Finalizando el año 2019, un 2 de diciembre, Éric Laurent, psicoanalista, recibe el título de Doctor Honoris Causa otorgado por la Universidad Nacional de Córdoba en su Salón de Grados. Fue en ese momento, de acontecimiento político y epistémico, que Éric Laurent habla sobre El nombre y la causa (2021).
En su conferencia están presentes los significantes: “honor” por recibir ese título que proviene del discurso universitario, “dignidad” de un semblante que no desconoce lo real y “un nombre que no es amo de nadie”.
De entrada Laurent sitúa la brecha entre el nombre propio y el nombre de función, nombre que distingue y reconoce todas sus producciones escritas y orales enmarcadas en el discurso del psicoanálisis. De este discurso hizo su “causa”, discurso en cuyo centro hay un “agujero en el saber”. Ese “no sé” que implica la posición analizante del analista, en ocasiones se encuentra con el “saber expuesto” que muestra de manera precisa, sin rodeos, el trabajo de elaboración orientado por el deseo de una invención de saber y de su transmisión, constante, incansable y generoso para la permanencia del psicoanálisis.
Para tal fin, el discurso analítico y el universitario, “no están unos junto a otros en ignorancia u olvido recíprocos” (Laurent, 2021, p. 23), sino que interactúan sin confundirse —en el doble sentido de la palabra: hacer Uno y embrollarse— cuando se está advertido del rechazo que puede surgir, en tanto el psicoanálisis “molesta, conmueve defensas y toca un real” (p. 24).
El lazo del nombre y la causa, el destino del nombre propio una vez que son atravesadas las identificaciones, el padre que toca a lo real, el nombre de mujer y su causa. ¿Por qué mantener separados el nombre y la causa? Estos son los puntos cruciales que Éric Laurent aborda en esta conferencia.
El título otorgado por el discurso universitario implica el reconocimiento de un trabajo de muchos años, cuyo resorte es un no saber irreductible, S(A)/, “índice de vacío” y al mismo tiempo índice de un goce singular que se reconfigura como instrumento al servicio del psicoanálisis. Ese vacío y ese goce singular que sostienen una enseñanza, un analista lo “lleva” con su nombre propio y lo encarna haciendo rodar su voz, cada vez.