El deseo del analista y la experiencia de lo real

IRENE KUPERWAJS

Resumen

La autora de este trabajo realiza un abordaje teórico y clínico en relación al deseo del analista y la experiencia de lo real en un análisis, tomando para ello tanto la perspectiva freudiana, como los desarrollos de Jacques Lacan y los aportes de Jacques-Alain Miller al respecto. Propone un desarrollo teórico-clínico del recorrido de un análisis, circunscribiendo al deseo del analista como un operador que se extrae de esa misma experiencia. A su vez, plantea la pregunta sobre la formación del analista y la función de la Escuela para la misma. También, sitúa el dispositivo del pase y sus efectos, a partir de su propia experiencia.

Abstract

The author of this work carries out a theoretical-clinical perspective about the desire of the analyst and about the experience of the real in a psychoanalytical experience. For this, she takes both the Freudian perspective, as well as the developments of Jacques Lacan and the contributions of Jacques-Alain Miller in this regard. 

The work proposes a theoretical-clinical development of the path of an analysis, circumscribing the analyst’s desire as an operator that is extracted from that same experience. At the same time, the author raises the question about the formation of the analyst and the role of the School for it. And also she locates the device of the pass and its effects, based on her own experience.

Pistas freudianas

Cada vez que intentamos definir el deseo del analista pareciera que algo se nos escapa, pero esta dificultad no solo es atribuible a nuestra ineptitud sino que compete a su propia conformación, a eso que lo hace en algún punto inasible. 

Es también una de las razones por las cuales seguir sus pistas en la enseñanza de Freud y de Lacan se transforma en una aventura que tanto nos atrapa.

Alrededor del agujero en el saber respecto de lo que es un analista Lacan constituyó su Escuela. El deseo del analista surge de este agujero.

Freud nos enseñó que un psicoanálisis es una práctica que no se reduce a una técnica.  Si bien se ocupó de presentar sus “consejos” siempre dejó en claro que el analista se “forma” de manera incompleta, hay restos. El analista tiene que desembarazarse del deseo y la ilusión de curar, desprenderse del furor curandis ligado a la terapéutica.

En Análisis terminable e interminable (Freud, 1937 [1997]) se interroga por la “aptitud” para ocupar el lugar del analista: “¿Dónde y cómo adquirirá el pobre diablo aquélla aptitud ideal que le hace falta en su profesión?” (p. 250). La palabra alemana utilizada para nombrar “aptitud” es eignung: idoneidad profesional. Pero luego, es tauglich (Delgado, 2012) que alude a un saber hacer referido a su propio análisis. Señala que es en el análisis propio con el que comienza su preparación para su actividad futura. Es mediante la firme convicción en la existencia del inconsciente, la percepción de lo reprimido, una lograda recomposición pulsional y la técnica analítica, que adquiere la aptitud. 

Insiste en que el analista debe estar advertido sobre el peligro de que él mismo haga de obstáculo en la cura. Siempre habrá resultados insuficientes, “restos” incurables que pueden ser relanzados y promovidos por la misma práctica y entrometerse en el trabajo analítico. 

No hay dudas de la posición ética que tenía Freud ante el problema del deseo del Otro, da muestras de que era un “hombre de deseo”.

Su recomendación a los analistas de retomar el análisis cada cinco años se sostiene de la convicción de que analizar es una de las profesiones “imposibles” junto con gobernar y educar.

El deseo del analista como operador

Lacan se ocupó insistentemente de separar el deseo de “ser” psicoanalista del deseo del analista. No hay “ser del analista”, es en ese lugar de la identificación que Lacan ubica un vacío. No se sabe qué es un analista. 

Podemos decir que el psicoanálisis es una “praxis” que intenta “tratar lo real mediante lo simbólico” (Lacan, 1964 [2007], p. 14), leemos en la enseñanza de Lacan su preocupación por una formación orientada por una ética a la altura del psicoanálisis que él propone, es decir, orientado por lo real. En este sentido plantea una formación agujereada, con puntos de fuga, y un analista que será principalmente el resultado de su propio análisis. Se trata de un analista que podrá advenir. No en calidad de técnico, tampoco de teórico. Es alguien que participa de la experiencia que practica. ¿En calidad de qué? De operador de la misma. 

“¿Qué ha de ser el deseo del analista para que opere de manera correcta?” (Lacan, 1964 [2007], pp. 17-18). Podemos aseverar que el deseo del analista es un operador de la experiencia orientada por lo Real. Sin su presencia, sin su participación, no hay análisis posible. El deseo del analista implica la enunciación pero solo opera si él viene allí en posición de x, es decir si sostiene un enigma. Es la apuesta que se juega en la transferencia.

El analista penetra, tritura el sentido. Y al final, la caída de las identificaciones revela el deser. La interpretación del analista apunta a la desidentificación, al borde de goce e impacta sobre el síntoma. Esos S1 a los cuales el sujeto se identifica se deshacen. El deseo de obtener la reducción de las identificaciones se opone a lo que proponían en la IPA como salida del análisis en la perspectiva de identificar al paciente a algunos rasgos de su analista. 

“… el psicoanálisis va contra las identificaciones del sujeto, las deshace una a una, las hace caer como las capas de una cebolla. Por ello, restituye el sujeto a su vacuidad primordial” (Laurent, 2003, p. 112). Lo que sin embargo no implica una renuncia absoluta porque siempre es mejor alguna identificación para protegernos de la locura. 

Lacan sitúa en 1964 que la función deseo del analista implica obtener la máxima distancia entre el Ideal y el objeto, la diferencia absoluta, lo más singular. Se trata de volver operatoria esa distancia entre el ideal que sabemos puede aplastar al sujeto cuando queda corriendo detrás de él y el objeto a que una vez aislado y extraído, indica el goce que nos es propio. En este sentido Lacan se refiere a la Identificación al síntoma, ésta implica desprenderse del Otro y extraer las marcas del decir en el Un- cuerpo. Es la identificación a lo más singular y opaco del goce del sujeto “con cierta distancia”. Se trata de una identificación sin Otro, por eso, Miller (2013) la llama identidad sinthomal (p. 140).

En la Proposición de 1967, Lacan al hablar de cómo adviene el analizante al lugar del analista se refiere al final de análisis cuando el deseo pasa al saber. Se trata aquí del Pase en la versión del atravesamiento del fantasma. El deseo deviene un ser del saber y en esa transformación el fantasma se disipa. 

En mi propia experiencia, me ha llevado décadas obtener esa “distancia operatoria” que me rescató de la miel del fantasma y me posibilitó atravesar aquella “sombra espesa” a la que hace referencia Lacan en su Proposición cuando se refiere al fantasma.

Durante el análisis hay una transformación del horror de saber acerca de la causa, de eso que nos representa en lo más íntimo del goce, al deseo de saber. El más allá de este momento se llama sinthome y alude a un “saber hacer allí”. Es en el Pase-sinthome que intentamos demostrar de qué manera el saber pasa a la vida.

En mi caso, la operación analítica logró hacer deconsistir esa relación al saber en la que se jugaba la “retención” o lo que se escapaba por un colador, saberlo todo o nada, y posibilitó el encuentro con el agujero en el saber, S(Ⱥ). 

No obstante, no es tan sencillo para el analista operar correctamente. Al final de su enseñanza, en el Seminario 25 El momento de concluir (Lacan, 1977-1978, inédito) vuelve a referirse al deseo del analista cuando se interroga cómo conviene “operar”. Sería excesivo decir que el analista sabe de qué modo operar, pero sería necesario “que sepa operar convenientemente, es decir que pueda darse cuenta de la pendiente de las palabras para su analizante, lo que incontestablemente ignora” (Lacan, 1977-1978, inédito). Para seguir la pendiente de las palabras del analizante es necesario no embrollarse con las propias, habernos separado del goce del fantasma y de las identificaciones que comandaron nuestras vidas para hacernos causa del deseo de un analizante. También afirma allí, unas páginas más adelante, que el deseo del analista es el Sujeto “supuesto-saber-leer-de otro modo” (Lacan, 1977-1978, inédito) y hace referencia a lo ilegible. Tanto la lectura como la escritura se articulan a lo imposible. En esta perspectiva pienso que el deseo del analista se forma en la experiencia de lo real, en el encuentro con esos agujeros.

El duro deseo de duelar el objeto

En su seminario sobre La transferencia (Lacan, 1960-1961 [2011]) afirma que es en torno al duelo que está centrado el deseo del analista. No es casual que hable de esto en el seminario dedicado a la transferencia ya que usa el objeto a como agalma de la esencia del deseo. 

Recordemos que Freud propone la neurosis de transferencia como un artificio en donde el analista se inserta en la “serie psíquica” y ocupa el lugar de objeto para el analizante. Su resolución sanciona el final del análisis. 

Eric Laurent (2018) retomó estas cuestiones al plantear respecto del deseo del analista que, para que se produzca un AE, tiene que darse ese duro deseo de duelar el objeto. Por un lado, el analizante aísla en el trabajo analítico los objetos a que va recortando en la experiencia, por ejemplo a nivel del fantasma. En la construcción y atravesamiento del fantasma se va cediendo y perdiendo goce. El atravesamiento del fantasma es un momento de pase clínico, de ruptura de los elementos del fantasma $ y el objeto a. Ahí se trata de vaciar el goce del objeto que hacía de tapón de la castración del Otro. Se produce una separación de ese goce sentido del fantasma y se conmueve la estructura a través de la que se veía el mundo. Hay también cierta deflación del deseo como efecto simbólico, índice del -fi de la castración. Lacan se interroga cómo se vive la pulsión una vez atravesado el fantasma. Ese momento coincide con un deser, destitución subjetiva que aísla como “emergencia del deseo del analista”.

Pero esto también incumbe al analista como partenaire del parlêtre en la vertiente libidinal de la transferencia. Es el analista quien encarna ese objeto que a la vez opera como causa al ocupar el lugar de semblante de objeto en el discurso del analista. Decimos más precisamente que al final encarna con su presencia en corps ese resto no elaborable de goce.

Los parlêtres intentamos por todos los medios velar, obturar ese agujero estructural y recuperar aquel objeto perdido para siempre. Por eso en un análisis el deseo del analista apunta a producir la pérdida del objeto perdido.

Algo de ese pasaje al lugar del analista está ligado entonces a este duelo del objeto.

Para constatar el final del análisis el analizante debe separarse de su analista. Hay la caída del Sujeto supuesto Saber pero fundamentalmente hay que consentir a perder, a separarse de “eso”. 

Este movimiento incluye a la vez perder el ser, el sentido y la verdad, en el camino para alcanzar el real de cada uno. Vemos las razones por las cuales el deseo de duelar el objeto es a la vez “duro” y “dura”. Ya lo decía Freud, el trabajo de duelo lleva tiempo.

Finalmente, algo nuevo se produce en la economía libidinal y ya no se tapona la castración con el objeto a. Se accede a una nueva satisfacción y a un nuevo uso, tanto a nivel del fantasma como del sinthome.

Es con ese resto, con lo que “cae”, que escribimos el discurso del analista y consentimos a ocupar el lugar de causa para que otro se analice. 

No es que solo al final del análisis haya algo de él, pero es al final que podemos cernir su relación a lalengua y a la separación, “(…) el deseo del analista en su diferencia absoluta deja percibir la cicatriz de la separación” (Miller, 1997, p. 31). 

Esto nos conduce a aquélla pregunta que formula Miller respecto de la paradoja del pase. ¿Por qué alguien que sabe a lo que el analista ha sido reducido por la operación analítica misma quiere convertirse en analista? La respuesta viene por el lado de la experiencia leída no en términos de fusión o alienación sino de separación, es decir no en términos del significante sino del objeto. Se trata de un analista que consiente a “ser dejado caer” (Miller, 2021, p. 16).

El deseo del analista y el factor infantil

Podemos ver que Lacan al final de su enseñanza no nombra al deseo del analista. Miller (2011) subraya que la posición del analista cuando se confronta con el haiuno ya no es más deseo del analista sino otra función que es necesario elaborar. 

No olvidemos que el deseo del analista es un deseo que al igual que el de la madre tampoco puede ser anónimo, universal y puro.

Este “deseo impuro” está enganchado a algo que Lacan no dudaba en llamar cochinada, aludiendo al objeto a. Por esta vía entiendo se anudan a la función, el cuerpo del analista y la singularidad. Es decir, “la impureza también queda al final del lado del sinthome, del goce opaco del analista” (Brodsky, 2014, p. 123).  El material de eso irreductible de cada análisis, eso que puede escribir el deseo del analista, también está articulado a lo infantil, está hecho de los elementos más absolutos de la existencia contingente descubiertos y reducidos en un análisis

La neurosis infantil hace a lo que llamamos el fundamento neurótico del deseo del analista, en mi caso atravesado por lo que llamé “la arquitectura del silencio”. Silencio que dice de lo que al final del análisis, caídas ciertas identificaciones, pasó del discurso del inconsciente a escribir el discurso del analista. Fue necesario despejar en el análisis y por la vía del control, el goce del fantasma que llevaba a cierta inhibición del acto analítico sostenido en la creencia en “El analista”. En mi experiencia, ese momento de franqueamiento fue ubicado en el pasaje del callar a tomar la palabra y soltar la voz. Hubo el vaciamiento y la extracción del objeto oral primero y luego el invocante, que hacían de tapón en el fantasma. “Ser el dulce, el caramelito en la boca del Otro” (Kuperwajs, 2019) posibilitaba sostener el goce del síntoma del “mutismo discreto”. Tuve que separarme de los buches de silencio y del silencio salvador del delirio familiar para encarnar de otro modo lo que llamamos la función deseo del analista. 

Fue un largo recorrido, por un largo tiempo, más allá de la ventana del fantasma, continuaba en la prisión de mi goce. Después de atravesar el fantasma nos encontramos de frente con la pulsión, con lo que no cambia y necesita del sinthome para expresarse. Para salir del análisis hay que salir del inconsciente transferencial.

El inconsciente pasado por la experiencia analítica se había transformado en un inconsciente seco. La operación analítica logró cortar el “hilito de voz” que me amarraba aún en la transferencia a la analista luego de un insoportable tránsito por el desierto. Fue necesario extender una vuelta más ese largo tiempo para “desinvestir” (Miller, 2011, p. 162) para precipitar con lo que llamé “mi último episodio”, el momento de concluir. 

El deseo del analista se orienta por lo indecible y soporta el vacío con el cuerpo hablante. Intenta hacer resonar otra cosa que el sentido. Lacan hablaba del deseo del analista como “aquél que sabe cortar (tailler)” (Lacan, 1965, inédito) pero también volver a coser. De esto nos servimos como analistas para hacer un uso del silencio en la práctica que aloje un decir. Requiere soportar ser un desecho y saber leer de otro modo, habernos encontrado el S(Ⱥ). Acceder a ese deseo de saber y a un “saber hacer allí” es algo “inédito” como dice Lacan en su Nota italiana (1974 [2012]). Esto tiene que ver con ese paso de analizante a analista en el que se experimenta una mutación en la economía del deseo anudado a ese núcleo de real tan propio. Lo cual nos permite entender el alcance que tiene lo que Miller (2012, p. 336)  planteó: “el deseo del analista es el deseo de alcanzar lo real, de reducir al otro a su real y de liberarlo del sentido”. 

Cada analista lleva la marca de su estilo. En la traza del silencio recortado por el traumatismo resta mi estilo “discreto”. Hay la impronta de esa ex-sistencia de goce silencioso en la voz y la marca de esa “impureza infantil” con la que se escribe el deseo del analista.

Autorizarse de un real singular

El dispositivo del Pase intenta verificar la emergencia del deseo del analista. Lacan  refiere que el analista se autoriza por “sí mismo” (1974 [2012], p. 329). Remite a lo que adviene por el análisis. No es una cuestión de voluntad ni de autopercepción yoica. El analista se produce al final por la vía del atravesamiento del fantasma: “subrayé que cuando hay analista, cuando surgió del lado del a, no puede autorizarse por el Otro, que valida siempre en definitiva la identificación, a la que justamente es rebelde el quod(Miller, 2010, p.141). Miller destaca ese quod del lado de un hay allí” que nada tiene que ver con una esencia. Se trata de la ex-sistencia.

También podemos entender este “sí mismo” referido al sinthome, tal como lo enuncia Lacan al final de su enseñanza en su última versión del pase ligado a una nueva satisfacción y al inconsciente real. Eso uno lo sabe, uno mismo. Ya no hay Otro a quien preguntarle ni de quien esperar esa autorización. Es autorizarse del propio análisis, del propio real contingente recortado en la experiencia, del sinthome. Podríamos decir que el deseo del analista deviene singular. Pero a la vez, el AE devenido analista se vuelve a anudar al Otro, a la Escuela, por la vía del Pase. En este sentido quiero destacar lo que Miller resaltó recientemente en el coloquio Uforca 2021-ACF VLB, al referirse a la importancia de la formación y la transmisión, el deseo articulado a la Escuela: “nosotros somos incautos de la causa y eso nos permite en ocasiones ser magos”.

El deseo del analista implica un  “saber leer” que se adquiere únicamente en el paso por el análisis. El analista transfiere sobre el analizante ese saber leer. 

Pero el deseo del analista está también fuertemente anudado a la causa y a la transmisión por la vía de una transferencia de trabajo[1]. Vía por la que entiendo, lo singular se articula a lo colectivo en una política del sinthome.

Notas

[1]  Leonardo Gorostiza planteó si la Transferencia de trabajo es también un nombre del deseo del analista en la 3ra Noche abierta de la EOL, “Leer y escribir. Puntuaciones millerianas” coord.. S.Salman y M.Tarrab , 2 de Junio 2021.

Referencias

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  • Delgado, O. (2012). La aptitud de analista. Buenos Aires: Grama.

  • Freud, S. (1937 [1997]). “Análisis terminable e interminable” en Obras Completas. Tomo XXIII. Buenos Aires: Amorrortu.

  • Kuperwajs, I. (2019a). El pase antes del pase …y después. Buenos Aires: Grama.

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  • Laurent, E. (2018). “Intervención desde el auditorio” en Cita con el pase, Actividad de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Barcelona: Inédito.

  • Miller, J.-A. (1997). El deseo de Lacan. Buenos Aires: Atuel.

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