Del Otro que no existe y sus comités biopolíticos

ALFREDO ISORNI

Si hay algo a lo que somos llamados, es a funcionar de forma útil y común. Es así como opera el discurso universitario, produciendo un universal que desintegre lo singular. Los sabios dicen mucho, y se empiezan a disgregar, en ese mismo movimiento, las certezas. Lacan trató con especial cuidado el problema del utilitarismo, sabiendo que el mismo interpela por medio del Soberano Bien que Aristóteles supo mencionar. Justamente, casi como una justicia necesaria, Lacan introduce esta discusión desde la primera clase de su Seminario de “La ética del psicoanálisis”.

La época que nos toca habitar, nos delimita las posibilidades del lazo. Nos encontramos ante una territorialización asistida de cada quien. Nuestros cuerpos dejan sus espacios comunes para inmunizarse en la soledad del ser hablante.

Los gobiernos se diferencian entre sí para ganarle al virus. No hay una modalidad eficaz y certera, justamente por la inexistencia del Otro. Se nos edifican presencias, a forma de semblantes, que logran configurar un posible modo de hacer con lo Real. Están los Otros de semblantes paternalistas, luego los semblantes fraternales y luego están los Otros de semblantes fracturados. Llaman a los científicos para armar sus equipos. La ciencia está superada ante la masificación del virus, trastabilla en ese mismo llamado: “Es a partir de la inexistencia del Otro que garantizaría el real de la ciencia que surge otro real para el sujeto que vive en el lenguaje” [1], sanciona Laurent. Ante la espera mesiánica de la vacuna, se operan políticas de aislamiento. Se pide a cada ciudadano que sea experto en materia de higiene y salud, especializado en inmunología y virología, todo esto en tiempos, hoy, efímeros, como los tiempos que le toca a la ciencia.

Si se supone esto, es porque está funcionando una noción de autonomía, de individualidad que haría posible una subordinación a las directrices políticas. Es la idea que trata la biopolítica, en tanto el poder hace del cuerpo una pizarra de estrategias somatopolíticas, es decir, “una forma de poder espacializado que se extendía en la totalidad del territorio hasta penetrar en el cuerpo individual” [2], resalta Preciado. Las tendencias biopolítcas apuntan, como podemos leer en la cita, a un entrometimiento de las redes del poder en el cuerpo del individuo, como aquello que ocupa un lugar en el espacio-tiempo.

En “Psicoanálisis y medicina”, Jacques Lacan logra introducir la diferencia entre la ética médica y la ética del psicoanálisis, renovando la posición de escucha. La medicina entra ciega a la demanda del paciente, no puede articular lo que va más allá de la misma. Es ahí donde el psicoanálisis anuncia la posición del sujeto en relación a su deseo. En la misma intervención, Lacan plantea la falla epistemo-somática, que persiste en la medicina, y podemos pensar ahora en la ciencia, en tanto vacila ante la presencia del goce del cuerpo. Es el cuerpo del reverso del cuerpo biopolítico. Es el cuerpo que escapa al saber amo, porque implica un real que hace imposible su significantización desde el saber.

El artículo “Aprendiendo del virus” de Paul B. Preciado se vuelve ineludible para comprender los rasgos que se van construyendo alrededor de un microscópico ente. Hay ciertos axiomas que nos interpelan, uno de ellos, fulgurante: “el virus actúa a nuestra imagen y semejanza”. No es otra cosa que devolver lo que el ser hablante y la Humanidad, tal como Bassols la menciona en un artículo llamado “ La ley de la naturaleza y lo real sin ley” [3], hicieron a la civilización con sus formas de gozar. En ese mismo escrito el autor remarca: “ El ser humano es epidémico por ser hablante y estar habitado por esa substancia gozante que llamamos significante” , siguiendo así, aún, al Lacan del Seminario XX. Llegando a este punto, nos encontramos con una reflexión posible entre Preciado y Bassols: el virus hace lo que el ser hablante a la civilización, en tanto gozado por el significante. Sin embargo, nos falta cuerpo…

La biopolítica hoy es más visible que nunca. Y se hace visible, además, su anverso constitutivo: la necropolítica. Ante las políticas que se arman de un cuerpo, que hacen un cuerpo politizado, y por qué no policiado, deviene una forma de política necrótica: hay cuerpos que merecen ser salvados y otros que no. Es así que se renueva la pregunta de Judith Butler: ¿Qué cuerpos importan? No sin hacer un guiño a Foucault, que quizás preguntaría: ¿qué cuerpos se desean?

En «El reverso de la biopolítica» Laurent trabaja una operatoria biopolítica en donde algo le queda sin politizar, sin posibilidad de enredarlo en microscopios: el goce del cuerpo, más allá del órgano, más allá de un cuerpo ficcionalizado. Este goce es un grito, que se transforma en eco de la falla epistemosomática que insiste en la ciencia. La epistemología es una lectura política de cada realidad. Y si hay algo que aloja y escucha el psicoanálisis, es la vacilación de las epistemes, los rechazos de la ciencia, y el Real que se produce, una y otra vez, de los vestigios que la vida supo hacer. ¿Qué es la vida? El utilitarismo respondería, quizás, como aquello que hace útil al ser vivo. Pero, en fin, nadie sabe. Los científicos se miran entre ellos. “¿En qué me baso para escribir en el círculo de lo real la palabra ‘vida’? En que indiscutiblemente de la vida […] no sabemos nada más, sino únicamente lo que la ciencia nos induce, o sea que nada hay más real, lo cual quiere decir más imposible”, relata Lacan en “La Tercera”. El virus, como Bassols recupera, es un borde entre la vida y la muerte, que necesita de lo vivo para multiplicarse. Pero, lo interesante, es que hay un cuerpo del que el virus no sabe nada, y es el cuerpo que tiene el parlêtre . Digamos que “El Otro es el cuerpo hecho para inscribir algo que se llama la marca”, como Lacan nos anunciaba.

Freud sostenía que “la política es el inconsciente”, por el lugar que daba a la identificación y otros mecanismos de las masas. Lacan le da un giro, donde anunciaba así “simplemente”, que “el inconsciente es la política”[4]. Si es así este cambio axiomático, es por el inconsciente por definir de Lacan, un inconsciente que empezaba a dejar el estructuralismo para anudar lo que deviene en el cuerpo. Es menester remarcar que este cuerpo no linda con el cuerpo orgánico, “sino con el cuerpo del sujeto del lenguaje, que de entrada es transindividual” [5].

En la época, la subjetividad comienza a dejarse de lado para operar necro y biopolíticamente el cuerpo con órganos: los pulmones y las enfermedades respiratorias, los antecedentes clínicos, la fiebre, la tos, el olfato. Mientras, nos disponemos a la ciencia como centro de operaciones, pero no sin suponer que el reverso de este cuerpo, biótico y necrótico, va a acontecer. ¿Qué inconsciente-cuerpo queda por fuera? Es el cuerpo transindividual, el cuerpo-Otro, el que necesita al menos dos para advenir. No responde a las disponibilidades de camas , sino a la posibilidad de alojarse al verso del diván.

 


 

1 Laurent, E. “Del Otro que no existe y sus comités científicos”.
2 Preciado, P. B. “Aprendiendo del Virus” en Sopa de Wuhan . Ed. ASPO.
3 Bassols, M. “La ley de la naturaleza y lo real sin ley”.
4 Seminario XIV “La lógica del fantasma”.
5 Laurent, E. “El reverso de la biopolítica”. Ed. GRAMA.

Referencias

  • Miller, J.A. De la naturaleza de los semblantes, Editorial Paidos, Bs.As., 2002.