De mercados y pandemia
EUGENIA DESTÉFANIS
En El malestar en la cultura, Freud (1930 [1929]) se pregunta por qué para los seres humanos es tan difícil conseguir la dicha. A ello responde, hay “tres fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad” (p. 86).
Hoy, 90 años después, en tiempos de pandemia, no deja de sorprendernos la vigencia de sus enunciados. Los sujetos enfrentados a un mismo enemigo, acerca del cual nada es muy claro. Lo único que sí sabemos es que el nivel de contagio y de circulación es de un ritmo exponencial; ese ritmo con que hasta ahora circulábamos y nos movíamos por el mundo. Sin pausa. No se detiene. Se adosa a todo tipo de superficie y sólo tiene una víctima: los seres hablantes. La hiperpotencia de la naturaleza dejando en evidencia la fragilidad de los cuerpos.
En épocas donde los avances científicos y técnicos parecen abarcarlo todo, responderlo todo, aparece algo que los deja sin respuesta. Algo queda al descubierto, develado: hay un imposible. Esto es lo que nos hace saber este real que irrumpió bajo un único y mismo nombre para todos, que nos ordena bajo el significante: COVID-19. Lacan (1974), en El triunfo de la religión, nos expresa, “por poco que la ciencia ponga de su parte, lo real se extenderá” (p.78).
Ante este impasse entre el saber de la ciencia y lo real, se abre un agujero.
“Es a partir de la inexistencia del Otro que garantizaría el real de la ciencia que surgió otro real para el sujeto que vive en el lenguaje. Es el de la angustia, la esperanza, el amor, el odio, la locura y la debilidad mental. Todos estos afectos y pasiones estarán en el punto de encuentro de nuestra confrontación con el virus, ellos acompañan a las «pruebas» científicas como su sombra”. (Laurent, 2020)
Así, no se sabe muy bien cómo obrar ante aquello que no se ve y que no descansa. La ciencia nos dice que cualquiera de nosotros puede portarlo, poniéndonos a todos en el lugar de factor de riesgo para el otro. La única vacuna que hay por el momento es el distanciamiento social. Si no hay cuerpos en contacto, el virus no tiene donde alojarse, deja de reproducirse. Entonces, el cuidado está entre nosotros. Sin el otro, no hay solución.
Esto es lo que quedó en evidencia en varios lugares del mundo donde hoy puede verse un sistema de salud que colapsa. Una vida debe ser elegida por otra ya que no hay recursos ni atención posible para todos. En Italia, Inglaterra, Estados Unidos, Brasil, se ven las consecuencias de un accionar tardío. O, más bien, de un accionar a favor del mercado. Día a día, el mapa de EE.UU. muestra el aumento de contagios que va a la velocidad del virus. Allí donde Trump se negaba a intervenir en la situación sanitaria de su país, preocupándose por garantizar el funcionamiento de Wall Street mientras declaraba: “el virus es extranjero”. A su vez, en el diario podemos leer la carta desgarradora de los médicos de Bérgamo denunciando la falta del accionar, expresando que esto se podría haber evitado, y nos enteramos que el primer ministro en Reino Unido debe cumplir la cuarentena que tiempo atrás él desestimaba. Por su parte, en Brasil, el presidente no retrocede y afirma: “van a morir, lo siento, así es la vida”.
Quizá esto es lo que vaticinaba Lacan en la proposición del 9 de octubre de 1967: “nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación” (p.276). Así aparece su rostro más feroz, junto a enunciados que sostenían que “el virus es letal en mayor medida para ancianos” (como si esto fuese algo tranquilizador) o que apostaban a “que se contagien todos y que sobreviva el más fuerte”. ¿Qué sobreviva quien sea más útil al sistema?
Como ya lo señalaba Miller (1996) en El Otro que no existe y sus comités de ética: en el “imperialismo del mercado cuyas tablas de la ley se publican todos los días en The Wall Street Journal (…) los Derechos del Hombre son sustituidos por los derechos del mercado” (p. 74).
Para finalizar, podemos recurrir al arte, que, una vez más, nos transmite y nos enseña acerca de los sujetos y su lazo con el mundo. En este caso, Kurt Vonnegut ([1965]2017) en su novela Dios lo bendiga, señor Rosewater, desde el sarcasmo y la ironía que lo caracterizan nos dice a partir de uno de sus personajes:
“El problema es el siguiente: ¿cómo amar a personas que no tienen utilidad?
Con el tiempo, casi todos los hombres y mujeres perderán el valor como productores de bienes, alimentos, servicios y más máquinas, como fuentes de ideas prácticas en los campos de la economía, la ingeniería, y tal vez la medicina. Por lo tanto…si no encontramos razones y métodos para valorar a los seres humanos por el hecho de ser humanos, bien podríamos, como a menudo se ha sugerido, liquidarlos” (p. 191).
Recorte ficcional que no deja de resonar en tiempos de hoy.