La reseña de un libro puede tener formatos diversos e intenciones sumamente variadas. Algunas sirven para presentar a futuros lectores las bondades del texto, de algún consagrado escritor, de cierto autor desconocido, o también para echar por suelo cualquier deseo de la obra por ser leída. En este sentido puede tener una faceta a veces despiadada, puede destruir.
Conocemos aquellas de J. L. Borges que, en no más de una o dos páginas, pintaba a su gusto el cuadro del texto referido. Con su estilo, el literato podía elevar o enterrar con idéntica facilidad, al autor o la obra de cada caso.
Frente a este artificio es inevitable no percibir que quien reseña deja plasmada la evidencia de una escritura, de un rasgo particular. En ese sentido la reseña, queriendo referir en su enunciado a un texto, termina haciendo metafórica y metonímica alusión a otro. Es un bucle que de manera éxtima anuda lo que se lee en el inconsciente, dejando entonces al propio lector –J. L. Borges digamos-, así expuesto.
Es claro entonces para nosotros que un esfuerzo en contrario es una perdida de tiempo, por lo que al reseñar el presente texto, preferimos de entrada hacerlo en nuestro dialecto e ir directo al grano para decir, en perfecto cordobés, que se trata de un librazo. Nos estamos refiriendo por supuesto a Mujeres de Papel – Psicoanálisis y Literatura, compilado por Daniela Fernandez.
Algún lector de esta reseña podría tildar estás letras de irrespetuosas, prefiriendo incluso dejar la lectura en este punto, mas le aseguramos que, si al tomar también el libro reseñado no están dispuestos a hacer el esfuerzo de no pensamiento al que el chiste compromete, mejor no embarcarse en lo que este volumen viene a mostrar.
Por supuesto, se trata de un chiste serio, es decir, seriamente pergeñado, que ostenta entre sus párrafos la extraña habilidad de localizar lacanianamente lo que cada mujer de papel viene a enseñar.
Para continuar con nuestra alusión al chiste podemos ir más allá y proponer que este libro es además, sin dudas, una mujer, o más bien, lo que una mujer es para un hombre. Como dijera D. Fernandez en uno de los textos que esta compilación contiene citando a Lacan: “Para el hombre (…) la mujer es precisamente la hora de la verdad” (Lacan, 1969: p. 33-34).
Esto puede resultar enigmático al principio, pero, sin embargo, es rápidamente perceptible que, más allá del hilo de Ariadna que en agradable sinfonía enlaza los textos entre si -esto es las referencias a Lacan y a Miller, el esclarecimiento de los conceptos-, el resto es letra que se escapa en una poética propiamente femenina. Como dice en el prefacio Graciela Brodsky, “es un libro acerca del uso que algunas mujeres y algunos hombres le dan a la escritura para empujar lo que no se sabe al límite de lo que se escribe.” (Fernandez et. al., 2015: p. 11)
Hombres y mujeres, en una arquitectura que se detecta particularmente bien pensada en tanto se avanza con el texto. Muestran una y otra vez la bella dificultad para cernir lo que del Otro Goce se siente, al punto tal que el libro en sí mismo se vuelve evidencia de eso que no se las arregla suficientemente bien con el significante. Lo leemos en la obra: una mujer encarna un saber que, por mucho que se hable de ellas, que se las interrogue, no puede ser dicho.
Dicho inefable retornará una y otra vez. Quizás sea por esto que la introducción, con un tono que es de fiesta, abre las puertas a un mar de letras que desde un agradable voceo invita al lector, comprometiéndolo alegremente, a descubrir en cada ocasión lo dicho en el prefacio.
En el interior nos encontraremos con los trabajos de Patricio Álvarez, Daniela Fernández, Gabriela Grinbaum, Paula Kalfus, Laura Petrosino, Debora Rabinovich, Cecilia Rubinetti y Manuel Zlotnik.
Aunque los primeros textos nos presentan casi exclusivamente mujeres como personajes de escritores masculinos, esto no queda así. Entre las que son habladas por hombres nos encontraremos con Lisistrata, de Aristofanes; Victoria de Winter, de Erich Reinhardt; Nora, de Henrik Ibsen; Zazie, de Raymond Queneau; Lisbeth Salander, de Stieg Larsson; Ondina, de Jean Giraudoux; Psyche, de Zucchi; Hadaly, de Auguste Villiers de l’Isle-Adam; Ana Karenina, de Tolstoi; Clarise Lispector, por Benjamin Moser, y las mujerer de Baltasar Gracián en su obra El Criticón de 1651-1657.
En la perspectiva de las mujeres de papel pensadas por mujeres, es posible encontrar a Patti Smith, quien hace una ficción de sí misma; Emma Woodhouse, de Jane Austen; Esther Greenwood, de Sylvia Plath; Amelie, de Amelie Nothomb; Lol V. Stein, de Margerite Duras; Artemisia Gentileschi, de Anna Banti; Anaïs Nin, por Anaïs Nin; Clarise Lispector, por Clarice Lispector, y finalmente, Catherine Millot, como autora de su soledad.
En palabras de Esthela Solano-Suarez, responsable del posfacio de la obra:
Las páginas de este libro se ordenan en torno a una lista, a una lista de nombres de mujeres. Lista disparatada, heterogenea, multiple, en la que cada una es tratada en su singularidad. Cada una es diferente de las demás, al punto que resalta entre una y otra el abismo de lo inconmensurable, como de lo incomparable. Con la lista, los autores, que son analistas, no conforman un todo. Ellas son leidas por ellos, una por una. Así, cada una, cuenta como “la una en menos” que conforma la lista, descompletándola. (Fernández et. al., 2015: p. 237)
Esperamos con esto haber logrado tentarlos a la lectura de este librazo que, sin dudas lo decimos, satisface por loca las expectativas de lo que Piglia llama el lector final, aquel inventado por Joyce, “el que se pierde en los multiples ríos del lenguaje” (2005: p. 188) y encuentra allí, agregamos nosotros, esa verdad mediodicha, sin sentido, esa a la que nos conmueve cada vez una mujer.