El autista no es alguien aislado
GABRIEL GOYCOLEA
A poco de iniciada la cuarentena obligatoria, comenzamos a escuchar dificultades en autistas y sus familias para sobrellevar el aislamiento preventivo obligatorio: Cambios de rutina, no asistencia a escuelas, ausencia de terapias o dificultades para implementar dispositivos online; espacios reducidos (casas – departamentos), angustia e incertidumbre en padres y madres. Problemas que se agravan cada día.
Que no se entienda mal, esto no es un cuestionamiento el “aislamiento social preventivo y obligatorio” (Decreto 297/2020), una medida gubernamental necesaria y acertada para hacer frente a la pandemia Covid-19. Lo que intento plantear es algo simple: Cuando se decretan políticas que inciden directamente en la vida cotidiana, costumbres y hábitos de la población; la población (valga la redundancia) es más que un significante general, se trata de un término que contiene un abanico inmenso de diferencias y similitudes. En las diferencias, discapacidad y salud mental (sintagmas conniventes a población), precisan atención particular. ¿En qué? En la incidencia del aislamiento social, en los efectos subjetivos de la prevención y obligación de mantener distancia al otro.
Es imposible desconocer que el alejamiento de los cuerpos, de la presencia vital del otro trae aparejado angustias, miedos, incertidumbre. Un no saber . Abatidas las certidumbres, pululan preguntas: ¿qué va a pasar?, ¿cómo continúa esto?, ¿cuándo volveremos a nuestra vida cotidiana?, ¿cómo y de qué modo?
La incertidumbre se aloja en recovecos que olvidamos, obnubilados en la jugosa oferta del mercado de gadget para todos los gustos. Sin embargo el deseo, la añoranza de afecto, de proximidad del cuerpo del otro; de una presencia, aunque sea silenciosa, nos recuerda que el lazo es sutil, como dice Maleval (2011) al referirse a los/as autistas. Está allí, tan natural y cotidiano que no recalamos en sus características. La esencia del lazo conlleva un acto, un acto de presencia, con el cuerpo; del mismo modo, la ausencia del cuerpo y el aislamiento del acto, produce efectos incalculables.
En el autista, la sutileza es una apuesta al lazo al otro, una forma de “estar en el mundo” como precisa Tendlarz (2018, p. 748). Ardua tarea que requiere rutinas y la seguridad que brinda una regularidad definida. Acciones repetitivas y sin cambios.
El repliegue autista también es un síntoma habitual, sin embargo moverse en espacios amplios y construir circuitos constantes también arroja una ganancia de inmutabilidad.
Estabiliza.
Por lo precisado, concluimos que el confinamiento en hogares no es un aislamiento que le venga bien a los autistas ni a sus familias. Por el contrario, los perjudica.
En la medida de lo posible, será necesario adoptar acciones y políticas que contemplen la especificidad en discapacidad y salud mental; cuidando el bienestar y salud física de la población, pero también, atendiendo a las características del lazo, tiempo y espacio de sujetos ubicados en nomenclaturas amplias y generales.
Hoy más que nunca, nuestra presencia y acciones como psicoanalistas es necesaria “para evitar los efectos devastadores de la segregación y para facilitar la necesaria negociación que existe para cada uno entre su normalidad y la del otro” (Carbonell y Ruiz, 2013, p.110).