Resumen
El autor se pregunta si es posible un psicoanálisis virtual y dónde radicaría la diferencia entre la virtualidad en un análisis y un psicoanálisis virtual. Propone el desarrollo que va de la virtualidad del significante de la transferencia, a la realización del significante cualquiera en la presencia de cada analista. A su vez, expone sobre las posiciones interpretativas en un análisis y se interroga si la técnica que hace posible el formato virtual, se vuelve un elemento tercero en un análisis. Por último, se pregunta: ¿qué posibilidades para lo virtual de producir una real-ización del objeto pulsional?
Abstract
The author wonders if a virtual psychoanalysis is possible and where the difference between virtuality in an analysis and a virtual psychoanalysis would lie. It proposes the development that goes from the virtuality of the signifier of the transfer to the realization of any signifier in the presence of each analyst. At the same time, it exposes the interpretive positions in an analysis and questions whether the technique that makes the virtual format possible becomes a third element in an analysis. Finally, it asks: what possibilities for the virtual to produce a real-ization of the drive object?
Cuando alguien viene a verme a mi consultorio por primera vez,
y yo escando nuestra entrada en el asunto en algunas entrevistas
preliminares, lo importante es la confrontación de cuerpos. Justamente
por partir del encuentro de los cuerpos, estos quedarán fuera de juego una
vez que entremos en el discurso analítico. No obstante, en el nivel donde
funciona el discurso que no es el discurso analítico, se plantea la
cuestión de cómo logró ese discurso atrapar cuerpos.
(Lacan, 1971-1972 [2021], p. 224)
La presencia del analista en la experiencia de un análisis ha sido una cuestión abierta por Freud desde la instauración del marco analítico. Tumbar al paciente en el diván no fue para Freud únicamente una cuestión de comodidad burguesa. Implicó desde el inicio conducirlo a una particular soledad con respecto a su palabra, una vez retirado el apoyo en la mirada del analista. Hablar a alguien al que no se ve, pero que escucha, inauguró una cierta irrealidad del otro al que se dirige el sufrimiento propio. El mismo Freud, en lo que él llamaría su autoanálisis, recurrió a su relación con Sandor Ferenczi para dirigir sus hallazgos y confrontarlos a una validación o una refutación que se llevaba a cabo, mayoritariamente, por vía epistolar. Instaurada la transferencia, la presencia a distancia de un interlocutor, permitía a Freud encontrar un apoyo más en el que mantener la relación con su propio inconsciente.
Incluso para Lacan no era necesaria la presencia de un analista para que funcionase lo que nombró el significante de la transferencia. El significante de la transferencia es previo al encuentro con un analista, es decir, previo a la instauración del algoritmo de la transferencia. Ahí, el analista será un significante cualquiera que hará posible el aislamiento de los S1 determinantes en la vida del paciente. Sin embargo, el significante de la transferencia es lo que se aislará en el recorrido de un análisis como aquello que hizo de resorte en el momento de pedir un análisis. Es entonces en la materialidad de lo dicho en una conferencia, de lo leído en un texto o de lo escuchado en el relato de un colega donde el sujeto se encontrará, sin saberlo, con el impulso necesario para demandar un análisis. Para ello, no habrá sido necesaria de entrada la presencia de un analista, sino una relación precisa con el propio inconsciente. Podríamos decir entonces que el inicio de un análisis sigue un vector que va de la virtualidad del significante de la transferencia a la realización del significante cualquiera en la “presencia de cada analista” (Lacan, 1964-1965 [2010], pp. 165-66).
Si entendemos lo virtual como aquello que entra en juego sin una presencia real, estaremos de acuerdo en que el psicoanálisis, por el hecho de restringirse a la palabra del paciente, se mantiene afín a un registro, no excluyente pero necesario, de virtualidad. Se habla en sesión de personas y hechos que lo son porque el significante soporta su verdad, pero no necesariamente existieron tal cual son dichas. Es lo que Jakobson denominó la “función fáctica de la palabra”. Fue después Lacan quien, en 1949, se refirió a lo virtual que funda las ilusiones propias del Yo. Lo hizo en su texto prínceps sobre el estadio del espejo y su función formadora del Yo:
Este acto, en efecto, lejos de agotarse, como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la inanidad de la imagen, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él. (Lacan, 1949 [1998], p. 86)
También la palabra del analista puede proyectarse en una cierta virtualidad y producir efectos más allá del momento en que fueron dichas en presencia de los cuerpos. En efecto, una interpretación puede producir olas y ser retomada por un sujeto incluso tiempo después de haber terminado su análisis. Hablar entonces en análisis de las figuras primordiales de la vida de un sujeto, sin necesitar hacerlas presentes, o de las ilusiones propias del Yo, dejan en reserva la presencia para dos cuerpos, el del analizante y el del analista.
Las posibilidades técnicas surgidas de la situación de encerramiento e inmovilidad que supuso la pandemia declarada en 2020 han planteado una pregunta de alto calado para los analistas que se orientan en la enseñanza de Lacan: ¿Es posible un psicoanálisis virtual? Es claro que un psicoanálisis que se inicie, se desarrolle y se termine sin la presencia de los cuerpos plantea algo bien distinto a elucidar los tipos de presencia —imaginaria, simbólica o real— que se suceden en un análisis. ¿Dónde radicaría la diferencia entre la virtualidad en un análisis y un psicoanálisis virtual? Podemos avanzar una primera respuesta: en el hecho que la técnica que hace posible el formato virtual se vuelva irremisiblemente un elemento tercero en el vínculo entre analizante y analista.
En la lógica de un análisis, se puede decir que el analista siempre tiene razón, pues o bien con su interpretación toca certeramente un punto de goce, o de no tener efectos su intervención, ésta se saldará con un valor cero para el analizante. Sería lo mismo decir que todo en un análisis es imputable al Che vuoi? que el analizante ubica en su analista. Pero, para ello, es imprescindible que el acto analítico, incluso si se produce en el mayor de los malentendidos, no quede cuestionado por un elemento exterior a la presencia de los cuerpos. Así, las posiciones interpretativas del analista se reducían para Freud a dos, formuladas así: “No es eso, es otra cosa” o “Lo ha dicho usted, no se lo he hecho decir yo”. A éstas, Lacan, añadirá una tercera: no repetir nunca una interpretación que acaba de hacerse al paciente, aunque éste no la haya escuchado con claridad. De ahí que los fallos en la conexión virtual o telefónica pueden borrar el acto analítico si el Che vuoi? del analista se confunde con el sin sentido del funcionamiento técnico. Si lo que se escuchó mal de lo dicho por el analista, o su silencio prolongado, o la interrupción de la sesión son imputables a una mala conexión de red, la presencia del analista quedará borrada y así, sus efectos sobre el paciente. En estos casos, el inconsciente dejará de ser el tercero al que referirse y su lugar lo ocupará la técnica.
Es curioso que las plataformas que han hecho posible las conexiones virtuales han mantenido la referencia a la “sala de espera”. Pero es más interesante estudiar cómo el uso que de ella hacen algunos pacientes, a la espera de ser atendidos por su analista, puede llevar a modificar sustancialmente la función que la sala como tal tiene como espacio físico situado entre el exterior y el interior del lugar donde al analista se lo encuentra cada vez. La espera en el lugar del Otro plantea una topología de los espacios realmente particular. Podríamos asemejarla a lo que Freud (1986 [1905]) denominó la diversidad del escenario psíquico. En una expresión que tomó de G. T. Fechner para referirse a la diferenciación tópica entre los procesos anímicos inconscientes y preconscientes, Freud se refiere al sueño, y también al chiste, para hacer presente una continuidad en lo que llamamos pensamiento entre lo inconsciente y lo preconsciente. La espera a hablar al analista, hace del espacio en el que esto se produce, un lugar particular en el que muy habitualmente lo pensado sin orden ni concierto durante el día —o como diría Freud en el movimiento de las ensoñaciones diurnas—, se ordena de un modo particular. Sin ir más lejos, esa búsqueda de un orden en el discurso —que deberá subvertirse con la disposición a la asociación libre en el momento de empezar a hablar en sesión— se les impone a algunos analizantes por medio de una necesidad de recordar cómo terminó la última sesión y cómo deberían continuar. En cualquier caso, la función de la sala de espera se asemeja a lo que Freud situó para el chiste, antes de que éste produzca su efecto: la versión todavía vacilante de lo pensado en el preconsciente (Freud, 1986 [1905]). En el momento previo a hablar en sesión, el analizante se encuentra con esa vacilación que pone en suspenso lo pensado para encontrarse con el decir. Parecería entonces que esto solo puede movilizarse de un modo particular en una espera para la que hay un espacio diferenciado, que implica esa topología particular y que no es el funcionamiento de conexión/desconexión, que se puede llevar a cabo desde los lugares más insospechados.
¿De qué modo entonces la orientación lacaniana reserva a la presencia del analista una función que no sea más que una prolongación de los espejismos de la virtualidad en la que puede quedar restringida la palabra de un paciente? ¿Cómo operar en un análisis para que las sesiones no se mantengan en la esencia de lo que era el sueño para Lacan, esto es “la suspensión de la relación del cuerpo con el goce” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 229)? Dicho de otro modo, ¿de qué modo afectar al goce del cuerpo del que el paciente se confiesa esclavo?
La única manera que Lacan encontró de sostener una posición con respecto al goce que puede captarse en el decir del analizante fue la de ocupar, el analista, la posición del semblante. Sobre este punto, insistió en captar lo que está realmente en juego: “… el analista no hace semblante, él ocupa la posición del semblante” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 170). Ahí está la posibilidad, dirá, de que un análisis pueda “conducirse sin daños demasiado notables” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 170). ¿Qué diferencia hay entonces entre hacer semblante y ocupar la posición del semblante? La misma que entre la antigua tragedia griega y, en términos generales, el cine. Son las referencias que Lacan hace en el Seminario 19 para señalar el uso de la máscara. El semblante de la posición del analista debe llevarse “abiertamente”, dirá Lacan, como los actores llevaban la máscara en la tragedia. De no ocupar abiertamente la función del semblante, el analista corre el riesgo de caer en lo “irreal de la proyección” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 170) y por tanto dejar de funcionar como objeto causa del decir del analizante. ¿No sería lo “irreal de la proyección”, ahí, otro nombre de lo virtual?
El uso de lo virtual en los análisis se somete hoy a una verificación por hacer en la orientación de cada cura: ¿Está la presencia de cada analista a la altura del acto analítico? Esto es ¿ocupa el analista la función de objeto llegando a funcionar como un “analista-trauma” para el paciente?[1] Para Lacan, un análisis dependía de la posibilidad de que se instaurare el discurso analítico, es decir “que el analista en cuerpo, con toda la ambigüedad motivada por este término, instala el objeto a en el sitio del semblante” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 226). Señalemos que en esa ambigüedad del “en cuerpo” está el nudo entre la presencia del cuerpo y el aun [encore], “todavía una vez más”, que la presencia de los cuerpos produce.
Pero, ¿de dónde proviene la importancia otorgada por Lacan a la presencia del cuerpo del analista en el discurso analítico? Dirá: “Es la plenitud de lo que está en juego en el semblante de cuerpo” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 227), propone esto en relación a la antigua cosmología estudiada por Peirce. Para Lacan, sin embargo, el valor de esa plenitud del semblante de cuerpo es que, en la relación con el discurso, lo que no deja ver es la nada: “Esto significa aquello en torno a lo cual necesariamente gira todo discurso” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 227). En el discurso del analista, es en efecto el analista, en tanto que cuerpo, en el lugar del semblante, y a su vez la nada que convoca. ¿Es por tanto posible mantener esa relación con la nada si en vez de semblante de cuerpo, lo que opera es su imagen o un fragmento de ella?
En el caso de una paciente que pidió continuar sus sesiones online durante el tiempo de confinamiento domiciliario, se pudo percibir retroactivamente el efecto que el acto del analista había tenido, meses antes, al salir del despacho mientras ella hablaba, dejándola un instante sola, abriendo así la pregunta por el valor de sus palabras. La significación fantasmática del objeto nada, se reveló para ella en una sesión por videoconferencia en la que el analista fue distanciándose cada vez más de la cámara hasta desaparecer casi por completo de la pantalla. La paciente habló en esa sesión, por primera vez, del efecto que había tenido en ella el acto analítico de ausentarse el cuerpo del analista. Y esto lo pudo hacer en un segundo momento, coincidiendo con la sesión virtual y el alejamiento de la imagen del cuerpo del analista en la pantalla. La virtualidad, en el tiempo dos, resaltó el objeto “nada” del fantasma por medio del apoyo en lo real del cuerpo del analista, del tiempo uno.
Esta viñeta pone de manifiesto lo que Lacan dirá sobre la interpretación: “La interpretación no es posible ni progresa más que en función de la relación entre la interpretación y el objeto” (Lacan, 1971-1972 [2021], p. 227). El objeto nada, como es el caso en esta paciente, ¿podría haberse hecho presente sin la operación producida con el cuerpo del analista? O dicho de otro modo: ¿Qué posibilidades para lo virtual de producir una real-ización del objeto pulsional?
Es en este sentido que el Informe del Comité de Acción “El psicoanálisis virtual”, presentado en la Gran Conversación de la Escuela Una, el 20 de marzo de 2022, recogía la cuestión de un psicoanálisis que sería virtual. Dicho Informe concluía con la inexistencia de una doctrina establecida al respecto entre los miembros de la AMP, a la vez que destacaba la diversidad de las invenciones producidas por los analistas en las sesiones online mantenidas a causa de la imposibilidad de llevarlas a cabo en presencia. Estas invenciones mostraban un uso singular de las tecnologías, que intentan sortear la imposibilidad de la presencia, es decir con una referencia al dispositivo analítico sostenido con la presencia de los cuerpos. Esta presencia de los cuerpos, ¿será posible en algún momento prescindir de ella de inicio a fin? En ese caso, ¿de qué manera la simultaneidad de los cuerpos en una sesión analítica habrá podido afectar a los circuitos pulsionales del parlêtre? Esta es, de hecho, la tesis sostenida en ese “Informe sobre el psicoanálisis virtual”, y que fue formulado de este modo por Ana Lydia Santiago: “Los recursos de lo virtual […] eliden la materialidad del agujero pulsional”[2].
La presencia del cuerpo del analista está implicada desde el momento en que opera como objeto para un paciente. Es posible escuchar este punto en los testimonios de los Analistas de la Escuela, de la misma manera que Lacan lo sitúa en los analistas post freudianos que, sin pasar por un dispositivo del pase, testimoniaban con su posición en su práctica analítica del deseo del analista en juego. Así se refiere Lacan a algunos de ellos en el Seminario 11:
La contribución que cada uno aporta al resorte de la transferencia, ¿no es, aparte de Freud, algo donde su deseo es perfectamente legible? Les analizaría a Abraham simplemente a partir de su teoría de los objetos parciales. No hay en el asunto solamente lo que el analista quiere hacer de su paciente. También hay lo que el analista quiere que su paciente haga de él, Abraham, digámoslo, quería ser una madre completa. Además, también podré entretenerme señalando los márgenes de la teoría de Ferenczi, con una célebre canción de Georgius —Yo soy hijo-padre. Nünberg también tiene sus intenciones, y en su artículo verdaderamente notable sobre “Amor y Transferencia”, se muestra en una posición de árbitro de las potencias de vida y muerte en la que no podemos dejar de ver la aspiración a una posición divina. (Lacan, 1964-1965 [2010], p. 178)
En el análisis de la transferencia, está entonces implicado el objeto que es el analista para cada analizante. Y, en términos de transferencia y pulsión, el listado no es muy extenso, puesto que la actividad de la pulsión es la de hacerse: hacerse ver, hacerse escuchar, hacerse devorar, hacerse cagar o hacerse chupar. Son algunos de los objetos singulares que Lacan menciona en su Seminario 11 (Lacan, 1964-1965 [2010]. En cada uno de ellos, el objeto de la pulsión implica al cuerpo y por tanto el cuerpo del analista de la misma manera que implicó al cuerpo del otro primordial en el que se constituyó el circuito de la pulsión para un infans. Llegados a este punto, no sería descabellado preguntarse si un análisis virtual logrará en algún momento separar al analizante del objeto implicado en la pulsión de hacerse chupar por el analista, sin que la presencia del cuerpo esté implicada. De ser así, ¡estaríamos en condiciones de sostener que el destete de un lactante pueda conseguirse por medio de algunas videoconferencias con la madre!
En definitiva, la cuestión del psicoanálisis virtual requiere cernir si los medios empleados sitúan, más acá y más allá de lo virtual, nuestra orientación hacia lo real.
Notas
* Las referencias a los aspectos subjetivos y biográficos que aquí se presenten, por parte de los autores de artículos o entrevistados, son construcciones que brindan coordenadas lógicas o temporales en un tratamiento. No develan datos biográficos o privados de personas dado que las referencias a lo biográfico han sido transformadas o reemplazadas por una operación ficcional, correspondiente a la ética profesional.
[1] En el Seminario XIX, Lacan se refiere así al analista que opera en análisis: “Todo padre [parent] traumático está en suma en la misma posición que el psicoanalista. La diferencia es que el psicoanalista, por su posición, reproduce la neurosis, mientras que el padre [parent] traumático la produce inocentemente” (Lacan, 1971-1972[2021], p. 150).
[2] De próxima publicación en castellano en El Psicoanálisis, la revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.