Lapsus

ANA PAULA TUMAS

A nosotros, los legos, siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el poeta, toma sus materiales –acaso en el sentido de la pregunta que aquel cardenal dirigió a Ariosto–, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar en nosotros unas excitaciones de las que quizá ni siquiera nos creíamos capaces. Y no hará sino acrecentar nuestro interés la circunstancia de que el poeta mismo, si le preguntamos, no nos dará noticia alguna, o ella no será satisfactoria; aquel persistirá aun cuando sepamos que ni la mejor intelección sobre las condiciones bajo las cuales él elige sus materiales, y sobre el arte con que plasma a estos, nos ayudará en nada a convertirnos nosotros mismos en poetas.

Freud se pregunta por el acto de poetizar, sitúa allí un gran enigma, sin embargo allí mismo, renglón seguido, despliega la respuesta sin presentarla como tal.

¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético? La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Acaso tendríamos derecho a decir: todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Además, sería injusto suponer que no toma en serio ese mundo; al contrario, toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino… la realidad efectiva.

Razones sobran para sentenciar estas últimas líneas como respuesta certera a la pregunta inicial: ¿quién es poeta, cómo hace el poeta?

El niño crea el mundo, su mundo en el juego. La sanción Heideggeriana de arte implica la creación de mundo.

Ahora bien, el poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía al que toma muy en serio, vale decir, lo dota de grandes montos de afecto, al tiempo que lo separa tajantemente de la realidad efectiva. Y el lenguaje ha recogido este parentesco entre juego infantil y creación poética llamando “juegos” {“Spiel”} a las escenificaciones del poeta que necesitan apuntalarse en objetos palpables y son susceptibles de figuración, a saber: “Lustspiel” {“comedia”; literalmente, “juego de placer”}, “Trauerspiel” {“tragedia”; “juego de duelo”}, y designando “Schauspiele r” {“actor dramático”; “el que juega al espectáculo”} a quien las figura.

El humor, el placer, el duelo, el drama del espectáculo y, agrego, el amor, son ocupaciones contantes en niños y poetas. Lo que es tomado en serio es aquello a lo que le destinan grandes montos de afecto, nada tiene que ver con la seriedad de lo verdaderamente serio. Lo serio es a cada quien.

Cuando el niño ha crecido y dejado de jugar, tras décadas de empeño anímico por tomar las realidades de la vida con la debida seriedad.

Ahora, esta segunda seriedad seria entendida como la pérdida del juego. El jueguito entre significante y significado, eso que equivoca y que nunca es. Descubrir la verdad dejando atrás el juego de poetizar.

Arrojar la carga demasiado pesada que le impone la vida y conquistarse la elevada ganancia de placer que le procura el humor.

Witz y poiesis comparten esa liberación de la descarga libidinal, una liberación vehiculizada por la equivocación. Sorpresa y despertar. Humor y poesía comparten el poder regio de agudeza, el instante de la creación, Otra-cosa, un instante agudeza…donde su dominación sobre lo real se expresa en el reto del sinsentido… en donde el humor y la poesía,… en espíritu libre, simboliza una verdad que no dice su última palabra.

Operación de poiesis, acción de interpretación: un instante de agudeza, el efecto del sinsentido, residencia del despertar.

¿Por qué poesía en momento de pandemia?

Los seres humanos vivencian su presente con ingenuidad, sin poder apreciar sus contenidos; primero deberían tomar distancia respecto de él, vale decir, que el presente tiene que devenir pasado si es que han de obtenerse de él unos puntos de apoyo para formular juicios sobre las cosas venideras. Por tanto, quien cesa a la tentación de pronunciarse acerca del futuro probable de nuestra cultura hará bien en tener presente desde el comienzo los reparos ya señalados, así como la incerteza inherente a toda predicción en general. 

Así humor y poesía como verdad, en tanto no dice su última palabra. Distinto de los pronósticos amparados en la ciencia y las predicciones de clarividencia que conservan es su núcleo la creencia. La ciencia, la nueva religión, creadora de sentidos y relatos, de verdades y adoctrinamientos. La creencia, un mito. La creación una liberación.

En particular, hay cierto número de cosas a las que llaman «concepciones del hombre», de lo que es el hombre. Es algo que varía mucho. Nadie se da cuenta, pero la concepción, que puede tenerse del hombre varía enormemente.

No solo la negación y el miedo son mecanismos defensivos, también la racionalización. Y las explicaciones nunca pueden ser otras que las que propicia el propio fantasma. De esa, sí no nos salvamos nadie.

El fantasma adormece, lo bello despierta, sor-prende, nos prende a una causa-otra.

Para lo que podría ser la practica lacaniana, no es necesario amar lo verdadero, sino lo bello y lo bueno

¿Por qué lo bello?, porque es eso que no es imaginariamente verdadero, sino aquello realmente verdadero, es estilo. Estilo en tanto gramática singular, despojada de adoctrinamientos discursivos, un giro esencial entre el qué decir al cómo decir. El cómo, el estilo, la reducción última. La verdad que no existe, la ficción que duerme, sentido que aturde. Para el estilo la poesía, un significante nuevo, en tanto ya nadie.

El juego el niño cuando adulto, ese crea mundo, ese alivio de la seriedad de las cosas, porque el juego implica movimiento. En la seriedad hay un soldamiento una fijeza entre el Uno y la verdad, la literalidad, aun, y más aún en el campo de la neurosis, un padecimiento, sin el juego que da lugar a la fuga libidinal. Ese crea mundo. Un lugar en el mundo, para Uno, donde ya nadie. Aunque también un estilo de estar en el mundo.