Oscuros sacrificios en la ciudad.
Un cruce entre el psicoanálisis, la arquitectura, el urbanismo
y la economía a partir de la serie The wire

JUAN PABLO DUARTE, CRISTIAN NANZER, MARCELO FIORITO, JOSÉ MARÍA RINALDI

Resumen

Múltiples voces se reúnen en este compilado de textos que cruza la arquitectura, el urbanismo, el psicoanálisis y la economía alrededor de The Wire, serie estadounidense ambientada en Baltimore. En este cruce se resaltan los efectos del mercado en las instituciones públicas y privadas, así como las transformaciones que van sufriendo los espacios generando sectores de población ampliamente segregados. También se señalan las trasformaciones del tejido urbano y sus consecuencias en los grupos sociales, en este sentido se podrá captar como se ha pasado de un modo de entender la ciudad en un espacio extenso a la idea de una superposición de capas donde conviven los diferentes estratos.

Introducción: The wire: de lo escrito a la pantalla y de una ciudad a las ciudades

Juan Pablo Duarte

Maldonado, Yapeyú, Bella Vista, Colonia Lola, Bajada San José, Ampliación Altamira, Renacimiento, la lista podría continuar. Basta alejarse veinte minutos en automóvil del centro de Córdoba para llegar a cualquiera de estos barrios. Aquí no se inauguran obras a menudo, ni se organizan grandes eventos deportivos. El narcotráfico, con su correlato de caos y violencia, se extiende desde hace décadas en estas partes de la ciudad. Se sabe poco acerca de la vida en estos lugares, el modo en que la economía marca las historias familiares, los hogares, el entorno urbano y los vínculos. Se sabe más sobre las muertes. Para informarse, es necesario pasar los titulares y dirigirse a la sección policial. Las muertes violentas por unos pocos pesos o algunos gramos de droga barata son noticia. Pero es necesario conocer las historias que hay detrás de esas muertes para entender mucho de lo que sucede en Córdoba, los sacrificios que la ciudad demanda a una mayoría cuya voz no aparece en los periódicos. Voces e historias como esas son los elementos a partir de los cuales se construye The wire (HBO: 2002-2008), una serie sobre la ciudad de Baltimore que permite entender también nuestra ciudad.

En Lacrónica, Martín Caparrós tiene una idea respecto a lo que se escribe y lo que no cesa de no escribirse en los medios de comunicación:

El periodismo en la actualidad mira al poder. El que no es rico o famoso o rico y famoso o tetona o futbolista tiene, para salir en los papeles, la única opción de la catástrofe: distintas formas de la muerte. Sin desastre, la mayoría de la población no puede —no debe— ser noticia.  A menos que se funda en esa forma colectiva, aglomerada, que llamamos estadística. (Caparrós, 2016, pág. 49)

No es casual que The wire sintetice dos extensas crónicas: Homicidio y La esquina. Tampoco es casual que ambas hayan sido concebidas por un periodista llamado David Simon. En una de las temporadas, la última, Simon pone en escena el sacrificio al que él mismo fue llamado a través de la figura de Gus Haynes, uno de sus personajes. Desde la redacción de un periódico inventado, se ocupa de contar y mostrar que el sacrificio que exigía la corporación que acababa de adquirirlo guardaba cierto parecido con los sacrificios que imponen las demás instituciones de la ciudad. La necesidad de satisfacer a los lectores —muchas veces a base de escándalos y mentiras— no dejaba lugar en los medios a las historias importantes. Al igual que las drogas, las noticias terminaron por producir mayores ganancias mientras peor se hacían, y lo mismo sucedió con la política, la educación y la justicia de la ciudad. En cada una de sus temporadas, The wire se ocupa de contar las historias de quienes transitan por los diferentes estratos de la ciudad, esos que solo aparecen en los periódicos en catástrofes y estadísticas. Por este motivo no se parece a un periódico, es mejor que un periódico.

Como explica José María Rinaldi, The wire permite tomar dimensión de los alcances que los cambios en la economía tienen sobre el modo de vida de una población. Particularmente, desde el momento en que la economía comienza a funcionar más allá de cualquier legalidad, erosionando un aspecto fundamental del lazo social: el trabajo. Como sostienen Cristian Nanzer y Marcelo Fiorito, el tejido urbano expresa el tejido social, The wire escoge reflejar los vínculos entre las personas —o su imposibilidad— desde las esquinas. La segregación, el abandono del espacio público, los procesos de gentrificación y tugurización, tienen como efecto la proliferación de mercados de droga a cielo abierto que no se detienen por nada y hacen del oeste de la ciudad “la patria de esa falta menor que se llama homicidio” (Simon, 2013, pág. 23).

Entre periodismo y literatura, la crónica se ocupa de historias que no deben ser noticia. Las series de televisión asociadas al nombre de David Simon pueden ser vistas como una doble expansión: de lo escrito a la pantalla y de una ciudad a las ciudades de occidente. En el presente artículo, The wire sirve de lenguaje común a un  encuentro entre el psicoanálisis, la arquitectura y la economía. Entre otras cosas, porque las historias presentes en esta serie permiten ver los sacrificios que no cesan de no escribirse, también en nuestra propia ciudad.

El tejido urbano como expresión del tejido social

Marcelo Fiorito y Cristián Nanzer

Una ciudad es un plano de asfalto con algunos puntos calientes de intensidad y consumo.
Rem Koolhaas

La ciudad es el lugar de las promesas.
John Berger

 

En la serie The Wire vemos un retrato de la civilización desde Baltimore. La ciudad es tanto el escenario como la protagonista, el lugar desde donde es posible reflexionar acerca del modo en que vivimos en el Occidente del nuevo milenio o, como sostiene David Simon, de “como no conseguimos convivir” (Simon, 2010).

La ciudad representa la construcción colectiva más acabada de la civilización, es la forma suprema de la historia,  no hay política sin la ciudad, no hay existencia de la historia sin la historia de la ciudad; como expresara Giulio Carlo Argan, la ciudad  es la forma sensible de la civilización (1983).

La comprensión de la dimensión histórica de la ciudad da pautas y lineamientos para la explicación de los fenómenos contemporáneos, posibilita la lectura de procesos y rupturas, de repeticiones y singularidades, de mutaciones y permanencias. La ciudad entendida como construcción histórica, nos muestra en el espacio los distintos estratos de tiempo que consolidó el magma de los acontecimientos. Al decir de Aldo Rossi  en su Autobiografía científica “siempre he afirmado que los lugares son más fuertes que las personas, el escenario más que el acontecimiento. Esa posibilidad de permanencia es lo único que hace al paisaje o a las cosas construidas superiores a las personas” (1998).

La ciudad es una construcción colectiva, que el hombre ideó para facilitar las interacciones entre sus semejantes, la concentración y la densidad aumentan la intensidad de los intercambios, favorece la producción de riquezas, multiplica la concepción de ideas, construye cultura, diversifica las interpretaciones del mundo, ayuda a mejorar la calidad de vida. Si el hombre tiene futuro en este planeta, este vendrá a partir de la reinvención de las ciudades y no por su negación o desaparición.

La ciudad constituye una plataforma espacial, una tecno estructura donde la complejidad acontece y multiplica sus sinergias: es el escenario donde todas las condiciones del mundo contemporáneo se superponen con la historia, el ámbito de la pluralidad, de la coexistencia, de la simultaneidad, el ámbito donde se expresa la tensión permanente entre el Estado, el Mercado y la Sociedad Civil.

Jane Jacobs, por su parte, definió a la ciudad de un modo cualitativo, cuando sostiene que una ciudad no son sus edificios, tampoco sus calles o sus infraestructuras, sino la interacción entre sus personas (1961). La imposibilidad de esta interacción en el contexto del capitalismo tardío es uno de los aspectos que el Baltimore que expone The Wire pone en escena.

Convertidas en mercados de droga a cielo abierto, las esquinas de esta ciudad son los “puntos calientes de intensidad y consumo”. “Bubbles”, un adicto a la cocaína y la heroína se procura sus dosis diarias a través de la venta de chatarra. Las viviendas sociales abandonadas del este de la ciudad son diariamente saqueadas por un ejército de adictos que al igual que Bubbles, compiten por los desechos. En La esquina Simon y Ed. Burns entrevistan a Gary McCullough —uno de los yonquis que inspira el personaje de Bubbles— sobre el sentido de esta práctica que está reconfigurando el espacio urbano en Baltimore. No se trata de la satisfacción futura que proporcionarán las drogas, hace tiempo que estas rara vez surten efecto. Esos pedazos de cobre y el puñado de dólares obtenido en la fundición, brindan una satisfacción de otro orden, la de obtener algo a partir de nada (2011). Esta misma satisfacción es transversal a los diferentes personajes de la serie —políticos, policías, maestros, jueces, periodistas, narcotraficantes o sindicalistas portuarios— y es lo que realmente determina el lazo social o su imposibilidad en la ciudad. La noción contemporánea de ciudad puede asimilarse a una topografía de aglomeración programática, que abandonó la tersa zonificación bidimensional y horizontal de la modernidad, para convertirse en una construcción de capas geológicas de usos mestizos yuxtapuestos, que dotó de espesor y espacio al suelo y ascendió vertical, construyendo paisajes superpuestos, al ritmo de la multiplicación del capital. El mismo capital, que a partir de la globalización intensificó la velocidad de su nomadismo, erosionando a su paso el territorio,  y al migrar, va dejando otras capas de ciudades, sólidas y ancladas  al margen, en el fondo o en el morro, el paisaje cada vez más extenso de los excluidos de la ciudad, los habitantes del subdesarrollo sostenido, subhabitando, sobreviviendo intramuros de la misma ciudad que los expulsa. La ciudad también puede ser esa materia inmoral que nos constituye y se expresa sórdida y veraz en el espacio. La ciudad es el espejo, el retrato en el espacio -simétrico, sublime y atroz-  de la sociedad que conformamos.

El contraste entre la ciudad próspera y la ciudad-gueto es un eje fundamental en la historia de The Wire. Mientras los hijos y nietos de los trabajadores del puerto se hunden en la pobreza y el tráfico de drogas al oeste de la ciudad, Inner Harbor —uno de los símbolos arquitectónicos de su identidad industrial— se transforma en una atracción turística donde florecen los negocios y el mercado inmobiliario al este. La obtención de ganancias en una economía inmaterial, atraviesa por igual a quienes lograron quedar del lado viable del espacio urbano y a los excluidos. Estos son un espejo que refleja de modo descarnado los modos de supervivencia en las metrópolis del nuevo milenio.

El tejido de una ciudad, entendido este como el entramado físico producto de la acumulación a lo largo de su historia, de las realidades y los hábitats con que diversos grupos sociales ocupan el territorio, es la forma en que una comunidad construye y expresa colectivamente sus modos de existir y habitar en el espacio. Este se define por el grano o punto irreductible de la trama, el signo que escribe luego el texto urbano, conteniendo los elementos esenciales de la identidad de una población. El tejido urbano, sus continuidades y rupturas determinan la salubridad del tejido social. Los tejidos de una ciudad sostienen la vida urbana, definen y expresan en el espacio a la sociedad que los habita. Constituyen la expresión física de los distintos modos de habitar; sobre su estructura matriz, se suceden las transformaciones constantes, a fuerza de tiempo y acciones colectivas, que dan forma y carácter al conglomerado urbano; es allí donde se plasma la historia y las posibilidades de nuevos cambios.

Nuestra época redefine nuestra manera de interactuar con el mundo, la Era digital. Podemos explicarla por conceptos de red o rizoma: los vínculos entre las personas son más débiles que antaño; en cambio, se multiplican con mayor facilidad nuevas relaciones, aunque mucho más frágiles y volátiles. Francois Ascher lo resume así: “el tejido social contemporáneo cambia de textura: está constituido por múltiples hilos muy finos, de todo tipo, que no le restan solidez sino que le confieren mucha más finura y elasticidad” (2001, pág. 41).

La sociedad está estructurada y funciona como una red, o más bien como una serie de redes interconectadas. Los individuos se desplazan por universos sociales diferentes. Y este tejido social, inevitablemente, se refleja en el tejido físico: la ciudad se ha hecho difusa, se ha fragmentado en singularidades, pero se ha hipervinculado virtualmente en capas homogéneas. El escritor catalán Jorge Carrión se refiere a la ciudad en The wire como una red policéntrica:

Una red  que se  expande,  capítulo a capítulo,  temporada a  temporada,  que va  estableciendo links  entre espacios y  entre  personajes, sin  que  ninguno de ellos sea  central. Si se ha  saqueado el capital  simbólico  que  atesoraba Baltimore, si la ciudad  entera es  una sucesión de  tensiones  entre barrios degradados,  barrios residenciales,  barrios autistas y  barrios  en vías de especulación, la única  forma de  narrarla es mediante esa  red policéntrica,  en cuya  configuración cada  encuentro  entre  personas y  lugares  suponga la creación de  un  pequeño  centro,  fugaz (2011, pág. 118).

Estudiando la constitución y evolución de los tejidos urbanos, reconocemos problemas específicos que son a su vez comunes en nuestras ciudades: dispersión urbana y segregación socio/espacial, procesos de gentrificación y tugurización, abandono del espacio público como lugar del intercambio de lo social colectivo. Tanto los desarrollos inmobiliarios privados como los planes públicos de vivienda (mayoritariamente monofuncionales y emplazados en la periferia) han favorecido una fragmentación y segmentación espacial de diferentes grupos sociales, conformando zonificaciones homogéneas de “iguales”, favoreciendo archipiélagos de acceso diferenciado según las características de sus habitantes. En esas condiciones, el “diferente” o el “otro” se vuelve virtualmente sospechoso o implica una amenaza a mi condición y al “grupo” de pertenencia.

En las grandes ciudades existen muchas causas que condicionan o deliberadamente atentan contra un estado de bienestar de sus habitantes, la alienación, la masificación, el anonimato, la creciente contaminación, la enajenación del tiempo libre entre otras muchas razones, pero hay una en particular que tiene un impacto directo sobre las condiciones del hábitat doméstico, se trata de la violencia social, reflejada en la ruptura explosiva del contrato social.

Donde estalla la violencia, cuando se ven amenazadas la integridad física y los intereses vitales de los integrantes de un cuerpo social, se pone en peligro la supervivencia de las comunidades, su identidad cultural y su equilibrio psíquico.

Mucho se discute si el incremento de la violencia urbana deviene de una percepción equívoca producto de la multiplicación mediática de los hechos, o por el contrario, refleja dimensiones ciertas de inseguridad. De cualquier forma, la alarma y el miedo están instalados en la población y conforman un componente disuasivo a la hora del desarrollo de proyectos residenciales, ya sea por localización, en relación al mapa de zonas rojas de la ciudad o concepción tipológica (variaciones sobre el Bunker), innumerables desarrollos inmobiliarios montados sobre este argumento expanden la segregación exclusiva, el enclave elitista o simplemente el barrio cerrado para “iguales”. La reproducción geométrica de “Bunkers” en las ciudades, equipados con todo tipo de sistemas de seguridad, el éxodo de las clases medias y altas hacia esos lugares, el abandono del espacio público y las áreas centrales, expresan cuan decisivo es este fenómeno en la conformación de la ciudad contemporánea, pero también como el miedo es uno de los grandes promotores inmobiliarios, garante de fabulosas rentas para quienes lo profesan cómo estrategia de desarrollo urbano.

La noción de bienestar requiere definir umbrales por debajo de los cuales el bienestar no existe. Transformada en una guerra contra los pobres, uno de los efectos de la “Guerra contra las drogas” —iniciada por el Presidente republicano Richard Nixon en 1971— toma forma en la distribución de la población que denuncia The wire. Por otra parte, la exclusión y los cuidados frente a los efectos de la misma constituyen el principal alimento de la economía institucional de la ciudad.

El mercado dicta tendencias sobre modos de vida que se traducen en algunos estereotipos residenciales. En los anuncios de ventas inmobiliarias podemos reconocer qué situación de ciudad, que ideales de consumo hay por detrás; podemos identificar corrientes comerciales muy similares ligadas a imaginarios de seguridad, estatus, presencia de naturaleza, cierta atmósfera nostálgica de barrio residencial de suburbio. Se evoca una cierta huida de la ciudad (concepto asociado a la inseguridad, la congestión, la contaminación, el stress) para arribar a un espacio diferenciado de confort. En cualquier caso, esos anuncios informan con veracidad sobre lo que sucede y se revelan como impulsos comerciales que tienen que ver con deseos reales de la sociedad contemporánea.

Si el paradigma contemporáneo es la crisis de sustentabilidad, las ciudades constituyen el epicentro de la crisis. Hay indicadores que debilitaron la ilusión de progreso basada en el permanente incremento de la productividad y el consumo. Algunos científicos hablan de la “Era del Antropoceno” (lo nuevo fabricado por el hombre) para describir el actual período en la historia terrestre desde que las actividades humanas han tenido un impacto global significativo sobre los ecosistemas terrestres; el comienzo, algo difuso, se remitiría al inicio de la Revolución Industrial (fines siglo XVIII). El concepto remite sustancialmente a que la historia terrestre y la historia humana ya están interconectadas; hoy tenemos que poner en tela de juicio la relación entre cultura y naturaleza que planteaba la modernidad: es el ser humano quien modela la naturaleza.

Es la lectura de lo que sucede, la comprensión de toda su complejidad, lo que posibilita pensar una transformación. La lectura crítica de la realidad nos compromete a fortalecer una voluntad de transformación. En este marco, debemos promover acciones inscriptas en un modelo de ciudad compacta para poder desarrollar una dimensión de ciudadanía y civilidad plenas.

Una estrategia territorial que se orienta al desarrollo más compacto de la ciudad, buscando aprovechar la dotación existente de infraestructuras urbanas y conteniendo la expansión irracional de la ciudad a baja densidad (la que genera altos costos de dotación de infraestructuras y servicios) mediante la recuperación, revitalización y/o rehabilitación de sectores de la ciudad consolidada. El concepto operativo que resume este pensamiento es el de densidad. Densidad no solo como la relación entre población ocupante y territorio ocupado, sino en un sentido más profundo: densidad entendida como cantidad y calidad de espacio y usos simultáneos o mixturados disponibles por persona.

Asumiendo la arquitectura como indisolublemente unida a la ciudad, y considerando ésta como sustancialmente compuesta por equipamientos, tejidos, espacio público e infraestructuras, la transformación urbana vendrá de acciones espaciales y multiprogramáticas en los tejidos de la ciudad, promover cambios en su fisonomía (su estructura física), su comportamiento (usos, programas, modos de vida) y su significación (su identidad, apropiación, legibilidad, etc.).

Hacer ciudad sobre la ciudad en vez de expandir guetos o enclaves urbanos en el territorio, implica intervenir sobre lo existente: una estrategia de extensión interna, evitando colonizar territorios naturales; infiltrándose en un contexto con una identidad ya marcada, agregando diversidad en los barrios y generando nuevas dinámicas. La promoción de un habitar mixto, diverso, intenso, colectivo y sobre todo más denso, nos dará plataformas que garanticen una vida diversa con umbrales de calidad de vida ciudadana, más elevados para todo el conjunto de la sociedad.

The Wire. La visión económica en el panorama histórico

José María Rinaldi

El mundo suele funcionar bajo grandes paradigmas económicos que van marcando a fuego la historia, los procesos culturales y demográficos, la geopolítica y en general, la vida cotidiana de los pueblos. En realidad, la economía se instaló en la vida cotidiana. Si no comprendemos la marcha en paralelo de los procesos socio-culturales y los procesos económicos, alguien decidirá por nosotros y no lo hará en nuestro favor. Esto debía ser un cierre de este comentario, pero valga como advertencia para comprender ambos procesos que muestra la serie The Wire.

Los paradigmas económicos tomaron una gran velocidad de cambio en la modernidad. En 1982, Marshall Berman describió la vida moderna como la nostalgia premoderna mantenida a lo largo de cinco siglos. Desde esta perspectiva, definió la modernidad como una amenaza radical a aquella historia y sus tradiciones. Por este motivo nombró a su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire (Marshall, 1989), parafraseando a Karl Marx. De esta manera daba una dimensión de la vorágine de la vida moderna, los grandes descubrimientos que cambiaron nuestra imagen del universo y nuestro lugar en él, la industrialización de la producción que transformó el conocimiento científico en tecnología, la creación de nuevos entornos humanos y la destrucción de los anteriores. Se arraiga un ritmo de vida acelerada, nuevas formas de poder y luchas de clases, alteraciones demográficas que desterraron a millones de personas a nuevas vidas despojándolas de su hábitat ancestral, Estados cada vez más poderosos y burocráticos, etc. Un mundo rápido y caótico en el que personas e instituciones se ven determinadas por en un mercado capitalista siempre en expansión, drásticamente fluctuante y ahora digitalizado. Este quiebre fabuloso en la evolución económica, que en el ámbito de las ciencias sociales generó un amplio debate sobre el fin de la modernidad o el inicio de una etapa posmoderna, obliga a realizar un breve análisis exploratorio sobre el cambio de paradigmas a lo largo del tiempo, sus desventuras, ironías y ambigüedades. Este es el contexto en el que se desarrolla The wire.

El paradigma del capitalismo clásico tuvo vigencia indiscutida y “pura” hasta la primera guerra mundial. Su llamada “readecuación” por parte de John Mayrnard Keynes le dio vigencia al modelo de acumulación industrial basado en energía barata hasta la denominada “Crisis del petróleo” de 1974. Es en ese modelo, donde la poblada ciudad de Baltimore desempeñaba un rol fundamental en el esquema industrial como ciudad portuaria —la segunda más importante del país— de la Costa Este de los Estados Unidos. Una verdadera puerta de ingreso a la inmigración que alimentaba su manufactura y servía de salida los productos industriales. Baltimore, desempeñó un rol fundamental en la historia de Estados Unidos. Resistiendo las imposiciones del esquema de librecambio por parte del Reino Unido e imponiendo un esquema de desarrollo con protección de su industria para luego integrarse al mundo. Basta con recordar que la batalla de Baltimore fue crucial en la guerra anglo-estadounidense de 1812.

El cambio de paradigma que generó la “Crisis del petróleo”, obligó a reconvertir el sistema productivo de la ciudad. De un esquema basado en energía barata, Baltimore adoptó un vector productivo con la impronta de la revolución científico-técnica, privilegiando las tecnologías de proceso en lugar de la tecnología de producto. Dicho proceso abarcó lo que quedaba de la década de los setenta y la década completa de los ochenta —mejor conocida como la “década perdida”— para readecuar el nuevo vector de producción. En el plano político, Estados Unidos cambiaría de color. Asumirían los republicanos con la presidencia de Ronald Reagan, instalando una política económica fuertemente monetarista, en lo que se denominó el “reaganómic”. En esa perspectiva, todo el complejo industrial se trasladaría a la Costa Oeste y de la industria automotriz y metalmecánica —orgullo norteamericano desde el fordismo y semilla del estado del bienestar— hacia las tecnologías espaciales en el complejo denominado “Iniciativa de Defensa Estratégica” o “Guerra de las Galaxias”. De esta manera, se comienza a hacer mella sobre el complejo industrial de la Costa Este, no solamente en el Estado de Maryland, donde se encuentra Baltimore, sino también otras ciudades típicamente industriales como Detroit, hoy un Estado en quiebra.

El ocaso de la manufactura —una de las bases del “orgullo americano”— se expresaría en el cambio de la estructura sectorial de la actividad productiva de Baltimore hacia los servicios. En The wire, la provisión de drogas a escala es retratada como una verdadera actividad de servicios dotada de las reglas del mercado. En Lessons, el octavo episodio de la primera temporada, Stringer Bell —uno de los líderes del mercado de la droga del este de la ciudad— toma una clase de microeconomía[1], para gestionar eficazmente su negocio.

Una profesora explica el concepto de elasticidad de la demanda: “¿Cuándo un pequeño cambio en el precio, produce un gran cambio en la demanda esta se considera elástica, pero algunos productos son inelásticos, lo que significa que un cambio de precio no afecta la demanda ¿Cuáles son algunos de los factores que afectan la inelasticidad de la demanda? Desde su experiencia en el mercado de las drogas, Stringer Bell responde que la inelasticidad viene determinada por el deseo y la necesidad del consumidor. Unos minutos más tarde, explica a los encargados de uno los negocios que utiliza para lavar dinero que los clientes que acudan allí deberán ser tratados como tales y no como los drogadictos a los que usualmente venden drogas. Fundamenta su explicación en que mientras los primeros consumen un producto elástico, los segundos consumen un producto inelástico.

Escenas como esta ponen en escena este y otros procesos económicos y socioculturales de manera excelente. Pero, incluso en un ámbito de nostalgia postindustrial, The wire muestra que el “orgullo americano” —a pesar de la crisis que vive este país— se encuentra intacto. El comienzo de The target, el primer episodio de la serie, muestra a Snootbogie (“Mocos”), un joven asesinado luego de robar en reiteradas oportunidades el pozo del mismo juego de dados. A la pregunta del policía, ¿por qué lo dejaban jugar si sabían que se robaría el pozo?, la respuesta es inmediata: “Teníamos que dejarlo. Esto es América.”

Los procesos socioculturales marchan en paralelo a los procesos económicos. Es por ello que las vigencias de los postulados del mercado, la competencia y el rol del Estado, ente otros postulados económicos, quedaron totalmente obsoletos con los cambios de paradigma. Aunque todavía se siga enseñando economía con contenidos ortodoxos, estos están muy lejos de tener posibilidades de contrastación empírica. En The wire, se pone de manifiesto de manera muy clara la diferenciación de productos, la ausencia del Estado, los poderes concentrados de la economía, la creación de necesidades, la ausencia de la soberanía del consumidor y de aspectos regulatorios. Estos son algunos de los elementos que llevaron a la implosión del modelo de acumulación capitalista y el proceso de crisis mundial cuyo derrotero desde el año 2008 parece no encontrar fecha de culminación.

Es por ello que, tanto a los flagelos de las drogas como a la efervescencia de las burbujas financieras, se les dan respuestas esquivas como: “si se liberara el mercado, se acabaría el problema de las drogas” —que fue la postura del monetarista premio Nobel de Economía Milton Friedman— o que las crisis financieras internacionales se producen por las regulaciones estatales. Quizá John Kenneth Galbraith haya dado con una respuesta más acertada. Ante la pregunta de “¿Qué ha ocurrido exactamente con el mercado?”, responde que: “Sufre una afección muy particular. Todo el mundo lo aprecia, pero a condición de no someterse a sus leyes”  (1979, pág. 54)

[1] Aunque el cartel del aula indique erróneamente que se trata de clases de introducción a la macroeconomía.

Referencias

  • Argan, G. (1983). Historia del arte como historia de la ciudad. Barcelona: Laia.

  • Ascher, F. (2001). Los nuevos principios del urbanismo. Madrid: Alianza.

  • Caparrós, M. (2016). Lacrónica. . Buenos Aires: Planeta.

  • Carrión, J. (2011). Teleshakespeare. Madrid: Errata Naturae.

  • Galbraith, J. (1979). Introducción a la economía: una guia para todos (o casi). Barcelona: Crítica.

  • Jacobs, J. (1961). Vida y muerte de las grandes ciudades. Madrid: Capitan Swing.

  • Rossi, A. (1998). Autobiografía científica. Barcelona: Casa del Libro.

  • Simon, D. (2010). David Simon entrevistado por Nick Hornby. Madrid: Errata Naturae.

  • Simon, D. (2013). Homicidio. Un año en las calles de la muerte. Barcelona: Principal de los libros Ed.

  • Simon, D., & Burns, E. (2011). La esquina. Un año en las trincheras del negocio de la droga. Barcelona. Principal de los libros Ed. Barcelona: Principal de los libros.