Resumen
Partiendo de la pregunta: ¿de quién es el acto? el texto realiza el recorrido de una experiencia analítica, que ubica el momento de la demanda y entrada en análisis, un segundo momento, el análisis propiamente dicho, pivoteado por la transferencia. Por último, el momento de conclusión, el final de análisis. Ubica, en cada uno de estos momentos, la posición del analista y del analizante desde una perspectiva fundamental: el consentimiento y la operación permanente para que el inconsciente exista.
Abstract
Starting from the question: whose act is it? the text takes a line of an analytical experience, which locates the moment of demand and entry into analysis, a second moment, the analysis itself, pivoted by the transference. Finally, the moment of conclusion, the end of analysis. It locates, in each of these moments, the position of the analyst and the analyzer from a fundamental perspective: the consent and the permanent operation so that the unconscious exists.
Jacques Lacan comienza su texto El acto psicoanalítico con las siguientes palabras: “El acto psicoanalítico, ni visto ni conocido fuera de nosotros, es decir, nunca localizado, menos aún cuestionado, he aquí que lo suponemos desde el momento electivo en que el psicoanalizante pasa a psicoanalista” (2012, p. 395).
La cita de Lacan es clara con respecto a lo que él ubica como acto analítico, es el momento en que un análisis concluye y el analizante deviene psicoanalista o, mejor dicho, es porque el analizante deviene analista, que el análisis concluye, ese es el acto. Si lo ubicamos al final de la experiencia analítica, si es un momento electivo ¿de quién es esa elección?
En el año 2021, trabajamos con cuatro colegas sobre el acto analítico en el Seminario Introductorio de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Sección Córdoba. Hasta ese momento no hubiera dudado en ubicar el acto analítico del lado del psicoanalista que dirige una cura, pero la transmisión de Lacan en su escrito me permitió una nueva perspectiva, perspectiva que precipitó en la pregunta: ¿de quién es el acto?
Sostengamos esta pregunta de la mano de otra ¿qué fue necesario para que sea posible llegar hasta el final?
Para responderlas retomaré algunas notas de aquel seminario, esperando poder transmitir algo de lo que esa experiencia me enseñó.
Propongo entonces comenzar por donde suelen comenzar las cosas, el principio. En este caso, el momento en que se produce una demanda de análisis.
Demanda y consentimiento
Cada vez que un analista recibe a un sujeto, se encuentra íntimamente frente a una decisión, aceptar o rechazar esa demanda. En Causa y consentimiento, Jacques-Alain Miller le da a esa decisión todo su valor. Habla de consentimiento en la entrada por parte del analista:
(…) Bejahung inaugural, ese ja, que es más legible del lado del analista y además debe ser calculado. El oscuro problema del consentimiento, del asentimiento subjetivo, conectado con el de la creencia y la fe, debe ser zanjado, y para ello hay que tomar este desvío por la posición del analista, que de entrada es una posición de acogida. (2019, pp. 41-42)
Para Freud, y así lo lee Lacan, la Bejahung es una afirmación primordial del sujeto, es un sí, que dará lugar en un segundo tiempo a la represión; para que algo se reprima primero debe haber sido admitido.
En la experiencia analítica, ¿qué nos orienta? ¿qué avalamos en la entrada? Si estamos frente a un sujeto analizable, y admitir o rechazar la demanda es un acto fundador ¿cómo nos orientamos? Hay una frase que usamos y repetimos: tiene que haber un deseo decidido, bien ¿qué decimos con esto? No decimos demanda decidida, Miller (2019) nos da una orientación, que es la de captar cual es la relación del sujeto con la represión, es necesario un cierto “No” a la represión. Cuando un sujeto habla en las primeras entrevistas estamos atentos a la posición que toma frente a sus propios dichos, eso nos va dando un índice de su posición subjetiva.
…lo que el analista convalida es una posición subjetiva, y en ese sentido cabe decir que lo que se convalida es la transferencia, pero en la medida en que esta es una posición subjetiva: en el sujeto convalidamos una posición llamada sujeto supuesto saber. (Miller, 2019, p. 47)
Pensemos que el sujeto supuesto saber no es el analista, sino el inconsciente, y este no está dado de entrada, el analista debe operar para que se instale. Ahora ¿cómo pensar el sujeto supuesto saber en tanto que una posición?
En los enunciados lo captamos ante todo como un “no sé”, y cabe decir que el analista da de ello un ejemplo; en cierto modo, insemina el sujeto supuesto saber mediante su propia disciplina de ignorancia, que consiste en formular el “¿Qué quiere usted decir cuando dice eso?”. Así apunta exactamente al sujeto con intención de significación, y hace que esa intención se transforme en el “no sé”, dado que la intención de significación sólo pasa al sujeto supuesto saber bajo la condición de atravesar un “no sé”. (Miller, 2019, p.47)
Se produce, así, el pasaje de un sujeto que viene con un sentido sobre su sufrimiento a un no saber por qué le pasa eso. Ese pasaje será posible a partir de la presencia del analista, una presencia que encarna lo que Lacan nombraba como docta ignorancia. Entiendo que este “no sé”, tiene un estatuto particular. No es un “no sé” liviano, despreocupado. Es un “no sé” con respecto a un sentido, a un saber que el sujeto tenía. Si ese sentido no está de entrada, será necesario alentar al sujeto a que lo produzca. Para nosotros, como analistas este “no sé” es el índice de que en ese sujeto hay la división subjetiva. Cuando se produce el sujeto pasa de creer en un sentido que ya tenía a creer que hay algo por saber, se encuentra con una x, un enigma. Para que esto sea posible es necesario del lado del paciente, un consentimiento a ser conmovido, a ser interpretado, tocado por la interpretación.
Del lado del analista será un sí a instalar las condiciones para lo que opere sea el inconsciente.
Acto y transferencia
Si la transferencia es el motor de una cura, si el sujeto supuesto saber es el inconsciente ¿cómo sostener un análisis en la época del sujeto del derecho? El sujeto del derecho es aquel que dice: tengo derecho al goce, pero no solo eso. Es el que dice: soy lo que digo ¿Qué lugar, allí, para la división subjetiva? ¿Qué lugar a la posibilidad de una pregunta sin respuesta inmediata para este sujeto? ¿Qué lugar para un enigma, para que algo del inconsciente asome?
“Un nudo gordiano nos ha conducido a lo siguiente: el sujeto busca su certeza. Y la certeza del propio analista en lo concerniente al inconsciente no puede ser extraída del concepto de transferencia” (Lacan, 1964 [2007], p. 135). Esta cita de Lacan, en el Seminario 11, me parece tener hoy todo su valor. Tenemos por un lado el sujeto de la certeza, eso es lo que busca. Y el analista sólo puede responder con otra certeza: su creencia en el inconsciente. Es el analista el que debe, durante todo el análisis, dure lo que dure, hacer existir el inconsciente. Un paciente habla, asocia libremente y de repente, un lapsus, un equívoco. Lo que sucede por lo general es que el sujeto sigue hablando, como si nada. Es el analista el que debe sancionar el fallido para que eso sea una formación del inconsciente. En la Sección Córdoba de la Escuela de la Orientación Lacaniana, Irene Kuperwajs planteaba que es el deseo del analista lo que produce el deseo de sumergirse en un análisis.
Decidir atravesar un análisis, avanzar en la experiencia analítica es una decisión que implica un forzamiento permanente frente al no querer saber nada del inconsciente. Y eso es la posición analizante, es estar en relación con el “no quiero saber nada de eso propio”. Sólo la transferencia posibilita y anima ese franqueamiento del horror al saber.
Fíjense que mi pregunta inicial era ¿de quién es el acto? Y hasta ahora ubicamos en la entrada el consentimiento por parte del analista y también del lado del paciente a la división subjetiva. Cuando la transferencia ya está instalada y el análisis avanza, nos encontramos con lo mismo. Un analista que hace existir el inconsciente cada vez, esa es la posición del analista y un analizante que consiente a ir un poco más allá. ¿Cómo ubicamos las coordenadas del final?
La caída del sujeto supuesto saber es el momento en el que A y a se separan para el analizante y en el que entonces se revela lo que constituía el ser del partenaire analista: “el ser del sujeto supuesto saber fue sostenido de punta a punta por una sustracción de goce a expensas del sujeto” (Miller, 2011, p. 476).
Sabemos que el analista operó en la transferencia por la cara amorosa que implica la transferencia de saber por parte del analizante a la figura del analista (A), pero también ocupando el lugar de semblante de objeto a. ¿Qué quiere decir eso? Primero, que no está ahí en tanto sujeto, esto implica dejar de lado en la sesión sus pensamientos, sus ideales, sus prejuicios. Miller recuerda la recomendación que daba Lacan: “…a los analistas: sobre todo, no piensen! Estén allí, y asistan al juego de los significantes” (2011, p. 415). Podríamos decir, una presencia allí, ocupando el lugar del objeto a. Se trata de hacer semblante del objeto que se es para el paciente en la transferencia.
Hay una cara de la transferencia que es puramente pulsional, y que no la captamos en el sentido de los dichos del paciente, es justamente lo que pasa por fuera de los dichos, por fuera de la cadena significante, es lo que se pone en juego en las ausencias, en las demandas (por eso es importante que la demanda no se invierta, que siempre quede del lado del analizante), en el pago de las sesiones, en el momento del corte, que es el momento de separación. Se trata de dejarse tomar por ese objeto, a veces será dejarse rechazar, a veces dejarse comer y si el analista está advertido, si puede pescar qué objeto es para ese analizante, qué objeto encarna en esa cura, sabe que ese rechazo, esa demanda, no está dirigida a él en tanto sujeto. Eso permite disponerse a que el analizante juegue su partida, ya que es con ese objeto con el que el analizante hace partenerato durante todo el análisis, se trata de un objeto que condensa goce, que es propio pero que se pone en el Otro, en este caso el analista.
La salida
Al final del análisis, ese objeto se extrae del campo del Otro y entonces ese Otro pierde consistencia, la transferencia cae, no se liquida, sino que ese objeto deviene pálea, causa y con esa carga libidinal que sostenía la transferencia se puede hacer otra cosa. En los AE (Analista de la Escuela) se escucha cómo esa transferencia pasa a la Escuela. Al final, dice Miller, el analizante tiene su “propio boleto, pero la cuestión es saber si queremos tomar el tren o no” (2019, p. 220). Entonces al final ubicamos nuevamente el consentimiento de parte del analizante. Ese pasaje, que se produce al final, de analizante a analista implica ceder ese goce, poder dejarse tomar como “objeto causa” en la dirección de la cura, lo que solamente es posible si el analizante consiente a que caiga el objeto y con él el analista. Y por supuesto que del lado del analista también tiene que haber un consentir a dejarse caer, a terminar “como menos que nada” (Miller, 2011, p. 476).
No podemos entonces pensar el final meramente desde el analizante o desde el analista, y tampoco es acertado pensar el final como un momento aislado del acto psicoanalítico, sino más bien como un momento de conclusión que remite a un arco temporal. Se podría decir: momento de concluir luego de un largo tiempo de comprender que siguió a un instante ver.