Resumen
Este trabajo parte de la consideración de una cierta opacidad irreductible en la zona de la experiencia que tiene que ver con la presencia y plantea la cuestión de qué presencia es suficiente para instalar el discurso analítico. El deslizamiento entre los términos presencia/semblante/cuerpo da cuenta de esa dificultad: cómo aprehender lo que del analista se juega en la experiencia. Al respecto, se desarrollan tres variaciones basadas en tres expresiones de Lacan en distintos momentos de su enseñanza: el analista da su presencia, la presencia del analista es una manifestación del inconsciente y el analista “en cuerpo” instala el objeto a en el sitio del semblante.
Abstract
This work starts from the consideration of a certain irreducible opacity in the area of experience that has to do with presence and raises the question of what presence is sufficient to install the analytic discourse. The sliding between the terms presence/semblant/body accounts for this difficulty: how to apprehend what is at stake in the experience of the analyst. In this regard, three variations are developed based on three expressions of Lacan at different moments of his teaching: the analyst gives his presence, the analyst’s presence is a manifestation of the unconscious and the analyst «in body» installs the object a in the place of the semblant.
La revista Lapso propone —para su séptimo número— un tema de suma complejidad, debido al carácter esquivo de los conceptos en juego, pero ante todo por cierta opacidad irreductible de esta zona de la experiencia, ante la cual el concepto se revela rápidamente en su impotencia para morder lo real.
El deslizamiento entre los términos presencia/semblante/cuerpo da cuenta de esa dificultad: cómo aprehender lo que del analista se juega en la experiencia. Por otra parte, si bien cada noción introduce matices diversos, que reconducen a desarrollos teóricos complejos, lo cierto es que en la experiencia se presentan íntimamente articulados.
La variación del sintagma —extraído de la doceava clase del Seminario 11— “la presencia de cada analista” (Lacan, 1964 [2002], p. 166) tiene la virtud de agujerear tanto “La Presencia” como “El Analista”. Abre un surco a la vez que sienta posición: si hay alguna clase de presencia, será la de cada analista, y agregaría, vez por vez. En esa singularidad sin concesiones que se conjuga con la contingencia, la presencia del analista es lo que se constata por los efectos, para un parlêtre, del encuentro con uno que se presta a encarnar la función que Freud inventó. Por supuesto, tanto los signos de dicha presencia, como sus efectos, son tan múltiples y variados como los sujetos implicados en la empresa.
En lo que sigue voy a recortar tres variaciones, con apoyo en tres expresiones de Lacan, de diversos momentos de su enseñanza.
El analista da su presencia
El lugar del analista comienza a ser teorizado por Lacan (1958 [2008]) en el escrito La dirección de la cura y los principios de su poder, donde utiliza la célebre metáfora del bridge, colocando al analista en el lugar del “muerto”, es decir, aquel que no juega sus cartas, pero en cambio propicia el despliegue de las cartas de su partenaire. La metáfora ha de entenderse teniendo en cuenta los cuatro elementos del esquema L como homólogos a los cuatro jugadores del bridge: el yo del analista ocupa el lugar del muerto para poner fuera del juego al yo del analizante, es decir, para suspender el eje imaginario, de modo tal que se despeje la pareja del eje simbólico, la del sujeto y el Otro. Hace falta mencionar que, pese a lo preciso de la analogía, la carga imaginaria del “muerto” dio lugar a una lectura desafortunada según la cual el analista debía mostrarse silencioso e inexpresivo, una especie de semblante de “El analista lacaniano” que aún hoy tiene ecos en la ciudad.
En cambio, Jacques-Alain Miller (1985 [2010]), en el curso dedicado a explorar la noción de extimidad, llama la atención sobre otra frase de ese escrito: “Se observará que el analista da sin embargo su presencia” (Lacan, 1972-1973 [2008], p. 589). Dos aspectos destacan en esta cita: el primero, que la presencia es lo que el analista da, por oposición a aquello que rehúsa, a saber, la demanda de amor del analizante, y en ese punto Lacan señala la función del pago, que despeja la confusión en la que podría incurrirse. Entonces, incluso cuando adopte la pose caricaturesca del analista hosco y silente, hay algo que éste da, y que es condición de la experiencia. He allí el lugar que Lacan concede a la presencia del analista en la etapa inicial de su enseñanza, antes de que se ocupara de teorizarla seis años más tarde, tras su excomunión.
El segundo aspecto destacable es que en ese momento Lacan sitúa la presencia en una relación de subordinación respecto de la palabra, pues enseguida agrega: “pero creo que ésta [la presencia del analista] no es en primer lugar sino la implicación de su acción de escuchar, y que ésta no es sino la condición de la palabra” (Lacan, 1972-1973 [2008], p 589). Esta posición que concede primacía a lo simbólico se corresponde con el segundo paradigma del goce —de los seis descriptos por Miller (1999 [2011]) —, cuando aspira a producir su significantización. Acorde con esta fase, Lacan se esfuerza por evacuar el elemento real de la presencia del analista, señala Miller (1985 [2010]), y lo hace acentuando la importancia de la palabra y la escucha.
De modo que hay una variedad de la presencia que es correlativa de la escucha que el analista presta a la palabra del analizante. Tras el debate ocasionado por la pandemia de COVID-19, que implicó la elección forzada de continuar los tratamientos de modo virtual, podemos decir, après-coup, que los medios telemáticos permitieron sostener esta versión de la presencia del analista, que no requiere necesariamente el encuentro de los cuerpos. Para muchos sujetos, tal presencia resultó imprescindible para hacer frente al cimbronazo de lo real que desbarató los modos de vida, es decir, los circuitos de goce. La cuestión es si esta versión, soft, por así decirlo, de la presencia es suficiente para instalar el discurso analítico.
En La dirección de la cura y los principios de su poder, Lacan (1958 [2008]) añade algo más cuando señala que “el sentimiento más agudo” (p. 589) de la presencia del analista se obtiene cuando el sujeto se calla, algo que ya había señalado Freud en sus consideraciones sobre la transferencia. A propósito de esta afirmación, Miller (op. cit.) señala que allí se introduce algo que liga la presencia del analista con el silencio de la pulsión, preludiando el lugar del objeto a.
La presencia del analista es una manifestación del inconsciente
La presencia del analista se convierte en un concepto de la teoría lacaniana en el seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964 [2002]). Ante todo, hace falta señalar el alcance político de una noción que, junto a la de deseo del analista, se erige contra la doctrina posfreudiana de la rectificación de la (contra)transferencia y la alianza con las partes sanas de un yo pretendidamente autónomo. A la vez, esta noción forma parte del punto de viraje en el que Lacan se separa de Freud, para iniciar su propio camino.
En efecto, el inconsciente que califica como “el nuestro” —por oposición al de Freud— tiene una estructura pulsátil, de apertura y cierre (homóloga a los agujeros del cuerpo en torno a los cuales se monta el circuito de la pulsión). La presencia del analista, tal como la define en ese momento, “(…) es una manifestación del inconsciente” (Lacan, 1964 [2002], p. 131), que se verifica en el momento de cierre.
Así, al abordar la transferencia, plantea que “Lejos de ser el momento de la transmisión de poderes al inconsciente, la transferencia es al contrario su cierre” (Lacan, 1964 [2002], p. 137). De modo que la presencia del analista se ubica en el cruce entre inconsciente y transferencia, emerge cuando aquel se cierra, y su signo clínico más evidente es la detención de la asociación libre. El elemento que hace de gozne, lo que se presentifica e interrumpe el decurso de la cadena asociativa, es el objeto a, de manera que, tal como afirma Miller, “La presencia del analista equivale a la consistencia lógica del objeto a” (Miller, 1985 [2010], p. 345). Subrayemos aquí el término equivalencia, que implica una relación de igualdad en la función, valor, o eficacia entre determinados elementos.
Luego, en el tramo final del seminario, con la conceptualización de las operaciones de alienación y separación, la producción del objeto se localiza como efecto de la segunda. Producto de la intersección de los conjuntos del sujeto y el Otro, el objeto es aquello de lo cual el sujeto se desprende para parirse a sí mismo, haciéndolo pasar al campo del Otro —que entonces se constituye como tal—, solo para ir a recuperarlo en el circuito incesante de la pulsión.
Para captar lo que esta teorización implica en cuanto al tema que nos ocupa es indispensable tener en cuenta que no sólo se trata de la matriz de la constitución subjetiva, sino que dicha estructura es homóloga, y por lo tanto extrapolable, a lo que tiene lugar en la experiencia, es decir, en la sesión analítica.
Puesto que la presencia de cada analista tiene lugar vez por vez, una breve viñeta puede resultar esclarecedora. Una joven consulta por la dificultad para hacer(se) con un semblante de mujer, dificultad que atribuye a su gordura, y en última instancia al Otro que la discrimina, según reza la versión manifiesta de su guión fantasmático. Transcurrido un tiempo y habiendo operado cierta rectificación subjetiva, relata en sesión una nueva crisis de angustia ante el espejo, pero añade que se dio cuenta de que eso sucede tras un fin de semana en el que comió de más, aunque ya estaba llena, siguió comiendo, explica. “Dé más” fue la intervención ante la cual ella se enoja, reclama que la analista le diga algo más, se queja por sentirse “juzgada”, suelta una perorata reivindicativa sobre la “gordofobia social”, dice que no entiende por qué se tiene que sentir mal por comer, si es solo comida. Se produce un silencio prolongado, se la nota incómoda primero, angustiada después, y por fin rompe en llanto diciendo: no sé qué es lo que como cuando como de más, lo pienso y me da asco.
La presencia del analista, correlativa del momento de cierre del inconsciente, en el que se pone en juego la transferencia, equivale a la producción del objeto del cual el sujeto puede separarse, en este caso bajo el signo clínico del asco.
El analista en cuerpo instala el objeto a en el sitio del semblante
Respecto del punto previo, esta tercera expresión añade dos elementos, el cuerpo y el semblante, cuya función hace falta situar para extraer sus consecuencias en lo que respecta a la presencia del analista.
Entre los Seminarios 17 y 20, Lacan despliega su teoría de los cuatro discursos, que marca un hito en la conceptualización del lugar del analista, formalizado en el marco de un discurso, es decir, como una modalidad particular de lazo social. En este contexto teórico, la presencia del analista se articula con un nuevo concepto, el de semblante, tan fundamental como difícil de captar, ante todo por la imposible traducción al castellano.
Al respecto, Miquel Bassols (2009) analiza la etimología del término en ambas lenguas y concluye que, pese a las posibles traducciones de semblant por “apariencia”, “hacer parecer” o “parecer ser”, hemos adoptado su castellanización al modo de una mutación de la lengua. Lo que importa retener es que con el semblante se trata de mostrar o dar a ver, incluso de hacer creer que hay algo allí donde no hay nada, agrega Miller (1991-1992 [2002]).
Sin embargo, se distingue del como sí, o el fingimiento por tres razones: el papel que juega en el discurso, la articulación con el cuerpo y la relación con el goce.
En primer término, Lacan ubica el semblante “(…) como objeto propio con el que se regula la economía del discurso” (Lacan, 1971-1972 [2012], p. 18). De este modo indica su función en la estructura discursiva, situado en el lugar del agente, es decir que se trata del elemento que pone en marcha y regula el funcionamiento. En definitiva, el discurso como tal es siempre discurso “del semblante”, según el genitivo objetivo con el cual debe leerse el título del Seminario De un discurso que no fuera del semblante, según lo indica el propio Lacan (1971 [2009]).
Luego, en el Seminario 19 (Lacan, 1971 [2009]), en la lección que Miller tituló “Los cuerpos atrapados por el discurso”, introduce el “soporte corporal” (p. 225). Si el semblante regula el discurso cuyo efecto es un sujeto, no será sin un elemento que haga de soporte. Dice Lacan: “Freud hizo surgir que lo que se producía en el nivel del soporte tenía relación con lo que se articulaba mediante el discurso. El soporte es el cuerpo” (Lacan, 1971-1972 [2012], p. 219), y enseguida aclara que no es necesariamente un cuerpo, sino que el discurso puede atrapar varios, e incluso series de cuerpos, pues se trata, justamente, de la condición para el lazo social. De modo que el cuerpo es el fundamento o ground sobre el que todo discurso se monta. Entonces, si la relación entre semblante y cuerpo tiene lugar en el marco de un discurso, cabe suponer que variará según la modalidad del mismo.
Pasemos ahora al tercer elemento que diferencia al semblante del mero “como sí”: el goce, inaprensible en cuanto tal, es lo que determina los cuatro polos en los que se ordena el discurso, dice Lacan (1971-1972 [2012]). Dicho de otro modo: todo discurso surge como un tratamiento posible del goce, mediante la puesta en juego de un semblante. En palabras de Lacan: “Si en algún lado hay algo que se autoriza a partir del goce, es justamente el hacer semblante” (Lacan, 1971-1972 [2012], p. 222).
Esto tiene consecuencias para la práctica analítica, pues, tal como plantea Miller (1991-1992 [2002]), “(…) el goce solo se aborda a partir del semblante” (p. 196). Un año más tarde —del Seminario 19— en el esquema triangular que presenta en Aún, Lacan (1972-1973 [2008]) ubica el semblante y el objeto a en el vector que va de lo simbólico a lo real, indicando de ese modo una relación. En efecto, sostener que el semblante no guarda relación alguna con lo real implicaría adoptar una posición nominalista, contraria a la del analista. En palabras de Lacan: “el goce sólo se interpela, se evoca, acosa o elabora a partir de un semblante” (Lacan, 1972-1973 [2008], p. 112). Pero además, el propio objeto a se revela como un semblante, y más precisamente, como el semblante adecuado para tratar lo real, pues da nombre a un goce singular (a diferencia del falo, semblante universal).
Retomemos ahora la expresión de partida, para medir su implicancia respecto de la presencia del analista y la especificidad de la relación entre cuerpo y semblante. Dice Lacan: “(…) si existe algo denominado discurso analítico se debe a que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por ese término, instala el objeto a en el sitio del semblante” (Lacan, 1971-1972 [2012], p. 226). Si tenemos en cuenta que el objeto a es ya en sí mismo un semblante, lo que se vuelve patente es la importancia del cuerpo como aquello de lo que el analista se vale para instalar y sostener el discurso que le es propio. Ello se debe a “la afinidad del a con su envoltura” (Lacan, 1972-1973 [2008], p. 112), es decir, con la imagen de sí, que es una de las propuestas principales del psicoanálisis, señala Lacan. De modo que “Sólo con la vestimenta de la imagen de sí que viene a envolver al objeto causa del deseo, suele sostenerse —es la articulación misma del análisis— la relación objetal” (Ibídem, las cursivas son mías). Entonces, es colocando, “en cuerpo”, el objeto a en el lugar del semblante como el analista abre la posibilidad de que el sujeto capte algo del goce que lo habita.
Evidentemente, este uso del cuerpo es una especificidad del discurso analítico, en función del lugar conferido al objeto a. A modo de ejemplo contrario, en el discurso universitario no hace falta poner el cuerpo para sostener el saber —S2— en el lugar del semblante, lo cual se pone de manifiesto en el sistema académico, organizado en torno a las referencias de autoridad mediante la cita y la producción de papers.
Pero esa obliteración del cuerpo puede acarrear consecuencias de mayor alcance, como sucede en una de las variantes contemporáneas de ese discurso, la teoría de género. En Piezas sueltas, Miller (2004-2005 [2013]) subraya que ésta supone “una suerte de realización del discurso universitario” (p. 413), pues todo el saber de los nombres —LGTBIQ+…— es situado en posición de semblante. Dicho de otro modo, el esfuerzo consiste en demostrar que los nombres que identifican no son más que semblantes, para poder dominar, en nombre de ese saber, el plus-de-gozar, y así obtener un sujeto no identificado, siempre en proceso, no encasillado, de “género fluido”, como se dice.
Lo que constatamos treinta años después del tsunami académico de la teoría de la performatividad del género y su irradiación al campo social es que, cuando se experimentan los límites del semblante, sea el que sea, para tratar lo irreductible del goce en tanto tal, el combate se traslada, ahora sí, al cuerpo. Pero es un cuerpo rebajado a su materialidad biológica, y por ende, susceptible de ser recompuesto a la medida de un yo envalentonado por las posibilidades que le ofrece el capitalismo tecno-científico.
La presencia del analista en la civilización transhumana del siglo XXI implica abrir y sostener, “en cuerpo”, un lugar donde cada cuerpo hablante pueda reencontrarse con las marcas singulares del goce que lo anima.