Los signos del goce

LORENA BELOSO

Dictado sólo algunos años después de la muerte de Lacan, este curso de Jacques-Alain Miller llegó a nuestras manos oficialmente traducido, transcripto y revisado una década después, y desde aquel momento hasta hoy pasaron dos más. Escribir esta reseña de Los signos del goce

(Miller, 1986-87 [2006]) es entonces hacer un comentario acerca de lo escrito de aquello que fue dicho sobre la enseñanza de Lacan hace más de treinta años.

¿Y qué supone hacer un comentario? Allí Jacques Alain Miller nos da una indicación al referirse a los neoplatónicos y lo que podrían enseñarnos: se trata de volver una enseñanza inagotable. Es lo que nos permite seguir sorprendiéndonos a pesar de que este curso haya sido tan leído, estudiado y citado a lo largo del tiempo.

Lo inagotable radica tal vez en lo que insiste en hacerse escuchar, cómo entender ese “Lacan contra Lacan” (Miller, 1986-87 [2006], p. 384) que nos propone, demarcando el peligro reduccionista de concebir su enseñanza como una cronología. Leer a Lacan palabra por palabra, nos muestra, requiere de una posición tomada, tanto política y epistémica, como clínica y ética, pues nos dice “una enseñanza es lo que da signos” (Miller, 1986-87 [2006], p. 22), indicando que el recorrido que puede hacerse por la de Lacan es objetándolo sólo a partir de sí mismo. Nos propone adentrarnos así en esos rodeos que forman parte de la transmisión del psicoanálisis, tanto en los momentos de franqueamiento como en los de progresión lineal.

Por esto, remarca un esfuerzo por hacer de Lacan matema, enunciando como apuesta del curso “llegar a apreciar una vez más el recorrido de Lacan, a partir de la perspectiva final que nos dejó” (Miller, 1986-87 [2006], p. 255). Pone en claro que para Lacan, avanzar fue girar alrededor de lo imposible de decir, y que sus tesis solamente adquieren valor en un contexto, siempre desde un punto de vista sincrónico; sabiendo que cuando un elemento es puesto en evidencia es tomado como axioma. Y sobre esto refiere “la dificultad al seguir a Lacan es que no anuncia con las trompetas de Aïda el cambio de axiomática” (Miller, 1986-87 [2006], p. 336).

Este cambio de axiomática que Miller ordena y resalta, transita por el grafo del deseo, retoma para ello la cuestión del objeto a como frontera entre el goce y el sentido, ubicando la necesariedad de volver a la reflexión sobre el signo, en la búsqueda de un término en el cual el significante estuviera complementado por el goce. Explicitar el pasaje “del eso que quiere decir” a “eso quiere gozar le permite abordar la definición de síntoma como efecto de lo simbólico sobre lo real.

En estas páginas puede leerse una invitación a atravesar la clínica de la neurosis, entendida como asunción de la castración en tanto sacrificio de una falta que trae aparejado un cambio de signo. Pensándola a la luz del fin de análisis y el pase, para arribar a la última enseñanza donde Lacan toma como referencia a la psicosis y piensa el inconsciente a partir de ella. Y para llegar a la forclusión generalizada recurre a los conceptos fundamentales del psicoanálisis e incluye otros términos que cobran importancia en cada época: la identificación, el yo ideal y el ideal del yo, el fantasma, la función del Nombre del Padre, la sexuación, el acting out y el pasaje al acto, el semblante, la extimidad, lalengua y el escabel, entre otros. Siempre teniendo en el horizonte los efectos en la clínica.

Se va despejando así lo invariante de la orientación lacaniana. Lo constante desde el comienzo hasta el final: lo que conduce al sujeto a reconocer su vacío como la Cosa más próxima, franqueamiento del plano de la identificación, orientación de Lacan que se opone a la orientación hacia las insignias del Otro y que en su última enseñanza nos ofrece el reino del Uno.

 Treinta años después, Los signos del goce continua siendo un texto inagotable, referencia fundamental para quien practica el psicoanálisis en el Siglo XXI.

Referencias

  • Miller, J-A. (1986-87 [2006]). Los signos del goce. Buenos Aires: Paidós.