Resumen
En la última enseñanza de Lacan, encontramos un cambio de perspectiva para la clínica psicoanalítica. Esta nueva perspectiva implica una reconsideración del registro de lo imaginario y del síntoma a partir de la escritura del nudo borromeo. El presente trabajo se propone recorrer algunas referencias que encontramos en el último Lacan, fundamentales para pensar esa reconsideración y las consecuencias clínicas que de allí pueden extraerse.
Introducción
escribir un artículo para esta edición de LAPSO que lleva por título “Un nuevo imaginario”, me resultó particularmente interesante. Por un lado, da cuenta del interés creciente de la comunidad psicoanalítica por las reformulaciones del registro de lo imaginario que se encuentran en la última enseñanza de Lacan. Y por otro lado, me permite transmitir algunas ideas que se desprenden del trabajo que vengo realizando junto a un grupo de colegas de la Escuela de la Orientación Lacaniana, que precipitó en una serie de tres noches en la Escuela durante el año 2017. Noches que llevaron por título “Sinthome e imagen corporal – En torno a casos clínicos” y que cuentan con una muy reciente publicación. De lo que allí se trató, fue de intentar colocarnos en una nueva perspectiva de la clínica psicoanalítica a partir de la reconsideración de la dimensión imaginaria que se encuentra en el último Lacan. Como ha señalado hace unos años Jacques-Alain Miller, si seguimos a Lacan en su última enseñanza, no solo es por un gusto en el desciframiento, sino porque allí se encuentran relieves que pueden orientar la clínica y que pueden permitir repensar la eficacia de nuestra práctica (Miller, 2014).
En efecto, lo que constatamos hace ya un largo tiempo, es que recibimos gente que sufre de aquello que no les anda, pero de la que podemos decir que no son analizables porque no tienen a bien poner sus síntomas a nivel del desciframiento por el inconsciente. Pero la demanda insiste y se nos dirige, nos lleva a poner en cuestión mucho de lo que creíamos, siguiendo nuestra formación, eran los fundamentos mismos de la práctica. Es justamente en ese punto, que Lacan nos abre un horizonte con su noción última de síntoma. Horizonte a explorar, y explorar, y explorar, una y otra vez, para ir pudiendo con él armar una orientación.
Ahora bien, cuando escuchamos algunos de estos casos, desde las primeras entrevistas, con lo que nos encontramos es con el padecimiento que produce no poder sostener una imagen corporal consistente.
Un joven sufre una muy fuerte inhibición cada vez que se encuentra frente a una escena donde pueda jugarse algo de lo que le interesa. Siendo una dificultad que arrastra de toda su vida, la describe como una barrera infranqueable que lo sumerge en una profunda sensación de desvitalización. Si bien la inhibición ya es una defensa frente a lo que podría implicar un paso hacia el agujero forclusivo, no deja de ser una solución frágil, ya que lo lleva constantemente a poner en cuestión el sentido de su vida. Interrogando el detalle de esas escenas puede ubicarse qué es lo que allí no funciona para este joven, no logra hacerse una imagen de sí con la cual entrar en esas escenas. Todo lo que puede imaginarse antes fracasa, ya que en el momento no puede “sentir” que tiene un cuerpo con el cual afrontar esas situaciones.
Una niña dice que quiere ser un varón, más específicamente quiere tener el cuerpo de un superhéroe a partir del momento en que lo ve por la televisión. El desarreglo fundamental para la niña aparece en relación con su cuerpo. Se trata de un cuerpo marcado con una cierta deficiencia al nacer, es a partir de ahí que se presentan enormes dificultades para el armado de un cuerpo y particularmente para sostener un imaginario corporal estable. La niña presenta una serie de fenómenos propios de un imaginario suelto que no logra anudarse. Desde la imposibilidad de caminar en sus primeros años, hasta el no poder ubicar su imagen en el espejo, pasando por permanentes efectos de desdoblamiento de su imagen. En este punto, el querer ser un varón aparece como un intento de solución que trata de resolver sus dificultades con relación a su imaginario corporal.
Una mujer joven ha logrado destacarse en una actividad artística, a partir de enormes rutinas hiper-rígidas a las que se somete diariamente. Se trata de un recurso que encuentra siendo niña y que le ha permitido sostenerse dentro del desorden familiar en el que vivía. Si bien puede ubicarse el valor de suplencia de este recurso, su carácter propiamente ilimitado la empuja constantemente a un borde difícil, con un riesgo de pasaje al acto. En este punto, su imagen corporal se ve permanentemente amenazada por el exceso de sus rutinas, frente al que no tiene forma de ponerle un límite.
Como podemos ver, se trata de sujetos que, en su singularidad, nos presentan de entrada sus dificultades en el armado de una imagen corporal que se sostenga. Imaginarios corporales que no se anudan, que se sueltan, que se caen; es decir, son sujetos que no llegan a “sentir” que tienen un cuerpo. Empezar a interesarnos en estos síntomas que traen los pacientes, como dificultades, fracasos, desarreglos, a nivel del armado de la imagen corporal, conduce a una serie de interrogantes complejos pero de enorme importancia clínica: ¿cómo se sostiene la imagen corporal más allá del recurso al Ideal subsidiario del Nombre del Padre? ¿Cómo es posible “tener un cuerpo” en el sentido que toma esta expresión en Lacan? ¿Qué relación hay entre “tener un cuerpo” y el síntoma como acontecimiento de cuerpo? Preguntas que se despliegan en la última enseñanza de Lacan, donde se abre una nueva perspectiva en la clínica psicoanalítica.
Éric Laurent (2014) señala que el límite del cuerpo como consistencia es, justamente, el que surge en la última enseñanza de Lacan, donde lo que mantiene unido al parlêtre no es ya lo simbólico, sino el cuerpo en tanto consistencia imaginaria. Si el cuerpo como consistencia imaginaria es lo que mantiene unido al parlêtre, parece ser esa una buena vía en dirección a la noción de sinthome.
Adentrarnos en esa vía es lo que propongo en este texto, a partir de señalar algunos pasos de la última enseñanza de Lacan, sin perder de vista la posibilidad de extraer de allí algunas consecuencias clínicas. Se trata de los primeros pasos de un trabajo de elaboración en el que está todo por hacer.
Lo imaginario en su función de límite
Si retomamos la referencia que recién citaba de Éric Laurent, vemos que Lacan no solo ubica al cuerpo en tanto consistencia imaginaria como lo que mantiene junto al parlêtre, sino que también le atribuye una función de límite. ¡Hay que reconocer, primero, la sorpresa que genera semejante formulación! Siguiendo la enseñanza misma de Lacan, lo imaginario siempre fue para nosotros obstáculo, desconocimiento, velo, etc. Nunca lo pensamos con una función de límite, que por otro lado siempre le atribuíamos a lo simbólico en tanto orden. Pensar lo imaginario cumpliendo una función de límite, implica una fuerte reconsideración de ese registro.
Encontramos el inicio de esta reconsideración en las primeras páginas del Seminario 21 de Lacan. En primer lugar, apoyado ya decididamente en el nudo borromeo, nos dice que “lo imaginario es una dimensión tan importante como las otras” (Lacan, 1973-1974). Es decir, que a nivel de lo real del nudo borromeo como estructura, los tres registros son estrictamente equivalentes. Y en segundo lugar, señala que “lo imaginario es siempre una intuición de lo que hay que simbolizar” (Lacan, 1973-1974). Hay que aclarar que a esta altura lo simbólico del nudo no es para Lacan el lenguaje, el orden simbólico, sino que se trata de los puros efectos de fonación de lalangue. Efectos del enjambre de significantes, sin sentido, que en su funcionamiento propio tienen un carácter ilimitado. Entonces ¿qué es lo que lo imaginario intuye?
Intuye… lo que se puede masticar y digerir de ese simbólico enloquecedor que no contiene en sí límite alguno, y que no se soporta. Muy pero muy rápidamente hay que detener lo simbólico-real, y lo hace anudarle lo imaginario. A partir de esta idea, todo lo que hemos pensado como límite simbólico, como Nombre del Padre y su metáfora, como castración, como significación fálica, como lenguaje y como discurso, se desplaza hacia la eficacia de la intuición imaginaria. De algo capaz de anudar la imagen corporal proviene la elaboración posible de la parasitación simbólica. (Indart et al., 2018, p. 10)
Entonces, se podría sostener que a nivel del nudo borromeo, lo imaginario puede o no anudarse, pero si se anuda, hace de límite a la intrusión de lo simbólico. Que venga de una propiedad de lo imaginario la posibilidad de poner un límite, de ordenar los efectos de parasitación de lalangue, indica ya un cambio de perspectiva del cual extraer consecuencias para la orientación de la clínica.
Lo real de lo imaginario. Goces
El segundo paso que me resulta importante señalar lo encontramos en el escrito de Lacan, La tercera (1974 [2015]). Se puede considerar a ese escrito una suerte de texto fundacional de su última enseñanza y en ese sentido, una bisagra respecto de sus elaboraciones sobre la noción de síntoma.
Con la nueva escritura del nudo borromeo, como lo real de la estructura, Lacan puede diferenciar radicalmente en el campo del goce dos modalidades absolutamente distintas. Es así que distingue un tipo de goce que se ubica en la intersección de lo simbólico y lo real, al que caracteriza por ser un goce “fuera” de cuerpo, de, en cambio, otro goce que se ubica entre imaginario y real, cuya característica es ser un goce “en” el cuerpo.
Como podemos ver, la escritura del nudo borromeo permite no sólo la distinción entre estos dos goces, sino que también muestra aquello que queda excluido para cada uno de ellos. Es así, que el goce que se articula entre simbólico y real, queda fuera de lo imaginario y el que resulta de la articulación de imaginario y real, queda fuera de lo simbólico.
Lacan nombra goce fálico al goce que localiza en la intersección simbólico-real. Me parece importante señalar, en este punto, cómo entiendo la expresión “goce fálico” a esta altura de la enseñanza de Lacan, ya que creo que es fuente de equívocos y lecturas diferentes entre los analistas. No creo que se refiera al goce articulado al significante fálico; es decir, a la operación de castración simbólica ligada al Nombre del Padre, sino a aquel que da cuenta de los efectos de la entrada de lalangue en el cuerpo vivo.
Ahora bien ¿cómo entender que se trate de un goce fuera-de-cuerpo? Tenemos que se trata de un goce que produce lo simbólico, la entrada de lalangue en el cuerpo, y que es justamente ese efecto el que constituye los objetos a que se ubican en los bordes del cuerpo. Miller, en su curso Sutilezas analíticas, se refiere al goce “fuera” de cuerpo en estos términos:
[…] el significante afecta el cuerpo del parlêtre porque fragmenta el goce del cuerpo y esos pedazos son los objetos a. Luego, si nos detenemos en esta fórmula, se supone que hay un primer estatuto del goce que yo llamaba goce de la vida y que por el hecho de que este cuerpo en la especie humana es hablante, su goce se ve modificado en forma de fragmentación y de condensaciones en lo que son las zonas erógenas según Freud, cada una relativa a un tipo de objeto. (Miller, 2011, p.278)
Es un goce que se experimenta en las zonas erógenas y por lo tanto nunca logra difundirse al resto del cuerpo. Marca así un régimen de vacío y exceso, de un más y un menos ilimitado, que en su funcionamiento propio, dice Lacan, revienta la pantalla “porque no proviene del interior de la pantalla” (Lacan, 1974 [2015], p.20). Si lo seguimos en La tercera, cuando señala que:
El cuerpo entra en la economía del goce por medio de la imagen del cuerpo. De ahí, partí. Si en la relación del hombre —lo que denominamos así— con su cuerpo hay algo que subraya bien que es imaginaria, es el alcance que en ella adquiere la imagen. (Lacan, 1974 [2015], p.20)
Se entiende que el goce fálico sea “fuera” de cuerpo, porque precisamente, es un goce que está fuera de lo imaginario, es contradictorio con el sostenimiento de la imagen corporal.
Ahora bien, la novedad que aparece en la última enseñanza de Lacan, más allá de que a partir de ahí se puedan encontrar y releer numerosos antecedentes, es que el campo del goce no se reduce al goce fálico-pulsional. La dimensión imaginaria también tiene su real, un real diferente al que articula lo simbólico. Se trata de un goce que, por definición, está fuera de lenguaje y que se experimenta, se siente, “en” el cuerpo. Es justamente ese anudamiento, el de un goce con el imaginario, lo que le da consistencia a la imagen corporal, ya que le brinda un sostén real. Es por ese goce “en” el cuerpo, que el parlêtre “siente” que “tiene un cuerpo”. Este anudamiento, que le da un peso real a la imagen corporal si se produce, es anterior lógicamente al armado del Otro y al recurso al Ideal, que a partir del “esquema óptico” de la primera enseñanza de Lacan, era la forma que teníamos de entender cómo se sostenía el imaginario corporal.
Pensar qué es lo que sostiene a lo imaginario anudado, creo que es una buena vía en dirección a las últimas elaboraciones de Lacan sobre el síntoma.
Acontecimientos de cuerpo
El joven, al que hacía referencia en la introducción, pasa contingentemente por una escena de confrontación con un niño en la que dice haber sentido que por primera vez se pudo hacer una imagen de sí. Lo que caracteriza esa escena es que se da bajo mínimas exigencias simbólicas, no pone para él en juego nada del orden de “tomar la palabra”. A partir de esa situación, y con el recurso allí obtenido, comienza a poder entrar en otras escenas que hasta entonces eran para él infranqueables. También señala, que siente haber encontrado algo que podría significar su cura.
A la joven artista, una colega le propone hacer una suplencia en un espectáculo para el cual debía cambiar el estilo de danza con el cual venía trabajando. El encuentro con el nuevo estilo le produce una sensación inédita en su vida. Siente otro cuerpo, absolutamente diferente a aquel sometido a rutinas enloquecedoras y siempre al borde de fragmentarse. A partir de esta experiencia, decide iniciar un cambio en su carrera artística, donde el nuevo estilo y la sensación corporal que lo acompaña tengan cada vez más lugar.
La niña trans, también por una contingencia, encuentra en la pantalla de televisión el recurso que le permite sentir su imagen corporal. Da cuenta así que, en su caso, la demanda de cambio de sexo, nada tiene que ver con cuestiones de elección de objeto ni de sexuación, sino que se sustenta en los desarreglos con su cuerpo a nivel de la dificultad para sostener un imaginario corporal consistente.
Los tres casos muestran, en su singularidad, acontecimientos que parecen implicar un antes y después en la existencia de estos sujetos. Se trata de contingencias que toman valor de acontecimientos en tanto producen un anudamiento con el cual se arman otro cuerpo y que consisten, descriptivamente, en el efecto de sentir un goce “en” el cuerpo, un goce que se anuda a su imagen corporal. También testimonian sobre cómo “sentir” que tienen una imagen corporal, detiene, aunque sea por instantes, la parasitación de lalangue y su goce “fuera” de cuerpo, sin que esto se deba a la acción de ningún Nombre del Padre.
Ahora, si bien se pueden ubicar con bastante precisión las escenas donde se producen esos “acontecimientos de cuerpo” y sus efectos, no resulta fácil entender cómo es que eso acontece.
Pensar en qué puede ser aquello que anude a lo imaginario, encuentra respuestas en una nueva noción de síntoma que encontramos en el último Lacan.
En primer lugar, Lacan señala en La tercera que llama “síntoma a lo que viene de lo real” (Lacan, 1974 [2015], p.15). Esta simple formulación es toda una novedad de la que quizás no terminamos de ponderar todas sus consecuencias. Decir que el síntoma viene de lo real, implica tomar mucha distancia con Freud y con el propio Lacan del retorno a Freud. En Freud, el síntoma era algo vinculado a la acción represora del padre; es decir, a un producto de lo simbólico. La exigencia pulsional se encontraba con el “no” de la función paterna que promovía la represión, y el síntoma era el resultado de una transacción entre la exigencia pulsional y la instancia represora, una formación de compromiso. Redefinir al síntoma como viniendo de lo real lo separa de toda referencia al Nombre del Padre para dejarlo en el plano de la contingencia.
La segunda novedad que encontramos en ese mismo escrito es que el síntoma, que viene de lo real, “no se reduce al goce fálico” (Lacan, 1974 [2015], p.23). Esto significa, ni más ni menos, que el síntoma no solo articula el goce simbólico-real, “fuera” de cuerpo, sino también ese otro goce, imaginario-real, goce “en” el cuerpo.
Ubicadas estas dos novedades en la reformulación de Lacan sobre el síntoma, creo que se puede entrar, sin perderse demasiado, en la definición del síntoma como “acontecimiento de cuerpo” que encontramos en el escrito Joyce el síntoma (Lacan, 1976 [2012]). Allí, Lacan sostiene que el síntoma es un acontecimiento ligado al cuerpo que se “tiene”; es decir, ligado a una experiencia de goce “en” el cuerpo, a partir de la cual se siente que a ese cuerpo se lo tiene. Es justamente en Joyce donde Lacan puede ubicar la función del síntoma, en tanto acontecimiento de cuerpo, como el recurso que le permite anudar su imaginario corporal. Es la certeza sinthomática de ser “el artista”, el acontecimiento que le permitió volver a anudar su imagen corporal, esa que se le caía como una cáscara, siendo para Joyce una certeza que le dio un cuerpo y le permitió sostenerlo frente a los efectos intrusivos de lalangue que padecía. Es justamente Joyce, a quien Lacan no casualmente llama Joyce el Síntoma, quien muestra la función anudante del síntoma en tanto acontecimiento de cuerpo.
Llegamos, entonces, a que el síntoma, contingencia que viene de lo real y que no se reduce al goce fálico, es lo que permitiría sostener anudado el imaginario y “tener un cuerpo”. Cuerpo que, no depende ya para sostenerse de un rasgo del Ideal, sino del efecto anudante del síntoma. Como señala Laurent (2016), se trata de un “tener” primero, anterior a la dialéctica del ser y tener dependiente del campo del Otro.
Resulta, como señalaba en la introducción del texto, que recibimos cada vez más gente que sufre de no poder sostener su cuerpo porque no lo sienten. Entonces, para esa clínica, aunque no solamente, encontramos en la reconfiguración de lo imaginario y del síntoma en su función de anudamiento, del último Lacan, una nueva perspectiva que abre un horizonte para la posición del analista y la eficacia de su práctica. Una posición que pueda ser realmente más allá del padre.
1 Las referencias a los aspectos subjetivos y biográficos que aquí se presenten, por parte de los autores de artículos o entrevistados, son construcciones que brindan coordenadas lógicas o temporales en un tratamiento. No develan datos biográficos o privados de personas dado que las referencias a lo biográfico han sido transformadas o reemplazadas por una operación ficcional, correspondiente a la ética profesional.