Habitar la espera dentro de la espera

LORE BUCHNER

La angustia suscitada en cada quien durante estos Corona Times, es cierto, no tiene común medida. Para algunos, es el miedo al contagio. Para otros, es la soledad a la que los arroja el distanciamiento, o es, en cambio, la insoportable estatización del cuerpo, o la pluralidad de modos en los que el contexto global se articula a los atolladeros del psiquismo individual. Otros encuentran en este atentado al gregarismo una enorme solución, dado que todo lazo comporta para ellos una hostilidad inasimilable. Pero lo que a grandes rasgos parece ser común a todos es la dificultad de subjetivación de la inédita prescripción de una pausa, en una época caracterizada más bien por el frenesí y la prisa.

Ahora bien, hay ciertos sujetos para quienes esta novedosa pausa se inscribe en el marco de otra pausa mayor y de otro orden. Quisiera referirme aquí al paradigma en el que se sitúan en nuestro mundo y en nuestro tiempo los llamados “solicitantes de asilo”, es decir, las personas que por motivos políticos que comportan un riesgo para sus vidas han debido abandonar sus países de origen y que llegan a otro pidiendo ser reconocidos como “refugiados”, estatuto que permite establecerse en forma permanente en el Estado de acogida. Es a la espera del paso por las distintas instancias administrativas que determinarán el otorgamiento o la denegación del asilo, que recibimos a estos sujetos en la institución en la que trabajo, en las afueras de París. La antesala de esta pausa es una prolongada vivencia donde el tiempo, el espacio y el cuerpo están atravesados por la urgencia; son los años de peregrinación marcados tanto por el encuentro con el real que precipitó el éxodo como por aquel con el que no deja de tropezarse a lo largo de la odisea, sobre un trasfondo de extrema precariedad. En este sentido, la expectativa es hallar en el Estado francés un punto de detenimiento a esa trayectoria infinita, un lugar habitable en el mundo.

De modo que cuando el 17 de marzo se decretó el confinamiento en Francia, estos solicitantes de asilo cuya existencia ya se encontraba en suspenso desde el punto de vista jurídico, debieron hacer además, y como todo el mundo, la experiencia del confinamiento de sus cuerpos, otrora condenados a un continuo desplazamiento. Les presentaré entonces breves viñetas que testimonian sobre cómo algunos de ellos (cuyos nombres son siempre de ficción) han respondido subjetivamente a esta coyuntura inédita, conminados a habitar una espera dentro de otra espera.

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Oumar es el mas optimista de todos los residentes de nuestra asociación. Frente al confinamiento, este maliense  establece una rigurosa rutina con la que escinde el día en tiempos para hacer deporte, para cocinar, para rezar, para mejorar su nivel de francés y para aprender informática. Lo que verdaderamente cuenta para él se encuentra al final de este túnel viral, y es su chance de que la Corte Nacional de Derechos de Asilo le conceda el estatuto de refugiado que le permita echar anclas de forma definitiva en Francia, y fundamentalmente estar autorizado a trabajar. Con papeles y dinero, se ocupará entonces de encontrar una mujer con la que casarse y tener hijos. Hete aquí el “Plan Oumar” trazado contra otra epidemia de la que huye, siempre de actualidad pero no contagiosa, que es la miseria.

En las antípodas de todo plan, Firuz me manifiesta, en cambio, su imposibilidad de consumar cualquier cosa que ose proponerse. Sus coordenadas subjetivas se ven ilustradas por dos sueños recurrentes: “Corro con todas mis fuerzas, sin punto de partida ni de llegada, experimentando un sentimiento animalístico” y “Algo o alguien intenta hacerme dejar de respirar”. El empuje al movimiento incesante vuelve insoportable todo confinamiento situándolo del lado de la asfixia. Como lo hizo en otros tiempos en Afganistán, y luego en su paso por varios países de Europa, Firuz yerra por la ciudad durante las noches y diluye su malestar en estupefacientes.

Para Isaam, que comparte apartamento con Firuz, el extravío y la no infrecuente agresión verbal de su compañero despiertan un sentimiento de “inseguridad”, afecto cuyo origen ubica en los arrestos, torturas y humillaciones vividos en Siria por su orientación sexual. Esta inseguridad la entiende como un “no poder ser yo mismo”. Su espera por el otorgamiento de asilo en Francia es para Isaam  la esperanza de “dejar de llevar una mascara” detrás de la cual se escondería su verdadero ser, que le es aún desconocido, advierte. Mientras tanto, busca cobijo en las insignias del Otro de Occidente, en su música, sus lenguas, su cultura.

Javid, por su parte, desarrolla ante la epidemia una modesta hipocondría que lo conduce al médico una vez por semana con todo tipo de síntomas efímeros. Para él, diplomado en Física  en Kabul, el saber científico ha siempre constituido un calmante contra la angustia, y si ha debido huir de su país, fue justamente por hacerse odiar volviéndose abanderado de este saber, ante el talibán percibido como arcaico y bruto. Su anhelo es entonces poder continuar sus estudios en Paris.

En cuanto a Adam, nigeriano a la espera del retorno a su país puesto que el asilo le ha sido denegado, le resulta imposible permanecer en el apartamento. Esta vivienda le transmite electroshocks en su cuerpo y dolores de estómago que le impiden dormir. El enclaustramiento abrupto, lejos de proveer un marco, propicia una irrupción de goce deslocalizado. Si en su tierra natal este asunto es forzosamente atribuido a la brujería local, aquí en Francia consultaremos en cambio a un “especialista en problemas para dormir” que le recetará antipsicóticos, mientras aguarda que se reabran las fronteras para volver a casa.

Para Mohamed, que escapó del régimen opresor de Eritrea, su cura es el Corán. Cuando su abono 4G limita su acceso a cursos en línea con los que intenta apropiarse de la lengua del Otro en la que pretende inscribirse, la lectura y la plegaria son sus pasatiempos privilegiados en el confinamiento, y a menudo encuentran ecos en la escritura de un diario personal. El coronavirus no le preocupa demasiado y ve vana toda medida de prevención, puesto que solo la voluntad de Dios es a su juicio capaz de determinar el contagio de unos u otros.

Ibrahim apela a un coctel de religión y deporte para tratar la espera infinita que lo sume con frecuencia en la reminiscencia de las desventuras de su recorrido migratorio, desde que partió de Somalia amenazado por Al Shabab. Lo que retornan son las imágenes de las prisiones de Libia, de los ahogados del Mediterráneo, el recuerdo de su madre, el asesinato de su hermano. Con este telón de fondo, experimenta casi como ridículos el elogio imperante al lavado de manos o al distanciamiento social como preservadores de la vida, y elige seguir inscribiéndose en ella a los abrazos y apretones de manos.

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Constatamos así que si, para algunos, la asfixia, la inseguridad, la hipocondría y las alucinaciones constituyeron la fenomenología desencadenada por el contexto actual, otros han podido encontrar en una rutina, la religión, el deporte y el estudio de la lengua un tratamiento posible. La cuestión es, no obstante, que cuando los demás confinados del mundo puedan finalmente volver a su trabajo, a sus estudios y a sus actividades cotidianas, es decir cuando el cuerpo deje de estar exhortado a la reclusión, los solicitantes de asilo continuarán habitando la eternización del tiempo hasta nuevo aviso.

En este sentido, cuando acogemos a estos sujetos, asediados por el instante de ver y apremiados por alcanzar un momento de concluir, el “mientras tanto” con el que se inscribe su admisión en nuestra institución puede comportar eventualmente la posibilidad de abrir un tiempo de comprender. Esta posibilidad es distinta a vivir la espera como una sujeción a la arbitrariedad del Otro que decidirá su destino, lo que arrojaría a uno a la impotencia. En los casos -que no son todos- donde este trabajo se vuelve factible, es ante todo un momento donde puede ponerse en juego el acceso a los recursos de los que el sujeto es heredero, a aquellos que le permitan inscribir su subjetividad en un lazo social distinto del que proviene, dándole toda su dignidad a esta elección que es la suya y rescatando lo vivificante del deseo que la orienta.

Paris, 2 de mayo de 2020.