Resumen
Este artículo se propone una revalorización del tema del deseo, a partir del retorno renovado a Freud, que se desprende del texto La dirección de la cura y los principios de su poder (Lacan, 1958 [2008]). Tomaremos en consideración el contexto político, la interlocución de Lacan y las respuestas que va elaborando alrededor de la primacía de lo simbólico, clave de lectura en ese momento de su enseñanza. Desde esta perspectiva se destaca la función del significante del deseo como un operador clínico vital que sacude la aspiración fálica y abre un horizonte novedoso de fin de análisis.
Abstract
It is the aim of this article to achieve a revaluation of the subject of desire. The starting point will be the renewed return to Freud, which comes from the text The Direction of The Cure and The Principles of its Power (Lacan, 1958 [2008]). We are going to take into consideration the political context, Lacan’s interlocution and the answers he elaborates around the primacy of the symbolic matter: key to the reading of that moment of his teaching. From this perspective, the purpose of the significant of desire as a vital clinical operator that shakes the phallic aspiration is highlighted. It also opens an innovative horizon of end of analysis.
Introducción
En el año 1977, llegando al final de su enseñanza, Lacan se pregunta a dónde se han ido las histéricas de antaño, esas maravillosas mujeres, las Anna O., las Emy von N. (Lacan, 1977) ¿Acaso se han llevado consigo el interés por el deseo?
¿A dónde se ha ido el deseo que Freud introduce desde sus primeras lecciones y que Lacan retoma en su enseñanza? ¿Qué lugar ocupa hoy en nuestra clínica?
La Dirección de la cura y los principios de su poder (Lacan, 1958 [2008]) es un escrito privilegiado para abordar este tema. Si bien como indica su título nos invita a revisar la dirección de la cura, el fin y la finalidad del análisis, los principios que la regulan y las condiciones de su poder, es también sin duda un manifiesto acerca del deseo y su lugar agalmático en la cura.
Corresponde al año 1958, correlativo al Seminario 5. Las formaciones del inconsciente y lindero con el Seminario 6. El deseo y su interpretación. Es entre estos dos seminarios que produce el grafo, una escritura compuesta de vértices y vectores que ciernen el espacio del deseo alrededor de un agujero.
El texto que tenemos publicado surge de la presentación de Lacan, en el Coloquio Internacional de Royaumont, en la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. Sociedad que se fundó a partir de la escisión de la Sociedad Psicoanalítica de París en 1953.
Es una respuesta inmersa en el contexto político de las relaciones con la Internacional de Psicoanálisis. Invitado como disertante, no escatima la oportunidad para poner en claro y transmitir sus principios, que se ordenan, a diferencia de la IPA, en relación al deseo y no al poder del analista.
Son tiempos de turbulencia política que Lacan sabe aprovechar para su molino. El de proponer un psicoanálisis con otros aires que los enviciados por una tradición de respeto al padre, a las normas y a la autoridad. Es en ese sentido, que el deseo se constituye en un enclave fundamental y una vía regia para su fin.
Esta apuesta se verifica en la manera que ordena el texto, distribuido en cinco apartados. Cuatro preguntas que apuntan a quién analiza hoy, a la interpretación, a la transferencia y al ser del analista. Y una afirmación que atañe al deseo.
El analista interrogado
Lacan en La dirección de la cura y los principios de su poder (1958 [2008]), interroga al analista, lo ubica en el “banquillo de los acusados”. Refiere que ese es el lugar desde donde debe dar cuenta de sus actos. Sabemos que el analista es al menos dos. El que actúa bajo las condiciones de la transferencia y el clínico que lee de esos actos una transmisión.
En un momento inicial de su enseñanza propone el análisis como un diálogo intersubjetivo. Pero este planteo queda superado al despejar que hay un solo sujeto en juego.
Entonces, rehúsa de manera enérgica que el analista tenga chance de ejercer con su persona, sus ideales, dones innatos o su intuición. Es el precio que paga por su acto. Deja de lado toda aspiración a reeducar, confrontar con la realidad, reforzar al yo, perturbar las resistencias o a regirse por la contratransferencia.
Lo explicita analizando en detalle, distintos ejemplos de otros analistas reconocidos de ese momento (Ernest Kris, Ruth Lebovicci) y no ahorra en presentar las consecuencias funestas de dichas experiencias.
La interpretación correlativa a la transferencia y a la posición del analista no se ajusta a un modelo pautado, ni a una explicación que apunta al yo. Es redefinida como un “decir esclarecedor” que da luz a algo nuevo que transmuta al sujeto y no se confunde con un efecto de insight. O como una “virtud alusiva” ilustrada tan magníficamente por el cuadro de Leonardo Da Vinci llamado El dedo de San Juan. Ambas formas de interpretación apuntan a provocar un efecto de verdad como modo de subjetivar el deseo.
La escritura del deseo
Para abordar el deseo, Lacan construye una herramienta que denomina el grafo del deseo. Lo toma en el sentido de gramme, en francés, proveniente del griego que significa letra, escritura. El grafo es entonces un tipo particular de escritura compuesta por vértices o puntos y vectores, es decir, aristas con orientación. Se trata de elementos y relaciones entre esos elementos, puntos y vectores que se cruzan armando un recorrido a partir del cual se sitúa el deseo.
El grafo tiene un punto de partida que representa al viviente, quien se dirige, nos muestra la orientación del vector, al campo del lenguaje. Este movimiento desnaturaliza al viviente al sujetarlo a los significantes del Otro. Es la operación de hacer pasar una agitación que lo anima por los desfiladeros del significante. Grito inicial, que se vuelve llamado. Transformación de la necesidad en demanda, es decir, interpretación del Otro. Fundamenta al sujeto a partir de la lógica significante. Sabemos por la lingüística estructural el carácter relacional del significante: un significante vale en su relación a otro significante. El sujeto es un efecto de dicha relación. Nombrado por el Otro, tesoro de los significantes, alcanza una existencia más allá de la vida biológica.
Ahora bien, Lacan advierte que no todo el ser del sujeto es absorbido por el significante. Hay entre el significante y el ser del sujeto una disyunción imposible de zanjar. El Otro, que responde con significantes, siempre relacionales y relativos, se enfrenta a una imposibilidad, algo inasible (Lacan, 1955-1956 [1984], p. 256) que deja suspendido al sujeto en una “carencia de ser”.
Es en ese sentido que el vector del grafo, en su recorrido forma un signo de interrogación. ¿Qué soy? ¿Qué deseo? Son las preguntas neuróticas que indican la potencia del Otro respecto del viviente pero también la impotencia respecto del sujeto, dejando abierta la dimensión del deseo como una pura diferencia vital. Escribe la potencia del Otro en “A” y la impotencia en “S(Ⱥ)”. Punto de detención, de límite que estructura la pregunta. Lo va a nombrar de distintas maneras, significante que falta en el campo del Otro, grieta en lo simbólico o deseo del Otro. Es la manera que tiene, a esta altura de su enseñanza, de introducir lo real en el campo del Otro. Su agujero, su vacío.
Es allí donde el deseo encuentra su espacio: en el enigma que encarna. Lo define de varias maneras, en cada una queda remarcado en relación a lo que resta, inaprensible en la dialéctica entre el sujeto y el Otro. Es el resultado del pasaje por el campo del Otro y su falta, lo cual lo constituye en deseante. El deseo no es de algo sino deseo de deseo, deseo del Otro. Si bien es articulado no es articulable. Se halla en el intersticio de los significantes, en el intervalo entre las cadenas significantes. Depende de la cadena de significantes al mismo tiempo que es incompatible con ellas. No se lo puede decir, mucho menos reconocer. Es lo que cava la demanda más allá de ella misma (Lacan, 1958 [2008], p. 597) y da la medida de la carencia de ser, lo cual le permite afirmar que el deseo es metonimia, desplazamiento al que solo se capta en su interpretación (Lacan, 1958 [2008], p. 594). Siguiendo la pista de Freud se apoya en dos sueños para resaltar el lugar del deseo y su interpretación.
El deseo entre insatisfacción e impotencia
Lacan toma dos sueños que pone en conjunción. Uno de la obra de Freud, conocido como el sueño de la bella carnicera (Freud, 1900 [1984]) y el otro de su propia clínica.
La bella carnicera, es la exquisita paciente, que desafía a Freud respecto de la afirmación acerca del sueño como realización del deseo. El sueño figura contrariar el deseo de dar una cena. El trabajo de Freud arriba a una solución. Verifica que se trata de un sueño que realiza un deseo en tanto denegado. El sueño tramita el resto diurno de una conversación de la bella con una amiga flaca que le había pedido cenar en su casa. La interpretación más superficial apunta a un no querer engordarla para no ofrecerla a la mirada de su marido que demanda redondeces. Freud también incluye un nivel más de interpretación que alude a la comunidad de deseo entre la bella y la amiga alrededor del caviar-salmón.
La soñante quiere dar una cena pero solo tiene un poco de salmón. El sueño produce la sustitución del salmón por el caviar. Siendo el salmón el plato predilecto de su amiga, engancha así el deseo de la amiga pero también el de su marido al que le supone desear flacura a pesar de su demanda. Vemos en este sueño ejemplar cómo el deseo no es igual a la demanda, cómo el deseo es deseo del Otro.
Lacan reinterpreta lo dicho por Freud como el deseo de sostener un deseo insatisfecho. Entiende el valor del salmón en términos de deseo. No se trata del salmón como objeto sino como significante del deseo, de la falta. Significante, logogrifo, que condensa lo poco que tiene para preparar la cena, el trozo de trasero al que refiere el marido y la flacura y deseo de la amiga.
A este significante, Lacan lo eleva al estatuto de falo. Es el que introduce la falta camuflada. La bella carnicera identificada al salmón representa al falo con su ser. Hace semblante de serlo.
El otro caso es de la práctica de Lacan. Un hombre que llegando al final de su análisis hace un síntoma de impotencia como respuesta a los atolladeros con el falo y el deseo. Se observa en el recorte la estrategia neurótica de sustraer el falo al costo de la impotencia. Lejos de promover el deseo como deseo del Otro, como buen obsesivo lleva al límite la tensión del deseo con el Otro. Tensión que hace agonizar el deseo. Una duda acerca de su posible homosexualidad que persiste desde hace tiempo se refresca y lo lleva a demandar a su amante la presencia de otro hombre que lo sustituya en el encuentro sexual. Lo interesante es que su partenaire responde con un sueño, que hace de interpretación.
La amante sueña que tiene un pene pero que a pesar de ello no deja de desear ser penetrada por él. Luego del relato del sueño el hombre recupera su erección. Lacan subraya la lucidez de la amante que con sus palabras separa el tener del ser. Que se puede tener y desear.
Éric Laurent (1993) en un comentario acerca del sueño nos aclara que es la amante la que aporta, hace circular entre ellos el falo simbólico. El pene que ella tiene en el sueño, introduce el falo como significante del deseo. El efecto se verifica de inmediato, él recupera la potencia sexual que condensaba en la impotencia el ser fálico del sujeto. Ella, al decirle que lo desea más allá de que lo tenga, le devuelve a él la asunción del tener.
Con estos dos recortes clínicos, Lacan nos propone un enseñante contrapunto entre histeria y obsesión. La bella carnicera como representante de la posición histérica, muestra el deseo en tanto insatisfecho y sus rodeos alrededor del saber del Otro, articulado al amor y a la castración. Mientras que el paciente de Lacan, muestra los enredos de la obsesión para anular el deseo del Otro así como su identificación a ser el falo que tapona la frecuencia deseante hasta la impotencia.
En ambos recortes queda subrayada:
– la estructura del deseo como metonimia de la carencia de ser en el desplazamiento entre los significantes,
-las modalidades que toma en la histeria y en la obsesión, la detención y la dinámica de dicha metonimia deseante,
-la función del sueño como metáfora del deseo y su producción de sentido siempre relativo,
-y el franqueamiento de la identificación fálica como horizonte del fin de la cura.
La afirmación: tomar el deseo a la letra
Hemos planteado el alcance político de este escrito de Lacan como respuesta a las críticas de renovar el retorno a Freud. La revalorización de lo simbólico es su hilo de Ariadna. Desde esta perspectiva arriba al deseo como lo que se desplaza entre los significantes. La letra, a esta altura de su enseñanza está tomada de la lingüística y en íntima dependencia con la teoría del significante. Un año antes nos habla de la instancia de la letra (Lacan, 1957 [1998]), toma el verbo instare, estar por encima y el término instancia de lo jurídico que designa un orden jerárquico. Entonces, define a la letra como “la estructura localizada del significante” (Lacan, 1957 [1998], p. 481) para subrayar el lugar, la localización y “el soporte material que el discurso concreto toma del lenguaje” (Lacan, 1957 [1998], p. 475) para destacar la jerarquía de la letra respecto del discurso. El soporte material no refiere a ninguna sustancia sino a su lugar y su función relacional. Este aspecto interesa especialmente en el abordaje del inconsciente y al servicio de revisar su interpretación.
Tomar el deseo a la letra es la afirmación en la que sostiene su postura. Propone la orientación del análisis por el deseo, enlazado a la letra por la cual discurre como motor, flecha que toca al cuerpo, vivificándolo. La paradoja del deseo es que al mismo tiempo que se constituye por el significante, contrarresta su poder mortificador.
La salida que encuentra a esta altura de su enseñanza es elevar el falo al estatuto simbólico. Es por ello que en los dos casos que trabajamos en el apartado anterior hemos subrayado la relación al significante falo, significante del deseo.
El falo, que proviene de Freud, es tomado en un primer momento por Lacan como imaginario. Como un objeto o una significación que imaginariza una ausencia. El fetiche es una buena manera de ilustrarlo. Sin embargo en el mismo texto freudiano sobre el fetichismo encontramos el fetiche-falo como sustitución significante en el brillo por nariz (Freud, 1927 [1992]) producida a partir de la homofonía entre lenguas. Este ejemplo nos permite reconsiderar al falo en su estatuto simbólico.
Con el significante fálico Lacan introduce un operador para el atolladero a donde nos puede llevar el deseo y el falo. El significante fálico connota el deseo, lo cual significa que no lo nombra sino lo alude como ausencia. En los dos casos trabajados, tanto el poco de salmón como el pene que ella tiene entre las piernas en el relato del sueño, funcionan como significantes que atraen la libido y conducen al sujeto a colocarse bajo su primacía. Son significantes elevados a la dignidad fálica, es decir, al funcionamiento del deseo y su soporte que es la falta.
El analista entonces será definido como un letrado, un lector de los significantes del sujeto. Advertido de leer la sustancia fálica como una letra, apunta a reconocer el significante cualquiera que funciona como significante del deseo para que a través de él se descomplete el ser fálico del sujeto. Es un significante impar, que introduce la imposibilidad de reducir la falta y por lo tanto funciona como un atentado contra el anhelo neurótico de ser el falo.
El fin del análisis correlativo a esta operación analítica se vislumbra entonces, como un franqueamiento a dicha identificación. En el final de la dirección de la cura el sujeto descubre que no es el falo.
Sabemos que no será ni la última versión de la letra, del falo, de la posición del analista ni del fin de análisis. Unos pocos años después el objeto a y la consideración del goce, elidido en este texto, tomarán un protagonismo en la enseñanza y en la clínica de Lacan que subvierte algunos de sus principios. Sin embargo consideramos que este texto es un clásico, es decir no pasa de moda.
Es cierto que esas maravillosas mujeres, que hicieron posible el psicoanálisis, hoy no están en el cenit social, ocupado por los objetos producidos por el mercado, al servicio de intentar obturar toda carencia de ser.
Es por eso, que somos los analistas, los que relevamos esa función. Siendo los encargados de refrescar el legado de este texto y seguir transmitiendo el horizonte ético del deseo. Porque si bien algunos años después lo nombra como el infierno (Lacan, 1980), no desear al deseo es, sin duda, otro infierno.