscripción en el cuerpo de un grafismo, ¿se trata de la letra o del significante? Algo que va más allá de si el tatuaje representa simbólicamente algo para quien se lo hace, como una fecha, un nombre, un momento de la vida. La pregunta alude a ubicar si se trata allí, de algo del orden de lo simbólico o de lo real con respecto a ese cuerpo hablante, si tiene el estatuto de semblante o no. No va de suyo que alguien que nos diga que escribió el nombre de su pareja en su brazo, sea un signo de amor, por ejemplo. Poder leer estas marcas se trata de otra cosa.
Lacan subrayó la diferencia entre letra y significante. Éste último es semblante, alineado con lo simbólico, se refiere al sujeto y a la palabra, nada tiene que ver con la escritura que “es de otra calaña” (Lacan, 1972-1973 [1998], p.40). La letra, en cambio, tiene que ver con la escritura, es del orden de lo real, no representa al sujeto y más bien es una especie de ruptura con el sistema del semblante.
En este punto radica la importancia que Lacan le da a la escritura japonesa, en tanto revela la estructura de ficción de la verdad, desnudando el estatuto del semblante. En la lengua japonesa se distinguen la palabra de lo escrito, poniéndose a justa distancia. Lo escrito tiene un valor y una consistencia muy especial separado del sentido, distinguiendo una dimensión propia de la letra como tal, que no se engancha a ninguna cadena, ni a un sonido en especial, es un elemento fuera de interpretación, un trazo.
La letra tiene que ver con la escritura y Lacan la define como un litoral entre saber y goce, es decir entre lo que pertenece al mundo simbólico y lo que ubicamos en el orden de lo real. Dicho litoral no alude a una mediación, sino a una frontera, un tercer término que hace un borde (Lacan, 1971 [2009], p. 109).
La caligrafía es un uso de la letra en donde trazo y goce confluyen, no tiene como objetivo escribir lo que se habla, sino que en el dibujo —que es su esencia—, realza la distancia entre lo escrito y la palabra. La letra de la caligrafía produce una tachadura, rompiendo el andamiaje del semblante, hace mella en lo real, erosiona.
Propongo pensar que el tatuaje puede tener distintos valores y usos para un parlêtre: más alineados a la palabra y al sentido en algunos casos; o bien del orden de lo escrito, es decir que como letra dibujada en el cuerpo —al modo de la caligrafía— puede marcar ese borde entre saber y goce.
Usos singulares
Una adolescente y su madre se tatúan una cadena en la muñeca antes del primer viaje de la hija.
Una joven va dibujando coloridamente su cuerpo ante acontecimientos de vida que “la sacan de la tristeza”. La espalda, los muslos y brazos son los escenarios localizados y solo puede tatuarse en esas partes del cuerpo.
Un músico que descubre que su esencia es “ser artista”, se tatúa una clave de sol.
Una mujer de 40 años se recrimina no haberse hecho nunca un tatuaje, ¡le hubiera gustado tanto! Se pregunta: ¿por qué no ahora? Lo hace.
Tres jóvenes se tatúan palabras que refieren a un insulto en su espalda, intentando armar una comunidad de venganza contra el Otro cruel.
Un joven anhela completar la manga que identificará su brazo, los dragones y tribales que tendrá, le darán otro aspecto para enfrentar el mundo de las chicas.
También recordemos el uso de la joven aprendiz de geisha de Tanizaki, quien se ofrece de manera aparentemente naif a las manos del artista, soportando el dolor a fin de ser la más bella y valerse de tal arma.
Una utilidad muy distinta al adolescente que encuentra un sentido a su relación con el mundo en el dibujo y decide escribir esa relación en su brazo.
Soluciones que cada uno encuentra o cree encontrar a su relación con el Otro o a la inexistencia del Otro. Algunas están del lado del deseo, otras son pura marca que inscribe un borde, hay las que otorgan un nombre y una existencia, las que prometen un encuentro con el Otro sexo, o las que constituyen un daño subjetivo provocando el dolor de sí mismo.
Si real, simbólico e imaginario en la última enseñanza de Lacan se equiparan e imitan, el parlêtre tiene que vérselas con su cuerpo en tanto R-S-I.
Cuando lo simbólico era un registro que tenía prevalencia por sobre los otros —en la primera enseñanza— no hablábamos de la clínica del parlêtre o de la singularidad, sino que el binario neurosis-psicosis y sus diferentes tipos, organizaban nuestra mirada clínica.
Es a partir de la no subordinación de lo real e imaginario a lo simbólico, que existe lo que podríamos llamar una especie de igualdad clínica entre los parlêtres (Miller, 2014). Entonces ya no es el punto esencial la clasificación de los tipos clínicos sino el funcionamiento, el uso que cada uno hace de las soluciones que se provee en la vida a modo de síntoma.
El síntoma en tanto funcionamiento es la política del psicoanálisis, y es un modo de arreglárselas que incluye las marcas de goce alojadas inicialmente. Cuando ese proceso no se dio genuinamente un sujeto puede intentar producir esa marca de variadas maneras, por sí mismo o con la ayuda de un análisis.
Lo singular es lo incomparable de cada uno, no puede extenderse a otros, es un punto de fijeza; y es en ese sentido que Miller sitúa la igualdad clínica de los parlêtres, todos poseen la singularidad de su síntoma y ninguno es identificable al otro. El acento no se pone en una tipología correspondiente a la histeria por ejemplo, sino que es la respuesta propia de cada quien lo que se trata de leer.
Tales respuestas, pueden responder a diferentes tipos de abrochamientos y también a defectos en el nudo con respecto a cómo se enlazan real, simbólico e imaginario. Es lo que Lacan nos enseña en el Seminario 23: El sinthome, y que la clínica de la psicosis ordinaria nos ha ayudado a comprender mejor, ya que el Nombre del Padre vale como broche, pero puede ser uno entre otros.
Tomando los ejemplos citados, un tatuaje se lee en lo singular de cada parlêtre. Para algunos irá por la vía de producir en lo real del cuerpo ese grafismo que no se trazó primariamente, entonces podría funcionar por ejemplo como ese trazo de goce impreso que determina la erogeneización del cuerpo. Una variante más intensa de esto podría ser para quien el tatuaje va conformando un borde corporal, y entonces no dejar casi superficie sin escribir es un modo de tramarse un cuerpo allí donde no se lo tiene.
También el tatuaje puede responder a la moda, y allí hay que ver qué relación a la moda tiene esa persona, si es extremadamente radical y no puede vivir fuera de ella, o si solo es un modo de vestir y embellecer el cuerpo.
Escribirse el cuerpo pueden ser signos dados al Otro, signo de amor por ejemplo. Puede ser el modo de pertenecer a un grupo, de marcar los acontecimientos de la vida en la piel y también puede responder a dañarse, a infligirse cierto dolor. Como dije anteriormente, las diferencias, pero también los matices y tonalidades son sumamente importantes en la clínica que la época nos ofrece.
Puede haber tantos usos del tatuaje, como seres hablantes dispuestos a tatuarse. La hipótesis es que un psicoanalista lee tales marcas del modo en que aprendimos a leer con Lacan en Lituratierra (1971 [2012]), al estilo japonés: manteniendo a distancia la palabra y el sentido, fuera de todo prejuicio —como sería una lectura romana—, apuntando nuestra mirada fina a la materialidad de la letra.